OTAN, interminable debate sobre su futuro
Londres (apro).- En abril de 2004, el entonces ministro de Defensa de Rusia, Sergei Ivanov, publicó una columna de opinión en el periódico estadunidense The New York Times, que coincidía con el mayor proceso de expansión de la OTAN en su historia. Titulado “Mientras la OTAN crece, Rusia se preocupa”, el artículo de Ivanov sostenía que Moscú estaba “relativamente” calmada acerca de la incorporación a la Organización del Tratado del Atlántico Norte de cinco expaíses comunistas, incluidos tres estados Bálticos. El ministro se refería a Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia y Lituania.Ivanov proseguía con una pregunta que marcó el tono de la columna. “¿Por qué sigue siendo necesaria hoy en día en el mundo una organización que fue creada para oponerse a la Unión Soviética y a sus aliados en Europa del Este?”La pregunta del ministro del Kremlin es la misma que se han hecho políticos, analistas, militares y académicos de Europa y Estados Unidos desde el fin de la Guerra Fría.La columna disparó un debate que continúa hasta hoy en día sobre el verdadero futuro de la OTAN, sus objetivos principales y el poder que busca acaparar en el mapa mundial.En ese sentido, Robin Shepherd, investigador de la Chatham House de Londres, el prestigioso “think-tank” inglés al que consultan asiduamente muchos gobiernos y organismos no gubernamentales del mundo, junto con Paul Cornish, jefe del programa de Seguridad Internacional de ese mismo organismo, evaluaron los problemas y desafíos que enfrenta hoy la OTAN, en un informe de doce cuartillas publicado el 28 de marzo pasado en Londres.Titulado “Una OTAN que evoluciona: ¿Pro-Democracia o Anti-Rusia?”, el artículo escrito por la dupla del Royal Institute of International Affaire (RIIA), presentó tres preguntas claves sobre el problema: ¿Para qué sirve la OTAN?, ¿Contra quién lucha?, y más importante de todas ¿Cuáles son los límites territoriales y políticos de su expansión?El documento subraya que de acuerdo con los círculos políticos y estratégicos del establishment de Moscú, una OTAN en expansión “es en el mejor de los casos una curiosidad innecesaria en el mundo post-Guerra Fría y, en el peor de los casos, un organismo que irrita, insulta e incluso presenta una amenaza directa a la seguridad nacional de Rusia”.Del lado de aquellos que apoyan a la alianza, la expansión “sirve para consolidar la democracia”.Según Shepherd y Cornish, para los pro-OTAN, el organismo es necesario porque integra estructuras militares y de comando de seguridad regionales “y las lleva a niveles superiores, que benefician a todos los estados concernientes”. Sin embargo, también afirma que los temores de Rusia acerca de que Estados Unidos logre posicionarse militar y estratégicamente en el corazón de Europa del Este “están generando cada vez más temores y preocupaciones” en el Kremlin.El problema es, entonces, de balance de poder y reagrupación de fuerzas militares de dominación postimperialistas.En ese sentido, sostuvo que la confrontación entre Rusia y la OTAN “no es toda la historia del problema”, ya que existen “diálogos no oficiales por debajo de la mesa”.“¿Se ha transformado genuinamente la OTAN desde los días de la Guerra Fría, cuando estaba enfrentada a la Unión Soviética y a la Organización del Tratado de Varsovia, convirtiéndose en una presencia benigna y estabilizadora en Europa y el resto del mundo? O por el contrario: Una ampliada OTAN con más capacidad militar y de comunicaciones y con una política militar que favorece intervenciones más allá de su área de tratado original ¿representa una amenaza de seguridad para Rusia?”, se preguntan los autores del documento.Para los expertos británicos, ambos con amplia trayectoria en asuntos de política internacional y militarización transatlántica, durante casi cuatro décadas desde su creación en abril de 1949 tras la firma del Tratado de Washington, “la OTAN basó sus objetivos y fundamentos principales en las hostilidades (políticas y militares) que pudieran llegar de la Unión Soviética”.Pero desde la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, los objetivos de la alianza transatlántica quedaron amenazados, como también toda su existencia.