Michel Balivo
(Humanidad y no más ideologías)
A veces cuando envío los artículos semanales a los sitios que amablemente me publican, algunos amigos me recomiendan otros sitios donde acostumbran publicar opiniones y cuentos. Me dicen con todo respeto que ellos dan preferencia a la información de hechos concretos. Y seguramente tienen toda la razón y el derecho, porque en verdad yo nunca he logrado establecer donde se diferencian netamente las informaciones, las opiniones y los cuentos.
Por eso comienzo advirtiéndoles que este articulo es una invitación a hacer turismo de aventura. Y antes de que reserven su cupo quiero aclararles que es necesario ser un aventurero muy especial. Porque quiero llevarlos a remontar el río de la historia. Y por ese curso contracorriente llega un momento en que el cauce se desdibuja volviéndose impreciso.
En ese terreno de desdibujadas y confusas fronteras donde nadie ha pisado, y si lo han hecho no quedan registradas sus huellas, fue donde descubrí que ni la historia ni la realidad están terminadas, escritas, porque incluyen la actividad creativa de la conciencia humana que puede y va cambiando el guión esencial momento a momento.
Esas fronteras son algo así como flexible y moldeable arcilla, que cobra forma en manos del hábil o torpe aprendiz de alfarero, a medida que las piensa, concibe, imagina, observa, intenta, actúa, experimenta. Siendo incapaz de repetir una obra por mucho que lo intente.
No existen allí formas rígidas, estáticas, hechas, como si fuesen productos terminados de una cadena en serie que uno compra y se lleva a casa para usarlo. Esa realidad está encadenada, influida, interactúa con los pensamientos, intuiciones y acciones de la mente humana. Su ubicación no es exactamente geográfica.
Más bien se localiza en un momento de relación de la conciencia con el mundo, en el que la insatisfacción con las limitaciones de las posibles experiencias disponibles, nos llevó a imaginar e intentar otras posibilidades. Podrán pensar que eso es algo totalmente loco.
Lo mismo pensaron los científicos en la época que los hermanos Wright quisieron volar como pájaros o cuando Colón decidió comprobar si el mundo era bidimensional, chato, y terminaba en el horizonte perceptual. O si era tridimensional, esférico, y tenía profundidad como pensaba Copérnico, resultando casi rostizado por la inquisición, y por tanto era posible circunnavegarlo.
Salvo que seamos pigmeos que vivimos en nuestro hábitat natural del Amazonas, ignorados e ignorantes del mundo que palpita más allá de nuestro horizonte perceptual, uds. como yo han de conocer los resultados de tales aventuras.
Lo que ni uds. ni yo conocemos ni podemos asegurar con certeza, salvo que pretendamos haber trascendido plenamente las limitaciones de la mente colectiva y resuelto todas la problemáticas existenciales históricas, es si ese mundo tridimensional era una cosa externa que existía pese a la ignorancia de nuestra mente bidimensional.
O tal vez tenga razón el mentalismo que pretende que nuestra conciencia, la mente humana es la única realidad, que crea inconcientemente, desapercibidamente todos los escenarios posibles para experimentarlos. En esa dualidad, ambivalencia, dilema, nos hemos debatido desde que tenemos conciencia y nos llamamos humanos, tal vez antes.
Es la famosa discusión entre la prioridad del espíritu o la materia, siempre acompañada por la inmemorial lucha entre el bien y el mal y cual predominará al final, erradicando del mundo para siempre a su irreconciliable oponente. Pero no es ese el único ámbito en que la dualidad, la ambivalencia y los dilemas sin solución conocida ni visible, luchan entre si.
También el placer lucha con el dolor para erradicarlo para siempre jamás del cuerpo, la mente y el mundo, pese a que ambos han convivido desde siempre equilibrada y amistosamente en cada cuerpo y este no puede existir sin ellos.
Los enamorados, como los deseos y sus objetos, como el perro a su cola, se persiguen sin descanso posible, sin jamás alcanzarse ni fundirse el uno con o en el otro. En el nivel de expresión religiosa esa imposibilidad se relata como el mito de la pérdida de la unidad, la inocencia y/o la expulsión del paraíso.
En las experiencias cotidianas eso sucede con la sencillez despreocupada del niño y sus juegos, hasta que llega no se sabe como ni de que cielo a la tierra, la adolescencia, el despertar sexual. El hasta entonces ignorado sexo opuesto, adquiere entonces una gran variedad de deseables matices inexistentes hasta un instante antes. ¿Será que existían ya en el mundo o en alguna especie de depósito corporal que los libera a gusto y deseo del consumidor?
La inocencia ha paseado por cielos y tierras buscando su casa natal; niñez, indígenas no corrompidos por la civilización, pueblo simple y puro no contaminado por la burguesía. Pureza femenina de la virginal flor de inmaculados pétalos, pureza inmaterial del cielo que nada ni nadie puede atrapar, mancillar, prostituir.
