Mario Di Costanzo Armenta
En días pasados mi amigo Pancho, muy preocupado, me preguntó si podía decirle dónde estaba el dinero que mes tras mes venía guardando para su vejez, pues se enteró de que, de acuerdo con la información más reciente de la Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el Retiro (Consar), entre agosto y septiembre del presente año los ahorros de los casi 39 millones de trabajadores que mantienen cuentas en las diferentes Afore –operadas por instituciones privadas– mostraron una reducción de casi 12 mil millones de pesos y su rendimiento real, es decir, la tasa de interés real que pagaron a sus cuentahabientes, fue negativa.
Debo decirles que mi amigo Pancho tiene 44 años y ha trabajado desde hace 26. Y como no ha sido diputado, senador, alcalde, gobernador ni funcionario público de alto nivel vive modestamente, por lo que todo lo relativo a su pensión le aflige sobremanera.
Por ello, ante lo complejo de su pregunta y con el propósito de poder ayudarlo, le traté de explicar lo siguiente. Le dije: “Mira, Pancho, a partir del mes de marzo de este año la Consar estableció la creación de cinco ‘fondos básicos’ que manejarían los ahorros de los trabajadores de acuerdo con su edad. En tu caso, te corresponde el fondo tres”.
Y añadí: “Esto, a decir de la Consar, se hizo para diversificar los valores en los que colocarían los ahorros de los trabajadores, estableciendo la posibilidad de que, dependiendo de su edad, pudieran invertirse en ‘instrumentos, valores, acciones o deuda’ que pagan mayor tasa de interés, pudiendo ser adquiridos tanto en el mercado nacional como en el internacional”.
Le tuve que señalar que si bien los rendimientos de estos instrumentos eran más altos por ser variables, también podían generar “pérdidas”. Y que esto dependía de las condiciones del “mercado”, por lo que usualmente se establecía que “a mayor rendimiento más riesgo”.
Así, por ejemplo, el fondo uno es el de menores posibilidades de “diversificación”, es decir, de menores posibilidades de inversión en renta variable (menos riesgo). Se estableció para personas no mayores de 56 años. Y así, sucesivamente, hasta llegar al fondo cinco, para personas menores de 26, que permite una mayor diversificación de los ahorros, pero a su vez es el que “mayor riesgo presenta”.
En ese momento, en la cara de mi amigo Pancho, era evidente la preocupación, pero también expresaba gran alegría, pues empezaba a sentirse como un genio financiero por lo que estaba aprendiendo.
Proseguí con mi respuesta y le comenté que gran parte de la crisis financiera en Estados Unidos se originó porque los bancos otorgaron por mucho tiempo préstamos “hipotecarios” (para comprar casas) a personas con muy poca capacidad de pago, llamadas ninjas, pero fue tal el éxito de esos préstamos que todos los estadunidenses, ninjas y no ninjas, estaban comprando casas, muchas de ellas demasiado costosas respecto de su capacidad de pago.
Sin embargo, como consecuencia de este éxito, a los bancos estadunidenses se les acabó el dinero y para seguir prestando crearon unas figuras llamadas Trusts o Founds, que emitieron “instrumentos, valores, acciones o deuda” que pagaban una tasa de interés fija o variable y les permitieron tener dinero para seguir prestando a los ninjas y no ninjas.
En este punto, mi amigo Pancho exclamó: “¡Qué estúpidos, eso nos pasó en México con el Fobaproa. Ni parecen gringos!”
Continué diciéndole que, debido a la globalización y a que las autoridades de la Consar lo habían permitido con el propósito de mejorar el rendimiento que recibía por su ahorro para el retiro, parte de sus ahorros se invirtió en esos Trusts o Founds, que a su vez habían llegado al Bank of Texas y que éste se los había prestado a un ninja que vive en San Antonio.
Añadí que con otra parte de sus ahorros, dado que la misma Consar así lo dispuso, se adquirieron “instrumentos, valores, acciones o deuda” de otras empresas, como Comercial Mexicana, Cemex o Maseca, que a su vez resultaron severamente afectadas por sus deudas en dólares y por la crisis financiera en Estados Unidos, y sus acciones en la bolsa de valores se hicieron añicos.
En ese momento, a pesar de los conocimientos financieros obtenidos, la cara de mi amigo Pancho reflejaba enojo, frustración, indignación, preocupación y coraje, entre otros sentimientos.
Enloquecido, me pidió que le consiguiera la dirección del ninja que vive en San Antonio, Texas, para ir en su búsqueda y decirle que pagara. También me solicitó los datos de Lorenzo Zambrano, dueño de Cemex, para hacerle la misma petición.
Pero ante mi incapacidad para decirle quién tenía su dinero le llamó al gerente de su Afore y éste le dijo que, debido al “comportamiento del mercado”, se esfumaron buena cantidad de miles de millones de pesos, entre los cuales estaba parte de los ahorros de Pancho.
Al final sólo le dije: “Mira, amigo, todos estamos pagando las imprudencias y mala fe de muchos banqueros, supervisores y de todos los políticos que no quisieron o no pudieron ponerle un paro a la avaricia de algunos”.
Por eso le sugerí que fuera con Felipe Calderón y le exigiera la devolución de su dinero y bienestar, ya que tanto en ocasiones anteriores como actualmente a muchas grandes empresas y a banqueros los apoya con disminuciones de impuestos o a través de esquemas como el Fobaproa, la compra de deuda o “contratitos” con el gobierno. O bien, como ahora, entregándoles el petróleo del país.
Al final, Pancho me dijo que pronto, muy pronto, tanto él como muchas personas que están en su misma situación seguramente lo harán.
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