María Teresa Jardí
¿Qué significa, pregunta Carlos Puig a su auditorio radial, que pase algo así en México? Nada. En el instante en que el usurpador se retrató con el “góber precioso” de Puebla el sí a los pederastas estaba dado en el paraíso en que México se ha convertido para todo exceso degradante, denigrante, intolerable… en los lugares del mundo donde la dignidad de los gobernados se respeta.
Nada sucedió tampoco en Chihuahua cuando aparecieron en Ciudad Juárez los primero cadáveres de jovencitas, denunciadas como desaparecidas antes por sus familiares, trabajadoras de las maquiladoras con similares características físicas: delgadas, morenas, de pelo lacio y largo. Nada, a pesar de las muchas similitudes también por lo que tocaba a los perversos hechos con los que se les arrebata la vida que las hermanaban: violadas y brutalmente torturadas antes de ser asesinadas y tirados sus cadáveres como basura en lotes baldíos. Nada. No sucedió nada. Y lo más probable es que, algunas, al menos, hayan sido usadas para aparecer en películas para los mismos pervertidos que se excitan viendo correr a niños desnudos, sólo que mucho más ricos, que se excitan también viendo cómo se abusa de las mujeres antes de asesinarlas.
Las autoridades responsables, cuando no coló lo de la fuga con el novio, pasaron a convertir, los claros homicidios seriales, en problemas intrafamiliares. Abdicando de su función de procurar justicia: “porque a los ricos en México no se les toca”. Y la sociedad mayoritariamente convirtió a la indiferencia en parte del paisaje y siguió viendo la telebasura para enajenarse ante el horror que en el fondo sabía que había alcanzado Juárez, sin reversa posible ni en el corto ni el mediano ni en el largo plazo. Pero como la corrupción es como la peste que acaba por contaminarlo todo y como la impunidad es la peor de las lacras, el estado completo de Chihuahua acabó por convertirse en uno de los lugares más inseguros del planeta.
No es un lujo el que la humanidad se haya dado las leyes necesarias para castigar la corrupción impidiendo que la impunidad se convierta en la regla.
“Si fuera un hecho aislado sería preocupante”, escucho decir a Sabino Bastida, en el mismo noticiero radial que, de casualidad, porque le interesó el tema a una solitaria diputada y lo siguió otra solitaria reportera, se hace público con relación a los niños tratados como ganado que dan vueltas desnudos en los ruedos a los que asiste el presidente municipal de Hueytlalpan, Puebla. Niños indígenas a los que les paga, informa la reportera, el animador, que seguramente es también el dueño, que va de fiesta en fiesta, llamado Sonido LEO. Es decir, no es un caso aislado el denunciado por la diputada perredista. A partir de los datos que el propio noticiero va recabando y comunicando a su auditorio salta que es cotidiano en la Sierra de Puebla el hecho, monstruoso, que tiene que ver con la tolerancia a los pederastas, que con el retrato del usurpador con el gobernador de Puebla, convirtiera, el usurpador, en impunemente tolerado. Impunemente tolerado, sí, uno de los delitos más aberrantes que pervertidos enfermos sexuales cometen. Con esa foto se garantizó, en pago al apoyo recibido para convertirse en usurpador, la impunidad para los abusadores de niños y niñas a los que se les acaba la vida, al igual que se toleró el asesinato de jovencitas en Ciudad Juárez para disfrute de otros pervertidos más ricos. Los de la Sierra de Puebla tienen que conformarse con los niños indígenas. Los de la frontera pueden pagar las películas que recrean el crimen de las jovencitas para verlas cada vez que quieran. Igual de canallas unos y otros. Pero es la impunidad que empieza por legalizar el fraude para que quien se sabe por el Poder Judicial que es un usurpador, ocupe el puesto que los ciudadanos no le dieron y “nobleza” obliga a tomarse la foto que garantiza que no serán en México castigados los pederastas.
600 adultos, incluido el presidente municipal de Hueytlalpan, Puebla, permitiendo y disfrutando el que se denigre, degrade y exhiba desnudos a niños indígenas paupérrimos a cambio de dinero: 50 pesos por quitarse la camisa, 50 por los pantalones y 50 más por los calzones. Niños dando vueltas a un ruedo como ganado exhibido para su posterior abuso, demuestra, como dice también Bastida, que la sociedad que no cuida a sus niños es porque ha perdido todos los límites y cuando la indeferencia se torna parte del paisaje, digo yo, todo es posible. Y en manos de esos impresentables presidentes municipales, como Juan Martín Barrientos, los legisladores han dejado la posibilidad de llenar también el país de casinos.
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