Alfredo Jalife-Rahme
La Convención de Armas Químicas fue firmada por 184 países y busca la destrucción de todos los arsenales. En la imagen, elementos del NRBC protegidos totalmente con ropa especial realizan una práctica de rescate en Medina de Pomar, cerca de la ciudad española de Burgos el 14 de mayo. Foto: Reuters
La aciaga presidencia de Baby Bush ya fue marcada por el estigma de sus mendacidades sobre la posesión de “armas de destrucción masiva”(ADM) de sus enemigos, como acaba de revelar su anterior jefe de prensa y ex íntimo amigo, el texano Scott McLellan, en sus demoledoras memorias que han puesto de cabeza a una agónica administración que acapara el mayor repudio internacional y, sobre todo, doméstico.
Las armas nucleares, biológicas, químicas y radiológicas pertenecen a la panoplia de las laxamente definidas ADM, es decir, susceptibles de aniquilar gran número de seres humanos y/o provocar inmenso daño a la infraestructura y a la biosfera.
El tema de las ADM se ha vuelto el instrumento favorito del régimen torturador bushiano, su principal poseedor y utilizador mundial en todas sus variantes, para exorcizar a sus enemigos gracias al terrorismo desinformativo de sus omnipotentes multimedia que deberían formar parte de la definición original debido a la devastación planetaria que promueven mediante sus mendacidades. En su tratamiento del “caso Irak” quedó manifiesta la manera en la que el régimen torturador bushiano inventó la posesión de armas químicas con el fin de capturar su oro negro.
Cabe señalar el delicado asunto de las armas químicas,uno de los componentes letales de las ADM, que revela en todo su resplandor el desprecio del régimen torturador bushiano al derecho internacional, al que violenta mediante su uso indiscriminado de la fuerza bruta: su línea de solución a los contenciosos políticos del mundo.
La Convención de Armas Químicas (CAQ), firmada por 184 países, consiste en un acuerdo administrado por la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPCW, por sus siglas en inglés), que es independiente de la ONU y que elaboró varios pasos desde su inicio hasta la destrucción completa de los arsenales contemplada para abril del 2012. Albania es el único país en haber completado la destrucción estipulada.
Bajo un acuerdo del G-8, el apoyo financiero para la destrucción del arsenal químico ruso provenía primordialmente de Estados Unidos, además de Gran Bretaña, Alemania, Holanda, Italia y Canadá que aportaron en su conjunto alrededor de 2 mil millones de dólares en 2004.
La Oficina de Contabilidad General (GAO, por sus siglas en inglés), anunció que no concluiría la destrucción total en la fecha límite, mientras el Pentágono espera disponer de los ominosos deshechos de su almacenamiento en Colorado y Kentucky hasta 2023 (C&EN; 18/1/07).
Estados Unidos ha gastado 20 mil millones de dólares y planeaba desembolsar otros 40 mil millones para contribuir sustancialmente a la erradicación de las armas químicas de la faz de la Tierra. ¿La grave crisis financiera que padece Estados Unidos habrá orillado al cese fulminante del financiamiento de la destrucción de las armas químicas rusas o, quizá, intenta avanzar una agenda oculta de rearme bio-químico?
En una clásica aplicación de la política de “humo y espejos”, el belicismo de Estados Unidos ha llegado a tales grados que mediante subterfugios pueriles pretende retrasar la fecha de expiración de la CAQ, con el fin de crear los llamados “armamentos químicos no letales” (¡súper sic!) cuya investigación es coordinada por el Directorio Conjunto de Armas No Letales (JNLWD, por sus siglas en inglés), un área especialmente diseñada en el Pentágono para los marines. Por cierto, su laboratorio de experimentación colabora con la Universidad de Pensilvania. ¡A lo que han llegado las universidades del neoliberalismo!
¿Cómo un “arma” puede ser “no letal”?
La JNLWD incorpora los más recientes logros tecnológicos de la poderosa industria farmacéutica con el fin de crear este ingenioso tipo de armas que pretende aniquilar a los humanos en forma incruenta y silenciosa. Se trata de una verdadera intoxicación masiva que puede incluir desde la parálisis neuromuscular de los individuos hasta su catatonia generalizada.
Para encubrir a las “armas químicas no letales” (AQNL) con una aureola de legitimidad, y que puedan ser usadas como simples gases lacrimógenos, el Pentágono intenta promoverlas como nuevos medios químicos de combate contra los disturbios callejeros y el terrorismo.
Durante la ratificación de la CAQ, el Congreso de Estados Unidos realizó 28 correcciones que reducen considerablemente la inspección internacional bajo el pretexto de “proteger la seguridad nacional”, que impiden el monitoreo en las instalaciones y llegan hasta prohibir la toma de muestras y su análisis en laboratorios fuera de Estados Unidos.
Cabe señalar la brutal presión que ejerce Estados Unidos sobre Rusia, que posee la mayor dotación de armas químicas en el mundo, mediante una doble política deliberadamente contradictoria: por un lado, se comporta como el líder de la destrucción de armas químicas en la tribuna de la OPCW y, por otro, utiliza obstáculos técnicos y financieros para atrasar la consecución de su abolición.
El año pasado el consejo ejecutivo de la OPCW constató en su sección 49 la abolición de 20 por ciento de las armas químicas rusas, que prosigue conforme al cronograma establecido. Pese a ello, Estados Unidos cesó prácticamente su apoyo financiero a Rusia. Se pone en evidencia que el régimen torturador bushiano busca dos cosas: exorcizar a Moscú por el incumplimiento del calendario en 2012 y/o desarrollar las AQNL bajo el pretexto de autoprotección.
Mark Wheelis enuncia que la investigación de las AQNL es “provocativa y desestabilizadora”. Se trata de una “apuesta fáustica”: “la búsqueda de incapacitantes químicos con propósitos militares viola la CAQ” (Issues In Science and Technology; primavera 2003).
Por su parte, Geoff S. Fein asevera que “las AQNL han encontrado su nicho en el combate urbano” y constituyen una genuina guerra química (National Defense, marzo 2004).
La excelsa Federación de Científicos Estadunidenses reporta que las armas bio-químicas no letales “pueden ser colocadas en dos categorías: agentes antimateriales e incapacitantes”; los primeros son microbios creados por ingeniería genética que producen ácidos y enzimas que degradan sustancias como el cemento, lubricantes, poliuretano, pinturas y combustibles; los segundos poseen un efecto “tranquilizante en los humanos, y pueden causar síntomas como náusea, pensamiento desorganizado y alucinaciones”. Hasta donde nos quedamos tales síntomas en siquiatría representan una sicosis funcional.
¿Desea Baby Bush enloquecer al mundo a su imagen y semejanza mediante su nueva guerra química “no letal”?
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