¿Qué significaban entonces términos como ‘defensa’ ó ‘seguridad’ sin el antagonismo de la Guerra Fría?Los expertos de Chatham House sostienen que para muchos líderes políticos y dirigentes de la OTAN, los eventos de 1989 servirían para “remodelar” los ideales del organismo, y ajustarlos a las necesidades del futuro.Durante la Cumbre de Londres en julio de 1990, los líderes de la alianza trasatlántica admitieron por primera vez que los cambios en Europa “debían llevar a una adaptación de la alianza transatlántica”.Fue por esos cambios, que se decidió establecer que “la seguridad y la estabilidad no sólo pueden recaer en la dimensión militar, y por ende el objetivo debe ser incluir un componente político”.La esencia del concepto estratégico de la OTAN en noviembre de 1991 fue enfatizar la seguridad política (de democracia y de los mercados neoliberales), en lugar de la defensa militar y territorial (la amenaza de Rusia).“Existió desde entonces un sentimiento acerca de que la amenaza no llegaría desde un escenario tradicional de agresión organizada por parte de un adversario predecible e identificable, sino desde un ente amorfo y dislocado”, explica el informe. Sin embargo, la OTAN mantuvo que “debería seguir siendo una organización colectiva de defensa”, como lo mencionaba el artículo 5 del Tratado de Washington.Esta ambigüedad o ambivalencia resurgió nuevamente a finales de la década de 1990, cuando la organización se embarcó en un nuevo auto-examen de su misión y estructuras internas.En noviembre de 1996 y luego de acaloradas reuniones a puertas cerradas de sus miembros en Washington, la OTAN admitió que su objetivo central era “salvaguardar los intereses comunes de seguridad en un medio ambiente impredecible y de cambios”.“Debía mantener una defensa colectiva y reforzar los vínculos trasatlánticos, para asegurarse que un balance le permitiera a los aliados europeos asumir mayores responsabilidades”, según destaca el informe. Los expertos del Chatham House sostienen que las constantes ambivalencias de lenguaje en los comunicados de la OTAN durante la década de 1990 fueron y podrían ser ahora su propia justificación para la caída y fin del organismo.En la parte II de ese comunicado de 1996, la alianza transatlántica admitía en su sección de “perspectivas estratégicas” que otros de sus objetivos serían “responder a incertidumbres globales, como también a inestabilidades, a rivalidades étnicas y religiosas, a los abusos de derechos humanos y a las disoluciones de estados”. Responsabilidades “esenciales” serían “controlar, proteger, y defender territorio nacional”, utilizando el mar, la tierra y el cielo “como vías de comunicación y control”, al tiempo de “proteger las bases de ataque de la OTAN”.También abogaba por “mantener el control de operaciones aéreas combinadas, extender operativos de defensa aérea, de vigilancia, Inteligencia, reconocimiento y mecanismos de guerra (warfare)”.Para finales de 1998 y comienzos de 1999, mientras se profundizaba la crisis de Kosovo en los Balcanes, la alianza decidía por cambiar sus valores. Es decir que cualquier amenaza a los nuevos valores de la OTAN, en lugar de a su territorio o intereses, “podrían justificar el uso de la fuerza militar”, según exponen los dos investigadores de Chatham House. De acuerdo con su documento, ese “viraje” llevó a que los miembros de la OTAN “mantuvieran políticas abiertas”, algo que llevó “a la confusión de sus objetivos” y provocó enemistades que perduran hoy en día con Rusia. Además, el informe da cuenta en números concretos de las capacidades militares de la OTAN, comparándolas con las de Rusia, desde 1998 hasta la actualidad, un hecho que ilustra cómo se fueron posicionando ambos bloques.En 1998, la OTAN contaba con 21.344 vehículos armados y tanques, mientras que una década más tarde, la cifra era de 33.108. En el caso de la Federación Rusa, había sido de 9.841 en 1998, y 9.871 diez años más tarde.Con respecto a la artillería (misilística y balística), la OTAN registró 13.439 componentes en 1998, contra 23.222 en 2008. Rusia, por otra parte, contaba con 5.999 componentes de artillería en 1997, y una década más tarde, con 5.918.Paradójicamente, el Chatham House informa que en cuanto al número de aviones de guerra, helicópteros y jets de ataque militar, la comparación fue la siguiente (OTAN: 4.118 aparatos aéreos en 1998, y 4.702 en 2007), contra 2.868 aviones rusos en 1998 y 1.967 en la actualidad. “En un clásico dilema de seguridad, las vulnerabilidades son enfatizadas y las políticas entre estados se caracterizan por la desconfianza y la preparación para un escenario de guerra. Mientras este proceso de auto-refuerzo sigue su paso, y cada bando busca tomar sus acciones, el otro prepara una contraofensiva, reaccionando acorde. En algún punto, un bando debe decidir que su seguridad queda mejor garantizada no tomando medidas defensivas, sino por acciones preventivas de algún tipo”, agregó el documento.Para Shepherd y Cornish, los temores de Rusia por el expansionismo cada vez mayor de la OTAN y de EE.UU. en Europa del Este “no pueden desestimarse”.