María Teresa Jardí
II
La destrucción de México como nación próspera para todos sus habitantes, como lugar paradisiaco para todos los gobernados y como república libre y soberana para sus ciudadanos, tiene nombre y apellido y el delito cometido, por los autores intelectuales de la destrucción, es el de traición a la patria.
Un paso necesario para refundar la república tiene que ver con el castigo a algunos de los imperdonables autores intelectuales que son culpables incluso por sus malas decisiones, en la mayoría de los casos imputables de manera clara a expresidentes, que fueron alertados de a dónde nos iban a llevar las mismas.
Se pueden poner también nombre y apellidos a los autores materiales. Algunos, igual de imperdonables, como el actual secretario de Hacienda y el anterior y el anterior y el anterior y como los procuradores generales de justicia.
Pero en castigar a algunos de los culpables intelectuales está la posibilidad de cambio para los mexicanos. De un país intervenido por los gringos que cada vez se irá adentrando en el abismo de la nada. A la nación libre y soberana donde los gobernantes cumplan con la función de propiciar la felicidad de los gobernados.
El pacto social firmado, en todo lugar, a pesar de contener una firma virtual, el pacto, entre gobernantes y gobernados, implica el ceder el ejercicio de la fuerza, acotada por las leyes, a los gobernantes para garantizar la seguridad individual, pública, jurídica y nacional, impulsando la felicidad, repito, a todos los integrantes del pueblo gobernado, a cambio de recibir un salario, que no de rematar los bienes de la nación en beneficio propio, otorgado a cada funcionario por el servicio prestado de manera diligente y eficiente. El goce, para los gobernantes, por el desempeño del puesto entregado de manera temporal, de un salario otorgado por el pueblo. Punto. Los pueblos no regalan a los gobernantes el país ni les dan poderes absolutos. No en las democracias. Y en las dictaduras donde los gobernantes se otorgan a sí mismos esos derechos los pueblos se rebelan y pelean, legítimamente, hasta que los tumban.
Salinas, quien por la historia nacional, cuando se regrese a la enseñanza de la historia del país, mutilada de tal manera que ya la conquista no existió ni Colón descubrió América. Mutilada la historia, como todo aquí, por traidores a la patria. Cuando la historia, presupuesto necesario para no volver a olvidar la memoria histórica imprescindible para no que no pasen los pueblos una y otra vez por las mismas lamentables situaciones cada vez con más graves consecuencias, cuando la historia sin retoques ni mutilaciones se vuelva a enseñar en las escuelas mexicanas. Ya han logrado, los traidores a la patria, con la maestra a modo, poner las escuelas en manos de maestros reprobados. Maestros ad hoc para convertir a los niños, futuro de la nación mexicana, en cada vez más irredentos analfabetas.
Salinas, a quien debemos, entre otras cosas, que la Gordillo sea la dueña del sindicato de maestros reprobados. Carlos Salinas de Gortari, quien por la historia del mundo, que no sólo por la mexicana, será recordado por su mote de “El Chupacabras”. Es el autor intelectual del paso definitivo a la conversión del pueblo mexicano en uno de los más atrasados del planeta. Imperdonable hacedor de la Gordillo, imperdonable delincuente de ligas mayores que con su yerno a la cabeza ha convertido a la SEP en una inaceptable quimera con la que se marca el futuro del usurpador panista, de una mediocridad que espanta, y quien, no sé si con vergüenza cuando se mira al espejo o ni eso, a los pies de esa impresentable individua, de rodillas, se encuentra.
Salinas, inexcusable con su obsesión de mantener al país en el camino neoliberal de su destrucción. Injustificable por su ambición desmedida productora de unas cuantas familias convertidas —además de en mafiosas— en las más ricas del mundo, a costa de muchos más millones de mexicanos integrando las cifras de los que sobreviven en la miseria extrema. Ya convertidos, para entonces, con ayuda de la telebasura televisiva, a modo, casi en analfabetas, con la decisión, entreguista, de Echeverría, quien, además, será recordado, como Zedillo, por haber elegido convertirse en un genocida.
Ernesto Zedillo, cabeza del desmantelamiento total del aparato administrador e impartidor de Justicia en México. Zedillo impuesto por Salinas como Presidente sin haberse agotado la primera línea de la investigación en el crimen atroz cometido, desde y por el poder, en contra de Luis Donaldo Colosio, quien sí pudo, y debió ser, que no Zedillo. Mañana sigo.
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