Luis Hernández Navarro
El verdadero triunfador de los comicios oaxaqueños del pasado 5 de agosto fue el voto de castigo a todos los partidos. En las elecciones para renovar la Cámara de Diputados local todas las formaciones políticas perdieron las elecciones. Los ciudadanos, simple y llanamente, desertaron de la contienda partidista.
¡Que se vayan todos! Ese fue el enérgico mensaje enviado a la clase política oaxaqueña. Los pueblos están hartos de la partidocracia y sus politiquerías, de los políticos profesionales y sus marrullerías, de quienes están en el gobierno y de quienes dicen ser opositores parlamentarios. Ni les creen ni les confían ni los quieren.
Sólo asistió a las urnas uno de cada tres posibles votantes. En muchas comunidades indígenas la abstención fue aún mayor. Apenas votó 10 por ciento del padrón electoral. Si la gente que ha luchado por cambiar la sociedad y la política en Oaxaca no salió a sufragar es porque está convencida de que, más allá de las siglas en las que se arropan, los políticos tradicionales son todos iguales.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) puso en juego todas las mapacherías que forman su capital político. A pesar de ello, sólo logró recoger una votación similar a la que obtuvo Roberto Madrazo como candidato presidencial. Pero en ello no hay novedad. No en balde Ulises Ruiz, a pesar del descalabro en los comicios federales del año pasado, es uno de los mayores defraudadores electorales del país. El voto a favor de los candidatos del tricolor fue comprado en comunidades marginadas del estado con meses de anticipación, con cargo al erario. La coacción se dejó sentir en las regiones donde aún dominan los caciques. El embarazo de urnas, los carruseles y la alteración de actas estuvieron a la orden del día.
Los comicios se efectuaron en medio de un clima de intimidación y terror gubernamental hacia la oposición popular. Muchos dirigentes sociales tuvieron que pasar a la clandestinidad o, cuando menos, salir del estado para no ser detenidos o agredidos físicamente. Otros, de plano están en la cárcel. En plena campaña se realizaron detenciones arbitrarias.
Por supuesto, en esas condiciones el PRI se llevó el carro completo. ¿Por qué ahora iba a ser distinto? Los demás partidos han demostrado que a la hora de la verdad, se comportan casi igual que el Revolucionario Institucional. ¿Por qué la gente iba a apoyarlos? ¿Acaso los legisladores del Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el Partido del Trabajo (PT) en la pasada legislatura no apoyaron una y otra vez a Ulises Ruiz?
La derrota electoral no fue responsabilidad de un movimiento popular que, mayoritariamente, vio con desconfianza los comicios. El PRD hizo todo para perder. Y lo hizo muy bien. Excluyó de sus listas a la mayoría de candidatos que provenían de las filas de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). No obstante que en varios distritos existen fuertes organizaciones sociales con liderazgos reconocidos y arraigo, postuló a dirigentes de su partido prácticamente desconocidos. En algunos distritos, el sol azteca propuso como candidatos a figuras ligadas a Ulises Ruiz. Por supuesto, manejó las posiciones plurinominales como un botín de guerra, colocando en ellas, a pesar de su pésima reputación, a los barones del partido y amigos que los acompañan.
Las organizaciones de la APPO que a título individual se involucraron en la campaña quedaron relegadas a posiciones sin importancia, y sin recursos económicos significativos para hacer proselitismo. Al participar electoralmente sin tener el consenso del conjunto de los integrantes de la Asamblea, lastimaron aún más la precaria unidad alcanzada. Otras, con una larga y eficaz tradición de lucha electoral, bloqueadas por la burocracia perredista, optaron por integrarse a las listas de partidos como Alternativa Socialdemócrata. El voto opositor de quienes deseaban participar en la contienda terminó dispersándose.
En el mejor de los casos, el PRD se comportó como si fuera a obtener automáticamente el porcentaje y las curules alcanzadas durante los pasados comicios federales de 2006, sin tener que abrir sus listas a los candidatos del movimiento popular. Creyó que los ciudadanos que hace poco más de un año castigaron al PRI y al Partido Acción Nacional (PAN) son realmente simpatizantes leales a sus siglas.
A juzgar por los resultados, tampoco parece haber sido muy útil para remontar la adversidad electoral la estrategia de Andrés Manuel López Obrador, basada en recorrer pueblos y municipios, afiliar a personas al "gobierno legítimo" y denunciar la imposición presidencial, pero que se desentiende de la dinámica de lucha local y renuncia a facilitar la construcción de organizaciones sociales autónomas. Ciertamente, a su paso por varias localidades de Oaxaca, López Obrador cosechó muchas simpatías y efectuó reuniones más numerosas que las realizadas durante la campaña electoral, pero esos mítines no catalizaron la gestación de una fuerza alternativa.
Por lo demás, a escala nacional, el PRD no ha hecho demasiado por frenar la represión en Oaxaca. Sus dirigentes han enmudecido ante lo que allí sucede. Fueron capaces de enmendar la decisión de los perredistas locales de ir a las elecciones sin Convergencia, pero no mucho más. Por lo visto, están más ocupados en sus pleitos internos que en denunciar la grave situación por la que atraviesan los derechos humanos en la entidad. La única excepción notable es la de doña Rosario Ibarra. Sin embargo, la senadora no pertenece a ese partido y formalmente está adscrita a la fracción parlamentaria del PT.
Así las cosas el ¡que se vayan todos! del pasado 5 de agosto es, también, una indicación del rumbo que la sociedad oaxaqueña ha decidido seguir para cambiar las cosas en su entidad: la organización y movilización desde abajo. Una ruta lenta pero, en las actuales circunstancias, la única eficaz.
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