23 abril 2009
De niño le enseñaban a uno los nombres de los dedos de la mano, del más pequeño al más gordo: niño chiquito, señor de anillo, tonto loco, lamecazuelas y matapiojo. Siempre me hizo gracia el de en medio; la explicación era que se trataba del más torpe y —en esos tiempos de tierna infancia— el más inútil.
Ahora no es algo tan gracioso: el tonto loco es un tipo que fue presidente de este país; que le hizo un grave daño a México; que cometió una larga serie de abusos y raterías por los que no ha sido ni juzgado ni castigado; que nos hizo quedar en ridículo en medio mundo; que descarriló el proceso democrático en 2006 y que por su intervención descarada nos heredó una presidencia débil y manchada de origen por la sospecha; con todo lo que ello ha significado para la nación. El propio Tribunal Electoral reconoció en su dictamen que la grave injerencia del entonces presidente puso en riesgo el proceso y el mismo Fox proclamó que el triunfo le correspondía. Todavía antier, en su megalomanía enfermiza, se cita en tercera persona diciendo que “el PRI está tratando de utilizar al presidente Fox para sus deleznables propósitos”. ¿El presidente Fox? ¿Y ahora? ¿Pos éste? Yo no sé qué opinen en Los Pinos, pero supongo que no les hace mucha gracia.
Pero además del desastre de 2006, Fox cometió numerosos crímenes de toda índole. Algunos de carácter político e histórico. Otros de la más baja ralea. Todos igualmente reprobables:
—La degradación de la institución presidencial desde su llegada a la residencia oficial: el escándalo del toallagate; la ridiculez onerosa de las cabañitas acogedoras y la arrogancia de nuevos ricos —de él y toda su parentela— sólo comparable a la llegada de los Beverly de Guanajuato.
—Vicente Fox traicionó la Constitución desde que juró el cargo, con sus irresponsables saludos familiares y luego con la formación de la “pareja presidencial”; más tarde, con la necedad interesada y desquiciada de hacer presidenta a una vendedora de Purina.
—Desperdició la oportunidad histórica de una bonanza económica mundial y seis años de ingresos petroleros irrepetibles que se esfumaron en el mar de lodo ineficiente y pestilente de su administración.
—Nos ridiculizó ante el mundo con patinazos como el de José Luis Borgues en España y el “comes y te vas” con Castro en Monterrey.
—Su desquiciamiento mental lo llevó a creer que como había sacado al PRI de Los Pinos, tenía derecho a toda clase de delitos y a la total impunidad.
—Se ha burlado una y otra vez de nuestro proceso democrático al recomendar cínicamente a los funcionarios panistas que dejen sus oficinas y se salgan a hacer campaña como él lo hizo siendo presidente.
—A quién, si no a un demente nostálgico del poder, se le ocurre hacerse una réplica del despacho presidencial en su megamansión que, junto con el Centro Fox, se hizo construir con dinero público.
El Vaticano tiene razón: Fox está loco. Pero loco y tonto, tiene que rendir cuentas. ¡No más faltaba!
Ahora no es algo tan gracioso: el tonto loco es un tipo que fue presidente de este país; que le hizo un grave daño a México; que cometió una larga serie de abusos y raterías por los que no ha sido ni juzgado ni castigado; que nos hizo quedar en ridículo en medio mundo; que descarriló el proceso democrático en 2006 y que por su intervención descarada nos heredó una presidencia débil y manchada de origen por la sospecha; con todo lo que ello ha significado para la nación. El propio Tribunal Electoral reconoció en su dictamen que la grave injerencia del entonces presidente puso en riesgo el proceso y el mismo Fox proclamó que el triunfo le correspondía. Todavía antier, en su megalomanía enfermiza, se cita en tercera persona diciendo que “el PRI está tratando de utilizar al presidente Fox para sus deleznables propósitos”. ¿El presidente Fox? ¿Y ahora? ¿Pos éste? Yo no sé qué opinen en Los Pinos, pero supongo que no les hace mucha gracia.
Pero además del desastre de 2006, Fox cometió numerosos crímenes de toda índole. Algunos de carácter político e histórico. Otros de la más baja ralea. Todos igualmente reprobables:
—La degradación de la institución presidencial desde su llegada a la residencia oficial: el escándalo del toallagate; la ridiculez onerosa de las cabañitas acogedoras y la arrogancia de nuevos ricos —de él y toda su parentela— sólo comparable a la llegada de los Beverly de Guanajuato.
—Vicente Fox traicionó la Constitución desde que juró el cargo, con sus irresponsables saludos familiares y luego con la formación de la “pareja presidencial”; más tarde, con la necedad interesada y desquiciada de hacer presidenta a una vendedora de Purina.
—Desperdició la oportunidad histórica de una bonanza económica mundial y seis años de ingresos petroleros irrepetibles que se esfumaron en el mar de lodo ineficiente y pestilente de su administración.
—Nos ridiculizó ante el mundo con patinazos como el de José Luis Borgues en España y el “comes y te vas” con Castro en Monterrey.
—Su desquiciamiento mental lo llevó a creer que como había sacado al PRI de Los Pinos, tenía derecho a toda clase de delitos y a la total impunidad.
—Se ha burlado una y otra vez de nuestro proceso democrático al recomendar cínicamente a los funcionarios panistas que dejen sus oficinas y se salgan a hacer campaña como él lo hizo siendo presidente.
—A quién, si no a un demente nostálgico del poder, se le ocurre hacerse una réplica del despacho presidencial en su megamansión que, junto con el Centro Fox, se hizo construir con dinero público.
El Vaticano tiene razón: Fox está loco. Pero loco y tonto, tiene que rendir cuentas. ¡No más faltaba!
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