Myanmar: La indefensión
Bago, Myanmar, 12 de mayo (apro).- El silencio acompaña a los cerca de mil monjes budistas que comen en una enorme sala del monasterio Ma Soe Yein Nu Kyaung en Mandalay, en el norte de Myanmar. Una profesora de un colegio de Monywa, un pueblo cercano, corre con todos los gastos de la comida de hoy. Y cuando el señor Naung repite la pregunta en voz alta a los monjes más ancianos sobre si la Junta Militar que gobierna el país es budista, el silencio se acentúa, seguido de una carcajada general cuando uno de ellos responde: “El gobierno es budista sobre el papel; no hay más que mirar la realidad”.Lo cierto es que la Junta Militar birmana no avisó a la población de la llegada del ciclón Nargis y está obstaculizando en gran medida la entrada y distribución de la ayuda internacional, en un ejercicio de paranoia que ni siquiera es capaz de escapar a los momentos más trágicos.
Llueve sobre mojado…
Naung es un antiguo profesor de Informática de la Universidad de Yangón, la antigua capital, que prefiere dar clases particulares y ayudar a los monjes con sus problemas con los ordenadores en Mandalay, que seguir trabajando para el gobierno. “Estamos esperando a ver qué sucede en mayo, cuando es posible que se repita la revuelta”, dice Naung a Apro, al referirse a la celebración del referéndum constitucional del próximo 10 de mayo en parte del país y a la Revolución Azafrán del pasado septiembre.El gobierno sólo ha retrasado la celebración de la consulta sobre la futura Constitución hasta el próximo 24 de mayo en las regiones afectadas de Irrawaddy, Pegu, Rangún y los estados Karen y Mon, donde habita aproximadamente la mitad de la población.La Junta clama que el plebiscito es parte de una hoja de ruta que conducirá a la celebración de elecciones democráticas en 2010, aunque el hecho de que impida la participación del partido político de la Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, no parece indicarlo. La Junta no reconoció el resultado de los comicios celebrados en 1990 cuando la coalición opositora, encabezada por Suu Kyi, obtuvo el 82% de los votos. La dama, como también se conoce a la líder birmana, se encuentra desde 1989 bajo arresto domiciliario. Los birmanos llenan de elogios a Suu Kyi, una figura respetada en el país. “Si Than Shwe --jefe de la Junta Militar birmana-- viniera de visita a Bago nadie saldría a recibirle, pero todo el mundo se agolparía para escuchar a la dama, aun cuando no se hubiera anunciado su llegada”, explica Shaeng, dueño de un hotel de esta localidad meridional del país. En su hartazgo ante la situación que atraviesa uno de los diez países más pobres del mundo, señala que “la gente es cada vez más pobre y el gobierno más rico. Tendría muchas más posibilidades de hacer negocios con el turismo, pero la Junta no se ocupa del turismo ni de nada. En primer lugar habría que solucionar el suministro de electricidad, los problemas con las comunicaciones y el transporte y poco a poco la educación y la sanidad. No quiero siquiera votar en el referéndum; los odio. Este gobierno no se rige por ninguna ley internacional, no acepta ningún protocolo y aquí no existe absolutamente ninguna justicia”, afirma Shaeng.Pero si este pequeño empresario se encuentra frustrado ante la falta de expectativas, es inimaginable los esfuerzos a los que se ve sometida la mitad de la población que vive por debajo del umbral de la pobreza, ante la implacable y permanente subida de precios, actualmente más acuciante como consecuencia del ciclón Nargis.Mohla conduce a los turistas que visitan Bago en su moto-taxi alquilada. Paga al dueño chino del vehículo 1.500 kyats al día (1,5 dólares). Este tiene otras siete motocicletas, tres automóviles y establecimientos.Explica. “Los chinos son propietarios de muchos negocios aquí en Birmania. No me gustan porque apoyan a este gobierno. Le debo ya cuatro días de alquiler al dueño de la motocicleta, y tengo muchas dificultades para alimentar a mi familia. En una ocasión nos tuvimos que mudar a un monasterio porque me era imposible ganar dinero y pagar el alquiler de nuestra propia casa. Desde los acontecimientos de septiembre hay muy pocos turistas. Durante la temporada de lluvias trabajo de pescador, lo que tampoco es mejor”. Mohla pertenece a la minoría Shan, cuyo idioma es similar al tailandés, por lo que cada día está más convencido de atravesar la selva y viajar en forma ilegal al país vecino, donde podría trabajar en la industria textil y comprarse su propio vehículo. Muchos de los jóvenes, como Mohla, están obsesionados con emigrar, aunque también son conscientes de que es una tarea muy difícil en un país aislado del mundo exterior.Los principales aumentos en los precios se dan en la gasolina, que además está racionada en las ciudades a dos galones diarios, 7,5 litros, a cambio de siete dólares, cantidad insuficiente para muchos birmanos, que se ven obligados a comprarla en el mercado negro por el doble de dinero.La espectacular subida de los precios de los combustibles, hasta de un 500%, ocasionó las protestas de los monjes budistas por todo el país en septiembre de 2007, en lo que se denominó la Revolución Azafrán. “Los monjes se levantaron porque se dieron cuenta de que la población era cada vez más pobre, dieron la cara y se pusieron al frente de las manifestaciones; aun así les dispararon. La gente está todavía más enojada después de septiembre porque hay monjes en la cárcel”, afirma Sheung, un monje, de 43 años de edad, quien vive en el viejo monasterio Shwe In Bin Kyaung de Mandalay. Afirma que aún siguen presos unos mil monjes. La población birmana es profundamente budista: todos los niños pasan una temporada en el monasterio; los ciudadanos rellenan el bol de arroz de los monjes todas las mañanas, y las pagodas son verdaderos centros de reunión social, donde familias completas pasan la tarde rezando y meditando. La interconexión entre monjes y birmanos es absoluta, de manera que lo sucedido en septiembre se convirtió en un enorme agravio para la población. La pésima gestión de la tragedia ocasionada por Nargis es una terrible muestra más de la indiferencia de la Junta Militar hacia la población, en un país que estaba destinado a ser la joya del sureste asiático.
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