Pedro Miguel
Días antes del 34 aniversario del golpe militar de 1973 en Chile, el mexicano Manuel Espino, presidente del partido oficial y de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), abogó por sus amigos pinochetistas chilenos (Hernán Buchi, ministro de Hacienda durante la dictadura, Joaquín Lavín, Sebastián Piñera) y recomendó a la Democracia Cristiana (DC) del país austral, que forma parte de la coalición gobernante, que revise su participación en la “izquierdizada e ideologizada” administración de Michelle Bachelet y haga causa común con la Unión Democrática Independiente y Renovación Nacional, los grupos ultraderechistas de Lavín y de Piñera. En suma, llamó a la DC chilena a emprender contra Bachelet lo que vendría a ser un golpe de Estado parlamentario.
Por conducto de la senadora Soledad Alvear, la DC le dijo a Espino que “los partidos de la derecha chilena que usted promueve a través de invitaciones a participar en instancias de nuestra organización sustentaron una de las dictaduras más atroces de América Latina, defendieron a Pinochet hasta el último minuto y avalaron las violaciones a los derechos humanos de manera sistemática”.
Han pasado 34 años desde el golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Ese día, millones de personas de todas las edades, a lo largo de todo el mundo, lloramos de rabia e impotencia. Sobre los quinceañeros chilenos se abatió una noche que les robó buena parte de la vida, cuando no la vida completa. Muchos pubertos y adolescentes de fuera del país austral conocimos el infierno por las noticias de los diarios, las conversaciones telefónicas y los noticieros, y ese conocimiento nos metió de un empujón en la edad adulta: supimos que los asesinos no viven únicamente en las páginas de las novelas, sino que pululan con sus patas reales sobre este pobre planeta y que son capaces de descuartizar a todo aquel que pugne por sociedades más justas y humanas. Manuel de Jesús Espino Barrientos estaba a punto de cumplir 14 años y quién sabe si se enteró de lo que ocurría en el sur del continente. Tal vez soñara con emular al cristerito mártir José Sánchez del Río; puede ser que se enterara de las noticias procedentes de Chile y se sintiera jubiloso por aquella victoria de los valores occidentales y cristianos sobre el comunismo, o acaso no estaba al tanto de nada y se pasó la tarde escuchando Palomitas de maíz y Eres tú en una grabadora de casete.
Como ocurre cada vez que el aznarcito duranguense provoca un incendio en las relaciones internacionales, el calderonismo se deslindó y dijo que las palabras de Espino no eran representantivas del gobierno ni del partido blanquiazules. Lo mismo pasa cuando arremete contra los presidentes de Venezuela o de España. Se ha difundido la idea de que Felipe Calderón y Manuel Espino encabezan facciones confrontadas de Acción Nacional y que, durante el proceso electoral del año pasado, el segundo mantuvo una permanente hostilidad al candidato presidencial de su partido. Tal vez sea cierto, o no. También puede ocurrir que los contrastes entre el gobernante y el dirigente sean un juego parecido al del policía bueno y el policía malo, en el que la presencia del segundo se emplea para apuntalar la confianza en el primero. Lo cierto es que tienen más puntos en común de lo que pudiera parecer a primera vista, como la pasión por un “orden” entendido como intolerancia represiva, y que en ocasiones el michoacano acepta que el duranguense le organice la agenda. Por ejemplo, en octubre pasado, en un viaje a Santiago de Chile, Calderón se reunió con los pinochetistas Lavín y Piñera. Ya mudado a Los Pinos, en julio, recibió al alcalde electo de Buenos Aires, el derechista Mauricio Macri, quien había sido invitado a México por el presidente panista, unas horas antes del encuentro con el presidente Néstor Kirchner, y a pesar de la molestia que –se supo– generó en la cancillería argentina la cercanía de ambas citas.
Tal vez Espino no sea el “fuego amigo” de Calderón, sino su aliado; es posible que cada cual desempeñe un papel definido de antemano como el rostro duro y el rostro menos duro de un proyecto autoritario y excluyente. Acaso el presidente nacional del PAN sea un hombre muy valioso por su contribución al esclarecimiento de lo que el discurso oficial enturbia y empaña. Puede ser que su función sea tan útil y apreciable como una etiqueta de advertencia en el frasco de una sustancia tóxica.
martes, septiembre 11, 2007
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