Antonio Gershenson
Como el dato oficial nos dice que México, en 2009, va a crecer, aunque sea poquito y, por ejemplo, Estados Unidos ya está decreciendo y el año próximo va a estar peor, pues nos venden la ilusión de que estamos y estaremos mejor. Veamos los hechos.
En Estados Unidos se anuncia, por parte de un organismo oficialmente dedicado a esto, que la crisis (o, como les gusta decirlo para que no se oiga tan feo, recesión) empezó desde diciembre del año pasado. Aunque el producto nacional bruto comenzó a declinar más recientemente, se basan, para su afirmación, en que la producción se va haciendo más lenta, en que el número de puestos de trabajo se va reduciendo por cientos de miles, en que el ingreso personal se va para abajo y en que el consumo cae cada vez más.
Ahora está en las primeras planas la industria automotriz, y es que, como hemos visto, es de las más afectadas. Es de las que más dependen del crédito; pocos son los que compran un coche de contado, frente al total de posibles compradores. Y, como sabemos, uno de los síntomas de la crisis es que los bancos no prestan. (Aquí, a menudo, no necesitamos crisis para que eso suceda.)
En Estados Unidos, donde empezó la crisis y donde la venta de automóviles es mayor, el fenómeno es muy claro. El total de ventas de la industria automotriz, nacional y extranjera, bajó, en noviembre de 2008 frente al mismo periodo del año anterior, 37 por ciento. Claro, General Motors, que es a la que peor le va, tuvo una reducción en el mismo periodo de 41 por ciento. Y no sólo es de ese país el problema, el gigante japonés Toyota tuvo una baja de 33.9 por ciento.
En México, la organización patronal y especialistas del ramo estiman que las cosas estarán peor en 2009, debido en buena medida a la alta dependencia de las exportaciones a Estados Unidos. Estiman una reducción de la producción hasta de 50 por ciento.
Como aquí no hay tecnócratas maquillando cifras, se ve el tamaño del problema. Esto implica que se comprarán mucho menos llantas, acumuladores y componentes automotrices en general por parte de las armadoras. Al desempleo existente y en deterioro se sumará otro peor.
¿Y los planes contra la crisis? En Estados Unidos está planteada la inversión pública en obras como carreteras, escuelas y fuentes alternas para generar electricidad. Se proyecta también inversión en gasto social y reducción de impuestos a capas medias y bajas de la población para mejorar el poder de compra y fortalecer el mercado interno. Pero las cantidades estimadas, a medida que avanzan no sólo los estudios sino una pavorosa realidad, van aumentando. Se ha calculado que para que se conviertan en realidad los dos millones y medio de nuevos empleos de que habla Obama, se requiere pasar de la actual contracción de 4 por ciento a un crecimiento de 2.5 a 3 por ciento anual. En Europa se empiezan a anunciar planes de recuperación.
En Brasil se aplicó el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), con una fuerte inversión, también, en obra pública y gasto social. Hay recorte presupuestal por la crisis, pero éste no se aplica a las áreas de ese plan, que incluyen la exploración y desarrollo de la “pre-sal”, de yacimientos bajo una gruesa capa salina pero con excelentes resultados en cuanto al crudo localizado y, en un caso, ya empezado a extraer. Se discute la forma de asegurar que los recursos vayan al sector público y cómo distribuirlos.
Ya hemos hablado del enorme programa de reactivación de China. Pero incluso en Kazajstán, casi del otro lado del mundo, el país ya consiguió el crédito para construir la “nueva ruta de la seda” (sobre la rama norte de lo que fue esta vía hace más de 500 años), con comunicación moderna desde su frontera occidental con Rusia, hasta su frontera oriental con China.
¿Y México? Ya vimos para dónde va la industria; no sólo la automotriz depende de sus exportaciones a Estados Unidos. Las maquiladoras dependen más. Y muchas otras se están viendo afectadas. Cada rato se anuncian o consuman despidos en masa. Pero en vez de fortalecer el mercado interno, se le afecta, como hemos visto, con aumentos constantes de precios a los principales energéticos, y su repercusión sobre los demás bienes y servicios; con una devaluación que se acerca a 40 por ciento, con su efecto en el precio de las importaciones y sobre el de los productos nacionales que usan componentes importados. No está claro cuánto habrá para nueva inversión, porque ya andan ahí los tecnócratas, tijera en mano, para los recortes presupuestales.
Es preciso hacer lo posible por frenar esta política económica e incluso liquidarla, como ya sucede cada vez en más países. De por sí está la situación crítica, de por sí viene más dura, como para permitir que la política oficial la empeore todavía más.
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