La discriminación, una lacra
En su libro Iglesia católica y homosexualidad, el sacerdote Raúl Lugo afirma categórico:“Las iglesias cristianas están obligadas a intentar nuevos caminos que culminen en la aceptación y normalización de los homosexuales en la vida eclesial. Y esto no partirá de una decisión cupular, sino de experiencias nuevas que se legitimen desde la base de los cristianos.”De 224 páginas, el libro señala que “muchos jerarcas de la Iglesia católica” utilizan los textos bíblicos “para denigrar, ofender, humillar a las personas de orientación homosexual, olvidando que el objetivo de la revelación escrita es conseguir vida digna y plena para todos y todas”.Por esto, dice, “la doctrina de la Iglesia ha llegado a un punto ciego… no encontramos avances doctrinales sustanciales con respecto a la homosexualidad”. Las posturas eclesiásticas sobre el tema –agrega– “no se encuentran fundamentadas en la realidad y parten de un prejuicio antihomosexual que culmina en un juicio moral condenatorio”.Y menciona algunos documentos eclesiásticos que externan esta postura condenatoria, como la Declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual, que data de 1975, y la Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, de 1986. Ambos documentos fueron expedidos por la Congregación para la Doctrina de la Fe, el último cuando el actual Papa, Benedicto XVI, estaba a cargo de esa congregación. El libro resume así la postura de la Iglesia: “No hay pecaminosidad en ser homosexual, pero los actos homosexuales sí son pecaminosos”. Esto equivale –dice el sacerdote– a “un papá que le dice a su hijo: ‘No hay nada de malo en que quieras ser músico… pero ¡cuidadito con tocar ningún instrumento!’”.Así, en la Iglesia “solamente le queda al homosexual el camino de la castidad, entendida ésta como abstinencia de relaciones sexuales”.Es necesario recurrir a la ciencia para hablar sobre la condición homosexual, puesto que “ninguna construcción teológica de tipo moral puede hacerse sin el apoyo de una sólida base científica”.Dice: “Los estudios parecen ir apuntando a la demostración de que cierto factor genético o biológico, y por tanto innato, debe ser considerado en la consolidación de una preferencia sexual”. Así, “hay un elemento constitutivo involuntario en las personas homosexuales”, por lo que la Iglesia católica tendría que abandonar su postura de considerar como “pecaminosos” a los actos homosexuales.Argumenta: “Si el homosexual no ha sido libre ante lo que siente, sino que lo ha recibido como algo dado, como parte de su naturaleza, entonces la tendencia homosexual no puede ser calificada de pecaminosa”.Más adelante, reafirma: “La homosexualidad, queda cada vez más claro, no es la desviación de una naturaleza heterosexual que se ha constituido culturalmente como la norma para todos, sino que es otra manera, así sea minoritaria, de vivir la sexualidad, que ha existido siempre y que, a pesar de miles de años de señalamiento y hostigamiento, no ha desaparecido”.Cita estudios de Sigmund Freud en los que afirma que la homosexualidad no es una “enfermedad” ni una “degradación”, sino una “variación de la función sexual”. Incluso señala que Jesucristo jamás condenó a los homosexuales: “No encontramos ningún texto evangélico y ninguna referencia en la praxis de Jesús que lo muestre condenando la homosexualidad… Jesús nunca discriminó a nadie… sus enemigos fueron, precisamente, aquellos que usaban la religión para discriminar y marginar.”Sostiene que “la fidelidad a la Iglesia no está por encima de la fidelidad al Evangelio. Iglesia y Evangelio no deberían estar nunca en contraposición, pero sinceramente creo que en el caso de la doctrina sobre la homosexualidad sí lo están”. Aclara que, en este punto, “es lícito mantener una posición distinta a la que proclama la Iglesia”. Menciona cuatro “lacras” que deben ser desterradas de la Iglesia: la primera es esa postura eclesiástica que considera a la sexualidad como algo “malo” y “sucio”, la segunda es la idea de que el sexo tiene como única finalidad la procreación, la tercera es la “culpabilización del placer” y la cuarta lacra es enjuiciar a las personas por lo que hacen “en la cama” o de la “cintura para abajo”.Por último, el padre Lugo hace las siguientes propuestas en su libro:“Hay que ofrecer retiros y momentos de encuentro para las personas homosexuales en nuestras iglesias. Hay que bendecir las casas en las que viven. Hay que invocar la bendición de Dios sobre sus uniones. Hay que acompañarlos en su discernimiento humano y cristiano. Hay que trabajar con los padres y madres de chicos y chicas homosexuales. En fin, hay que responder al reto con algunas acciones que vayan, poco a poco, abriendo espacios para la normalización de los homosexuales dentro de la Iglesia. Aunque hacerlo conlleve dificultades y aun sanciones.” l
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