Idealismo caballeresco, masculino, dispuesto a morir por una causa noble. Solo que hoy en un mundo contaminado y alterado climáticamente, con satélites que exploran el universo y nuestro planeta, poblado de incrédulos que hemos frustrado una y otra vez nuestras ilusiones, se hace difícil inventarle o encontrarle padres adoptivos y un nuevo hogar a estos pobres huérfanos.
Es en estas circunstancias, en este oscuro callejón donde se me desdibujan los caminos y todo se vuelve confuso, difuso. Porque no me queda más que reconocer que estoy paseando por mi memoria, proyectándome en mi imaginación, sintiendo los impulsos de mi cuerpo, observando como se traducen a representaciones mentales, imaginería y abstracciones.
No se uds., pero yo cuando menos no he visto al tiempo ni a la vida paseando ni pasando por ninguna parte como acostumbramos decir, solo puedo sentirlo e imaginarlo. Tampoco me he preguntado jamás por qué tengo hambre y tengo que satisfacerla, especialmente cuando las sensaciones son particularmente intensas e imperiosas.
Mucho menos me he preguntado qué es el enamorarse cuando lo estoy experimentando. En todo caso lo he hecho cuando se ausenta y solo experimento su ausencia o añoranza. Al revés que con el hambre, que si lo pensamos es una vez satisfechos, y a veces hasta tristes, porque como en el caso del enamoramiento, una vez satisfecho el deseo, la deslumbrante promesa del ensueño se destiñe y uno se pregunta, ¿era para tanto?
Por eso decía al principio que nunca he tenido claro donde se diferencian las noticias, las opiniones y los cuentos. No entiendo como es que se habla de política, economía, sociedad desde concepciones e ideologías abstractas, intentando imponérselas, superponérselas a los seres vivientes. Por eso es que nos llevamos tantas decepciones y desilusiones.
Porque esperamos que consensos racionales y fríos mecanismos institucionales resuelvan nuestras problemáticas viscerales. Pero, ¿pueden las ideologías, los idealismos, los discursos y sermones alimentar los estómagos? ¿Pueden las modernas ciudades vivir sin alimentos, agua, aire? Es decir, ¿Podemos prescindir de los reinos naturales?
¿Puede el primer mundo desarrollado o las élites superiores de sangre azul, heredera de los dioses, pueden las respetables y veneradas jerarquías eclesiásticas comprar con todo su dinero y abolengo tierras cultivables, aires y ríos puros, hielos no derretidos? ¿Puede sustituir las especies condenadas a la extinción, crear otras nuevas que vivan en un mundo estéril?
Pareciera entonces que hemos llegado a circunstancias extremas donde las limitaciones de nuestro conocimiento práctico e ideologías se estrellan con hechos que las desbordan poniendo en evidencia su inoperancia. En esta coyuntura histórica, en este aparente dilema sin salida parece haber solo dos actitudes.
Una la podemos apreciar en la autoafirmación del tropismo que nos ha traído justamente a estas circunstancias, y pese a que no todo es blanco y negro y los matices son infinitos, yo diría que las reacciones retrógradas y prehistóricas del supuesto primer y viejo mundo, entiéndase EEUU y Europa, son claramente ejemplificadoras.
La otra la podemos apreciar en el nuevo y subdesarrollado mundo, nuevamente con variados matices. No digo “nuevo” en el sentido de que Europa lo haya “descubierto”, como si sus milenarios pobladores y civilizaciones hubiesen venido a la existencia en el momento que la mirada europea los vio sorprendida por primera vez.
Tampoco digo “viejo” en el sentido temporal, como si nada de lo demás hubiese existido antes salvo Europa y su cultura. Me refiero más bien a la actitud retrógrada de afirmar las viejas respuestas frente a un nuevo mundo y circunstancias, antes que abrir la mente e intentar respuestas alternativas y ajustadas a los que nos toca vivir y resolver.
En Venezuela por ejemplo, volvemos sensatamente a dar prioridad a la alimentación, es decir volvemos a la tierra, al respeto por el ecosistema. Tal vez porque no cargamos con tantas ideologías milenarias, no tenemos un ego tan sobreestructurado y abstracto que se haya identificado con el cemento y el aire acondicionado, experimentando asco por la sucia tierra y los esforzados y sudorosos trabajadores de las clases bajas, pobres y oscuras que los realizan.
En Venezuela intentamos volver a la sociedad abierta, abarcante e inclusiva. Implementar misiones que humanicen el mundo en lugar de cosificarlo. Buscamos a los más discriminados y vulnerables que dan testimonio del abandono, el destrato y desinterés a que fueron sometidos por una sociedad que se dedicaba a perseguir zanahorias en el tiempo, imitando las supermetrópolis y su supuesta modernidad.
