Carlos Fernández-Vega
México sigue reportando el menor crecimiento de América Latina
Se logra menos con el paso del tiempo
Conocido el primer paquete económico formalmente propuesto al Congreso por el gobierno calderonista (el anterior correspondió al periodo del supuesto “cambio de mando”) y la mediocre meta de “crecimiento” en él proyectada, se puede presentar el ingrato balance: para la economía mexicana 2008 sería el séptimo año consecutivo en reportar una tasa de “crecimiento” menor al promedio latinoamericano.
De ese tamaño ha sido, es el “triunfo” económico mexicano en el contexto regional: siete años al hilo con incrementos porcentuales similares, y en no pocas ocasiones menores, a los registrados por las economías latinoamericanas más endebles, como la haitiana, no obstante la presunción de que en este renglón es la mayor de América Latina y el Caribe.
El balance se agrava cuando se sabe que en el periodo referido no se registraron macro devaluaciones, sacudidas financieras, crisis de deuda externa, fuga de capitales (por lo menos no como se conocieron cinco lustros atrás; ahora se llaman “inversiones mexicanas en el exterior”) y demás lastres. Por el contrario, han sido siete años con reservas internacionales históricas, volúmenes de inversión extrajera nunca antes reportados, salud macroeconómica envidiada por la comunidad de naciones, exportaciones de cientos de miles de millones, mínimo riesgo-país y otros tantos bombones presumidos por el discurso oficial.
Y con ese acervo, en lo que va del siglo XXI sólo en 2002 la economía mexicana “creció” por arriba del promedio latinoamericano, aunque con sus bemoles: la nuestra “avanzó” entre 0.6 (cifras de Cepal) y 0.9 por ciento (cifras foxistas), mientras el promedio regional fue de -0.6 por ciento. Salvo este escuálido garbanzo, el nuevo milenio no ha sido muy generoso con la economía mexicana. De hecho, cuando las cosas caminan bien, el “crecimiento” no es mayor al de los países centroamericanos.
En la década anterior, la de los 90, el registro fue a la inversa: en siete de los diez años la economía mexicana creció a tasa superior que el promedio latinoamericano, y sólo en tres por debajo, aunque a mediados del periodo se registró la peor sacudida financiera de la historia moderna nacional, es decir, en 1995 cuando el producto interno bruto se desplomó 6.2 por ciento, mientras el de América latina y el Caribe lo hizo en 1.1 por ciento.
Con el advenimiento del siglo XXI, el “cambio” prometió 7 por ciento de crecimiento económico anual; en los hechos, a duras penas fue de 2.2 por ciento. En el primer año de lo que Fox llamó su “gobierno”, el PIB mexicano cayó 0.3 por ciento, mientras el promedio latinoamericano fue de 0.4 por ciento positivo (presionado a la baja por la crisis argentina) y en el sexenio de 3 por ciento.
En el arranque de la “continuidad” se proyectó un crecimiento de 3.7 por ciento, pero si las cosas marchan bien no pasará de 3 por ciento, contra 5 por ciento de promedio latinoamericano. Y para 2008 el panorama no se modifica: oficialmente estiman un “avance” de 3.5 (sin “reforma”) a 3.7 por ciento (con “reforma”), mientras la estimación para el promedio regional es de 4.6 por ciento.
El problema se agrava, porque la política económica gubernamental se mantiene intacta desde hace cinco lustros. Sólo cambia el gerente, pero no los resultados que van de mediocres a raquíticos, anotado esto con el mejor de los ánimos. La estadística de la Cepal sólo confirma algo que los mexicanos de a pie han registrado perfectamente (por ser la carne de cañón de los experimentos de los últimos cinco lustros) pero los sesudos gobiernos no (los gerentes del laboratorio), esto es, que según avanza el calendario, el ritmo de “crecimiento” económico del país es cada vez menor, con todo lo que ello implica: del 3.9 del sexenio salinista, al 3.5 del zedillista, al 2.2 del foxista y, como van las cosas, al raquítico resultado calderonista.
Como era de esperarse, cuando se va al detalle del paquete económico 2008, la propuesta calderonista, surgen los recortes presupuestales por aquí y allá, en comparación con las asignaciones del ejercicio anterior, o “avances” marginales en sectores económica y socialmente sensibles (como los relativos al campo, el desarrollo social, la seguridad social y la educación), mientras las correspondientes al pago de deuda (un “problema resuelto”, según Salinas y Fox) se mantienen al alza.
En fin, gris panorama económico si la “continuidad” no reconsidera la política respectiva (25 años acumulan cientos de ejemplos de dónde no funcionan las cosas y de cómo no deben hacerse las cosas) y los famélicos alcances de sus propuestas.
Las rebanadas del pastel:
Y mientras reconsidera (sueño despierto), retomo algunos elementos del México SA del pasado 12 de julio: estaban los de siempre muy contentos porque México “en el año 2040 puede ser una de las cinco economías más grandes del mundo... (y) una de las cinco más prósperas”; en pleno festejo porque la “sólida estabilidad se ha visto reflejada, por ejemplo, en una mejor calidad crediticia de nuestro país”; en abierta celebración porque la nación ya superó el trauma de Porfirio Díaz y hoy, en cambio, “tenemos una posición geográfica estratégica que nos sitúa al lado del mercado más grande del mundo, Estados Unidos”. Brinde que te brinde porque “contamos con una de las más extensas redes de tratados comerciales, que nos dan acceso preferencial a un mercado de más de mil millones de consumidores en 44 países”, y, en fin, en festividad continua por lo bien que han hecho las cosas, cuando de repente... ¡¡¡PUM!!! Comenzó el tronadero de bombas en instalaciones de Pemex, el cual no sólo les apesta la fiesta sempiterna y el autoelogio permanente, sino que de plano les abre un nuevo agujero en la ya de por sí perforada política de seguridad nacional... Y ayer otra vez. ¿Qué no habían dicho que reforzarían la vigilancia en las instalaciones estratégicas, fundamentalmente las de Pemex? ¿Qué pasó?
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