Editorial
Como había anticipado el gobierno venezolano, Rusia anunció ayer la inminente realización de maniobras militares en el Caribe. Para ello, Moscú planea desplazar a la región recursos navales significativos, como el enorme buque de guerra con capacidad nuclear Pedro el Grande y el Almirante Chabanenko, el destructor más moderno de su flota de guerra.
Aunque el Kremlin ha afirmado que “se trata de una actividad planificada anteriormente, que no guarda relación alguna con la situación en el Cáucaso”, resulta significativo que este anuncio se realice en momentos de creciente tensión con la Casa Blanca tras el reconocimiento de la independencia de Osetia del Sur y Abjazia, y a sólo unos días de que el presidente ruso, Dmitri Medvedev, criticó la llegada de buques militares estadunidenses al mar Negro con “ayuda humanitaria” para Georgia: “¿Cómo se sentiría Washington si enviáramos nuestra flota a los países de la cuenca del Caribe que recientemente sufrieron las consecuencias de un devastador huracán?”
Las operaciones militares rusas en aguas caribeñas cobran especial relevancia si se toma en cuenta que la última vez que Moscú emplazó recursos militares en este hemisferio fue en el contexto de la guerra fría, una confrontación que podría reactivarse debido, en buena medida, a la ostensible incapacidad de la Casa Blanca para comprender la actual configuración del orden internacional y actuar en consecuencia.
En efecto, durante años del gobierno de Bush, Estados Unidos ha emprendido una ofensiva mundial cuyo objetivo central no es acabar con “el terrorismo internacional”, sino la implantación de un orden hegemónico unipolar, pretensión para la cual parece haber poco sustento material. Muestra de ello es la importancia que la propia Rusia tiene como el principal productor de energéticos en el mundo, y como el mayor abastecedor de gas y petróleo para la Unión Europea.
Por añadidura, la política belicista y criminal de Estados Unidos no sólo ha resultado devastadora para las sociedades de los países víctimas –entre los que destacan Irak y Afganistán–, sino también ha sembrado una sensación de amenaza constante para diversas potencias militares.
En ese sentido, el despliegue de la flota militar rusa en el área de influencia estadunidense puede explicarse como una reacción a los múltiples amagos de Washington contra Moscú. Aunque los gobiernos postsoviéticos de ese país, encabezados por Boris Yeltsin y por Vladimir Putin, hicieron cuanto pudieron por ser admitidos como socios y aliados de Occidente, Estados Unidos ha seguido tratando a Rusia como enemigo potencial. Ejemplos de tal actitud son el empeño de la Casa Blanca en instalar un escudo antimisiles en Europa oriental, sus pretensiones de extender la Organización del Tratado del Atlántico Norte a las fronteras rusas, con la incorporación de Georgia y Ucrania; su decidido impulso a la independencia de Kosovo, y el apoyo brindado al régimen de Tiflis durante el conflicto en el Cáucaso.
Sin duda, lo que menos necesita el mundo en la actualidad es el inicio de un nuevo ciclo de la llamada “diplomacia de los portaviones”, que podría, habida cuenta de las realidades multipolares contemporáneas, resultar incluso más incierto y peligroso que la pasada confrontación bipolar entre la OTAN y el desaparecido Pacto de Varsovia.
En el momento actual la comunidad internacional debe regresar la atención a sus problemas cruciales, como la miseria, la desigualdad, la insalubridad y la carencia de oportunidades de educación, que persisten a escala mundial y que plantean un caldo de cultivo idóneo para el surgimiento de fundamentalismos y rencores anticolonialistas como los que perpetraron los atentados del 11 de septiembre de 2001.
En suma, si bien es cierto que Estados Unidos sigue siendo el país de mayor capacidad militar y económica, también lo es que existen naciones que representan contrapesos importantes para sus intereses hegemónicos. Es urgente, pues, que Washington cobre conciencia de esa situación y deseche actitudes que podrían inducir una grave regresión histórica. La sociedad del país vecino puede hacer algo al respecto: impedir que John McCain –quien sería un continuador de la catastrófica política exterior de Bush– llegue a la Casa Blanca como resultado de los comicios presidenciales de noviembre próximo.
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