martes, 14 de agosto de 2007
Por María Teresa Jardí
No es sólo un problema de derechos humanos el que enfrenta México. Ojalá y siguiera siendo solamente un problema de violaciones --esporádicas, de preferencia-- a alguna de las garantías individuales o a los derechos sociales o ambientales o laborales o de la mujer o de los ancianos o de los homosexuales o de los niños. Ojalá y lo único que tuviéramos que enfrentar fuera incluso la violación sistemática a esos derechos. Pero no. Lo que enfrentamos los mexicanos es el fin de la ética. Y cuando la destrucción del entramado ético de las instituciones llega al Poder Judicial, como salta a la vista para cualquier ser pensante que ocurre en México, es casi imposible la reversa sin un cambio total de sistema.
Desmoronamiento ético, el del Poder Judicial, que empezó la cuenta irreversible con Ernesto Zedillo, otro traidor a la patria mexicana cobijado bajo las enaguas del imperio gringo. Poder que tuvo su estertor final al legalizar el fraude y, ya de plano acabado, hoy transita sin bochorno haciéndole saber al mundo que en México los autores intelectuales, incluso de crímenes horrendos, no tienen responsabilidad alguna. Una crónica anunciada la de un poder: el judicial mexicano, que lo mismo ampara el robo de millones a un empresario chino- mexicano, compinche, antes de caer en desgracia, de la clase política y empresarial mexicana, que protege a los responsables de Atenco y a los Mario Marín y a los Ulises Ruiz en los ratos que no exonera a los Luis Echeverría Alvarez.
Y hay quien tiene el cinismo de cuestionar la no creencia de millones de mexicanos ni en las elecciones ni en los partidos. El Fecalismo, seguramente instruido por su amo: el imperio yanqui, es claro que busca desatar una confrontación armada en el país y de manera descarada con la ayuda de la telecracia incita al pueblo cada día a dar ese paso de tan difícil reversa.
Patético es un Poder Judicial que miente y fingiendo que revoca una aberrante Ley como lo es la Televisa deja sin tocar los privilegios del dúopolio beneficiado con esa Ley que convierte a la televisión mexicana, la más prostituta del mundo, en cabeza del poder político.
Patético, por decir lo menos, se habrá visto y escuchado, yo no lo vi, pero, me entero, como se habrán enterado quizá también algunos de ustedes, por el artículo de Alvaro Cepeda Neri, publicado ayer en el POR ESTO! Patético, sí, por decir, lo menos, repito, cínico también, evidentemente, se habrá visto y escuchado el juez a modo del sistema justificando el fin de los autores intelectuales de los crímenes incluso tan horrendos como el genocidio que por lo visto sí reconoce que se dio a partir del 2 de octubre del 68. Las "inconsistencias", pues, pese a las cuales también se legalizó el fraude en México.
A temblar soldados rasos y militares de rangos bajos.
La exoneración hecha por el juez Luna Altamirano, en medio de bendiciones a Joaquín López Dóriga, empleado de la telecracia, que todo lo justifica, significa que cuando se logre algún castigo a cualquier violación a los derechos más elementales de la persona los castigados sólo serán los que cumplieron las ordenes, desde el último escalón de la cadena de mando, de los que de antemano han sido cobijados con la impunidad que el Poder Judicial les otorga a los autores intelectuales de crímenes atroces como Luis Echeverría Álvarez.
Genocidas del mundo: Bienvenidos seáis. México os abre las puertas, como a los pederastas, jugadores empedernidos y tratantes de blancas. Es el mensaje que envía al mundo, como su lema, el usurpador panista que ocupa Los Pinos.
A temblar soldados o más bien a pensar de qué lado quieren encontrarse en la confrontación que buscan desatar los Ulises Ruiz y los Mario Marín, de la mano de los Fecal, los Gamboa Patrón y los Beltrones, los Salinas y la Gordillo, de la mano de políticos y empresarios, de curas pederastas, de poderes agotados y de partidos políticos, todos igual de corruptos y sin ética ninguna que los sustente, pero, eso sí, empeñados, todos a una, en cancelar la esperanza de un pueblo agotado de esperar que un milagro lo salve de su trágico destino.
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