Adolfo Sánchez Rebolledo
Apenas ayer David Brooks, corresponsal de La Jornada en Nueva York, reportaba las molestias causadas en ciertos círculos republicanos por la actitud del presidente Obama en los foros internacionales de semanas recientes. Previsibles muchas de ellas, lejos de restarle importancia, en realidad las puyas contra la supuesta debilidad del novel mandatario subrayan la trascendencia del nuevo estilo presidencial y la complejidad de la ruta recién iniciada. Sin duda, hay enojo y no sólo en las filas más conservadoras, pues incluso entre los que entre nosotros admiten su talento comienzan a presentarse fisuras, dudas, reticencias.
No es una exageración decir que varios de los formadores de opinión han sufrido para explicarse el tono distendido de la reunión de Puerto España, pues una cosa es aceptar el progresismo en Norteamérica y otra muy distinta aplicar la lección para América Latina (sin excluir a Cuba).
Para ellos, todo se reduce a cuestión de personalidades enfrentadas en la pugna entre el Bien y el Mal. Ni una palabra sobre la crisis. Ningún intento de comprender el derrumbe del integrismo democrático, impulsado por los Bush, repetido por los Aznar y sus epígonos locales, como los Fox; en suma, ausencia absoluta de reflexión sobre las promesas caídas del pensamiento único concentradas en el llamado Consenso de Washington. Pero también aquí hay extremos. Por ejemplo, Andrés Openheimer, gurú del periodismo sindicado, compara el libro de Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina (obsequiado por Chávez a Obama), con el Mein Kampf (Mi lucha), de Hitler. Uf.
Acostumbrados a pensar ubicándose en el lugar y la perspectiva de los intereses estadunidenses, numerosos comentaristas liberales, inclusive expertos en los temas de relaciones internacionales, viven en esa cuerda floja, entre la obamanía y el temor a que su mundo de certezas siga cayendo al vacío. (Son la contraparte de los que en la izquierda ya saben de antemano qué va a ocurrir.) Sólo un botón de muestra: cuando critican el embargo porque éste no ha funcionado demuestran cuál es su verdadero talante. En lugar de oponerse a una medida injusta, prepotente, sostenida sin cambios por casi cinco décadas (independientemente de la opinión que el régimen cubano les merezca) se suman al coro del realismo que pide quitar a los Castro el pretexto para continuar en el poder, aun cuando comprenden que el Congreso de Estados Unidos no lo hará porque...bla, bla, bla.
Y es que no la tienen fácil, pues una de dos: o niegan la profundidad de la crisis económica, institucional e ideológica que está en curso o la aceptan con todas sus previsibles consecuencias en la vida social.
Las cosas son de tal manera que ahora deben admitir que la intervención del Estado no siempre resulta ineficaz, que las nacionalizaciones son legítimas y que la redistribución del ingreso por la vía fiscal es el mecanismo más democrático al alcance de los gobiernos; que la propiedad privada no es sagrada cuando está en juego el interés general, que la democracia, en fin, requiere de una base de sustentación que no puede ser el capitalismo salvaje, depredador de la sociedad y la naturaleza.
A la luz de los cambios que parecen necesarios, me pregunto qué pensarán todos aquellos que honestamente pidieron no mezclar política y economía para no adjetivar a la democracia, cuando en realidad estaban renunciando a crear una verdadera ciudadanía.
En cierta forma, para hablar concretamente de México, pasamos de la esquizofrenia que daba por existente la democracia porque estaba plasmada en las leyes, al culto a los procedimientos, al desprecio por los grandes temas sociales que están en el fondo del pacto constitucional, elevando a la categoría de gran paradigma el esfuerzo individual, la empresa privada, la continua desacreditación de los bienes y los espacios públicos, la misma idea de comunidad de hombres libres que da origen al municipio.
En estos años nos hemos olvidado de la cultura como un componente esencial de la libertad, de modo que la educación del Estado se ha instrumentalizado al servicio del poder, en tanto que la enseñanza privada, vinculada de suyo a las iglesias y al poder económico, pasa a ser pieza esencial para la cohesión de las elites oligárquicas.
México mira al norte pero no entiende de qué se trata y cuando vuelve la vista hacia el sur apenas si se identifica con sus vecinos. Tanto hemos cambiado en estos años. El presidente Fox creyó que la cosa era ser y actuar como un americano más, pero antes de que se diera cuenta ya se había convertido en una caricatura impresentable de la vieja dignidad presidencial imaginada por el Constituyente del 17.
Calderón, más joven y más doctrinario que su antecesor, navega, sin embargo, como un pragmático, quizá porque su partido se quedó sin ideas propias antes de ponerlas en práctica, cuando la alianza con Salinas y Zedillo los llevó a la antesala del poder.
Aquel partido conservador que aspiraba a una República gobernada por la gente decente hoy sólo tiene una obsesiva preocupación: retener el poder para articularse a plenitud como un componente esencial del arreglo oligárquico. Al final, los actuales dirigentes del PAN no entienden que el cambio anunciado por la victoria de Obama es inseparable de la crisis de una sociedad que no puede seguir reproduciéndose sobre los mismos valores y esquemas.
Tal vez nadie sepa por ahora cómo y cuándo terminará esta brutal remodelación de la arquitectura social planetaria, pero es seguro que nada será como antes. Y eso es lo que no perciben en Los Pinos (y no sólo allí), creen que la crisis se resolverá administrativamente, mediante decretos o circulares de Hacienda. Tal vez convendría recordarles lo que escribió hace unas semanas en The Atlantic el ex economista en jefe del Fondo Monetario Internacional, Simon Johnson:
“La opinión convencional entre las elites continúa siendo que el actual desplome ‘no puede ser tan malo como la Gran depresión’. Ésta es una visión equivocada. Lo que tenemos ante nosotros podría de hecho ser peor que la Gran depresión: porque el mundo está ahora mucho más interconectado, y debido a que el sector bancario ahora es tan grande estamos ante un bajón sincronizado en casi todos los países, un desfallecimiento de confianza entre las personas individuales y las empresas, y problemas mayúsculos para las finanzas gubernamentales. Si nuestros líderes se despiertan ante las posibles consecuencias, aún podríamos ser testigos de una dramática toma de acción sobre el sistema bancario y la ruptura de la vieja elite. Esperemos que para aquel entonces no sea demasiado tarde”.
Cuidado. Crisis trabajando.
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