“El poder ruso ha decaído en los últimos años comparado con el de la OTAN y el cambio en la balanza de poderes geopolíticos se ha visto afectado directamente por la ampliación de la alianza trasatlántica en 2004. Existe también una dimensión tecnológica a los temores rusos por la ampliación: Las tecnologías militares, de comunicación y espaciales de EE.UU. le permiten a ese país poseer componentes extremadamente precisos de vigilancia y ataque, con un alcance cada vez más global”, continuaron los expertos de la ex RIIA.Por tal motivo “Rusia está en lo cierto al sentirse rodeado tanto en el sentido territorial tradicional como en el tecnológico”. Sus temores son fundados.Por otro lado, los nuevos estados miembros de la OTAN, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia y Lituania, se sienten ahora con más poder para enfrentarse a Rusia, algo que le ha dado a la Unión Europea, y también a Washington “una nueva arma de negociación y control contra el Kremlin”.Shepherd y Cornish sostienen que la OTAN quiere a Bielorrusia, Ucrania y Georgia “para poder utilizarlos (política y militarmente) como medios para debilitar el poderío y ambiciones rusas en la región”.“Una expansión de la OTAN tiene además el efecto de reducir las opciones disponibles de Moscú. Por eso generó tanto furor el rechazo de Rusia a la instalación de bases de defensa anti-misiles de la alianza en la República Checa y Polonia”, continuó el informe en Londres.Sin embargo, aclaró citando fuentes internas de la alianza trasatlántica, que la OTAN “no tiene ambiciones agresivas o territoriales hacia Rusia”, aunque aclaró que también es cierto “que si Rusia está ahora definiéndose así misma como un estado neo-autoritario que quiere ver su neu-autoritarismo expandido en lugar de reducido como fuerza, entonces la expansión de la OTAN, que fundaba sus bases en la democracia, puede ser vista como anti-rusa. Para decirlo de forma menos elegante, la OTAN está en contra de las anti-democracias”.Y fue aún más lejos. “Si Rusia elige un camino anti-democrático, inevitablemente chocará tarde o temprano con la OTAN, que cada vez más se expande en el patio trasero ruso”.En ese sentido, la alianza “es pro-democrática y anti-rusa” y por ello Moscú “está en lo correcto al estar preocupado por la expansión del organismo”.De todos modos, admitió que aunque Rusia está en lo correcto al “pintar un panorama apocalíptico por la inclusión de Estonia, Georgia o Ucrania a la OTAN, también debe preocuparse por las ambiciones de otro de sus vecinos: China”.Para Shepherd y Cornish, las autoridades rusas deberían comenzar a temer a China por unas eventuales ambiciones del “Tigre Asiático” para quedarse con las reservas del límite este ruso, que incluyen los lucrativos sectores del petróleo, el gas, las reservas acuíferas, y madereras.“No se necesita ser un genio en estrategia internacional para ver que China algún día alimentará esas ambiciones, sino lo está haciendo actualmente. Si los líderes occidentales pueden hacer virar la atención de Rusia fuera del Occidente y hacia el Oriente, esto podría reducir las tensiones asociadas con la ampliación de la OTAN y crearía una plataforma simultánea de cooperación a largo plazo entre la alianza y Moscú, para resolver uno de los desafíos estratégicos más importantes del futuro: el crecimiento y poderío chino, y de esa forma desterrar los fantasmas del pasado”, concluyó.La OTAN se está modificando, y con ella sus valores internos. Un viraje en la balance de poderes geopolíticos en Europa del Este y Asia, podría poner fin a su estrategia militar post-imperialista y acabar con sus ambiciones expansionistas e intervencionistas militares, tal vez poniendo fin a su propia existencia. (28 de abril de 2008)
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