Hoy despertando de nuestros sueños en el tiempo, volvemos los ojos al mundo y vemos avergonzados en las desesperanzadas miradas que caminan sin rumbo por nuestras calles, los resultados de ensimismarse en los propios temores, deseos e intereses. ¿Pueden embellecerse las casas y las ciudades, sembrar hermosos jardines y fuentes, mientras se desatienden, ignoran y dejan morir de hambre y tristeza sus habitantes?
¿Pueden promoverse los monocultivos para la exportación y desmontar el Estado privatizándolo todo, dejándolo en manos del supuesto libre mercado? ¿No es una lógica consecuencia de esa dirección el que los habitantes de ese país lleguen a quedar desabastecidos de alimentos y no haya nadie que pueda hacer nada, ya que se vulneran los supuestos derechos y libertades de los productores?
¿Qué mundo moderno estamos construyendo? ¿No será más bien un mausoleo como antesala del cementerio colectivo? ¿No será la venganza de algún dios o demonio resentido y envidioso porque los hombres crecieron y dejaron de adorarlo?
Ahora los indigentes y niños de la calle son recogidos y atendidos en sus necesidades de todo tipo, en lugares que se van construyendo especialmente para ello. Los minusválidos han sido censados con el apoyo de una misión cubana para proveerlos de todo lo necesario. Las madres con hijos y sin los recursos necesarios para criarlos, reciben una pensión mientras se van capacitando para desempeñarse dentro de sus comunidades.
Esa es la cara urgente e impostergable de las misiones humanizadoras del mundo. La otra es involucrar a todas las comunidades en ellas, para que sean ellos mismos los que desarrollen una nueva mirada y conducta solidaria, para que despierte esa sensibilidad dormida, anestesiada en el camino de una práctica social deshumanizante, bárbara.
Cuando así se reabren las puertas cerradas de la historia, de los hábitos y creencias acumuladas en que vivíamos atrapados, cuando la sensibilidad de la conciencia se libera de la cárcel de sus sueños y vuelve a mirar con frescura lo que la rodea, se maravilla cayendo en cuenta de que el mundo no es una cosa hecha como sentía y creía.
Ver las miradas de sorpresa, esperanza, alegría, las lágrimas de agradecimiento y liberación de la miseria en que vivían atrapados, quienes sienten tal vez por primera vez el interés de otros seres humanos, es sentir renacer dentro de ti la humanidad y darte cuenta que lo que creías un mundo inhóspito, insensible y agresivo, era en realidad una atmósfera, un modelo de pensamiento y conducta en el que vivías atrapado, hipnotizado.
Nada es de un modo o de otro, sino del modo en que lo pensamos y hacemos. Hemos recorrido un camino milenario para reconocer como el niño que abandona su hogar, cuando retorna adulto y curtido por la experiencia de vida, que en la ternura infantil estaba y era la felicidad. Pero solo por su ausencia logramos reconocer ahora su presencia.
Lo mismo sucede cuando agotado de perseguir sueños de dinero, sexo, prestigio, te encuentras, ves reflejada en la mirada de los que creías ignorantes e inferiores, la humanidad que habías perdido por el camino, y caes en cuenta de que es todo lo que quieres y necesitas. Entonces sabes que en todo ser humano vive y renace esa magia al solo toque de la varita de la solidaridad.
Nace en ti la convicción inamovible de que no hay nada que no pueda ser cambiado, recreado, salvo la creencia escéptica en la que has vivido atrapado. Una vez que como el pollito rompes el huevo del ensimismamiento, de las ilusiones, entonces sientes y sabes que lo humano no muere y renacerá desde el corazón de historia una y mil veces.
Estamos en las olas de un nuevo cambio superador de todo lo anterior. Y lo esencial es abrir las puertas, derrumbar las fronteras, liberar la creatividad, posibilitar, facilitar la participación. El resto sucede naturalmente, porque la vida no es estúpida y del mismo modo que aprende y puede uno, lo hacen todos los demás.
No hacen falta vigilantes, supervisores ni policías secretas. No hace falta saber con certeza adónde vamos, solo perder el miedo a dar el siguiente paso, salir del ensimismamiento abstracto y reconocer que vivimos en relación. Somos porque todo es, todos son. No hace falta ser ni sentirse superior, sino relajarse y volver a sentir ternura y solidaridad, cercanía, amistad. Ya Jesús el Nazareno lo decía hace dos mil años. “Amaos como yo os amé, vivid como yo viví, porque la fe sin obras es muerta. Vosotros también sois dioses y mañana haréis tan grandes o mayores milagros aún que los que hoy hago yo.” Pero nosotros nos quedamos con el “mañana”, y establecimos nuevamente abismos donde el había lanzado puentes.
Fidel Castro contestaba hace unos años a las mal intencionadas preguntas de los periodistas, sobre si el pensaba que el régimen cubano era el mejor para Venezuela. “Yo no creo que se trate de izquierdas ni de derechas, sino de amor al pueblo y voluntad para llevarlo a los hechos”.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario