León Bendesky
De no ser por el alto precio del petróleo en el mercado de exportación, la economía mexicana mostraría una cara muy distinta a la que actualmente reflejan las cifras oficiales. Por supuesto, ésta es una consecuencia no planeada.
En el presupuesto federal se estimó un precio de la mezcla mexicana de exportación de 46.6 dólares por barril. Durante este año el precio promedio ha estado por encima de esa cifra y creciendo; el viernes 9 de mayo, el barril de esa mezcla se cotizó en 105.42 dólares.
Los excedentes que ingresan por el crudo están manteniendo de modo artificial la estabilidad económica. Pero ni eso es suficiente. La inflación anual medida de abril de 2007 al mismo mes de 2008 fue, según el Banco de México, de 4.55 por ciento, bastante por encima del objetivo fijado de 3 por ciento. La medición anualizada del mes pasado fue de 4.25 por ciento, lo cual indica que la inercia inflacionaria está ya instalada.
Y si se advierten los movimientos en los productos cuyos precios son más volátiles, eso que en la técnica actual de medición del comportamiento del índice de los precios al consumidor se llama inflación no subyacente, se aprecia que las fuerzas del mercado son alcistas, como ocurre, entre otros, con los precios de los alimentos. Por otra parte están los precios de los bienes y servicios administrados por el gobierno y los que se fijan en mercados prácticamente monopólicos, como los de la telefonía y, en general, las telecomunicaciones, así como los servicios bancarios.
La inflación en México está subvaluada. La distinción entre el componente subyacente (poca volatilidad de los precios) y la no subyacente (alta volatilidad) equivale al final a hacer política monetaria y fijar las tasas de interés, es decir, el precio del crédito, a partir de una medida de inflación a la que se quitan los elementos que hacen que los precios suban más. Esta paradoja es parte del poder de la técnica, que resulta bastante opaca en una época en que la democracia se asimila, precisamente, con la transparencia.
Con estas argucias estadísticas y con la afluencia de dólares por la exportación de petróleo y las remesas (cuyo flujo ha decaído este año) se han mantenido bajas las tasas de interés. Los Cetes a 28 días pagan hoy 7.43 por ciento anual, por debajo del objetivo de 5 por ciento. Las reservas internacionales se mantienen en casi 85 mil millones de dólares y sirven para sostener un tipo de cambio oficial de 10.56 pesos por dólar.
Nunca va a estar tan barato el dólar y el incentivo para deshacerse de los pesos va ir creciendo. La paridad, además, encarece las exportaciones de los bienes cuyos precios se denominan en pesos y abarata las importaciones. Cuando el banco central y Hacienda quieran reaccionar va a ser, como de costumbre, demasiado tarde para evitar otra crisis cambiaria. Mientras tanto, hay que mantener la veladora prendida para que el petróleo siga por las nubes. Los milagros son necesarios hasta para pretender que se hace una buena política económica.
Esta situación monetaria y financiera favorece, entre tanto, el crecimiento de la deuda de las familias. Las estadísticas del propio Banco de México indican el aumento de la cartera vencida de los bancos en tarjetas de crédito e hipotecas. Esto ocurre a pesar de que las tasas de referencia siguen bajas, pero el diferencial con lo que cobran los bancos sigue siendo muy alto. Cuando empiecen las alzas de las tasas la situación será más grave. Pero mientras los bancos siguen en jauja y reportan grandes ganancias, luego ya se verá qué se inventa para evitar otra vez que pierdan.
Por su lado, las cifras del desempeño de la producción aún no indican una rebaja en el crecimiento (el 22 de mayo el INEGI publicará los resultados del primer trimestre del año). Pero uno debe preguntarse sobre la imagen que ofrecen esas cifras cuando por ejemplo se estima que la economía informal representa entre una tercera parte y la mitad del producto.
Y no pueden dejarse de lado las cifras de empleo, tan valoradas por el gobierno. Esos datos son cuestionables en cuanto a los métodos para levantar las encuestas. Pero son ficticias en cuanto el mercado laboral muestra resultados que no deberían aislarse del fenómeno de la migración, que sin duda ha modificado significativamente su estructura y funcionamiento. La cantidad de empleos disponibles, su calidad, la relación entre la oferta y la demanda de trabajo y los niveles generales de ingreso por salarios expresan grandes distorsiones en la economía que no se reducen. Al contrario.
Todas esas cifras oficiales, que se producen con periodicidad puntual, se toman generalmente a pie juntillas para analizar el comportamiento de la economía, fijar pautas de la política pública, la propaganda gubernamental y la satisfacción de los pocos empresarios que tienen mayor control sobre el mercado.
Técnica y milagro se conjuntan de manera retorcida hoy nuevamente en la economía mexicana. Lo que sigue ausente es una acción conciente para aprovechar la abundante renta petrolera y de remesas para ir arreglando el desajuste estructural que impide crecer sostenidamente, reducir la desigualdad social y establecer una ruta posible de desarrollo en el futuro casi inmediato. Luego de casi 30 años no se ha aprendido prácticamente nada para “administrar la abundancia”, quimera de gobiernos emanados de la Revolución y de la “nueva democracia”.
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