Víctor M. Quintana S.
Es el nuevo experimento de Monsanto. Cuando las leyes, los gobiernos o los grupos sociales se opongan a la introducción de semillas genéticamente modificadas, hay que producir agricultores cerebralmente modificados (acm). Ellos presionarán, argumentarán, incluso chantajearán para que los transgénicos se siembren en todo nuestro país. No es ficción, la trasnacional ha desencadenado una estrategia múltiple de cabildeo, seducción, lavado de cerebro, por decir lo menos, entre diversas organizaciones y productores agropecuarios mexicanos.
Hace unos meses había convencido a algunas organizaciones campesinas de su celo por conservar nuestras semillas nativas, y les demandó apoyo para que se autorizara la siembra de maíz transgénico con carácter experimental en Sonora, Sinaloa y Tamaulipas. Ahora acaba de invitar a algunos productores mexicanos, y de una veintena de países, a la gran exposición anual de agricultura Farm Progress Show (Exposición del progreso de las granjas), celebrada este año en Decatur, Illinois, donde se exponen los recientes avances tecnológicos en la materia, y a visitar su cuartel general en San Luis Missouri.
En la primera, Monsanto les dio una vuelta, el Technology Showcase Tour, para que fueran testigos de sus nuevos maíces genéticamente modificados: el HFC de alta fermentación para elevar la producción de etanol; el Yield Gard VT triple, que mejora rendimientos y ofrece gran resistencia a los insectos: otro maíz, desarrollado junto con la trasnacional BASF, para tolerar fuertes sequías. Luego les dio una paseada por su modernísimo centro de cómputo, de 21 millones de dólares, donde se concentran datos de procesos transgénicos, germoplasmas, manejos moleculares y órdenes de compra de agricultores de todo el mundo. Les informó de su próxima alianza con Dow Agrosciences LLC para el desarrollo del SmartStax, un maíz con ocho genes apilados, y de su reciente adquisición de la empresa brasileña de semillas Agroeste para apoyar al tercer productor mundial de la gramínea en la generación de etanol.
Con tal proceso de inmersión, más una buena dosis de ignorancia y desprecio por lo nuestro, le sobraron aliados mexicanos a Monsanto. Así, apenas la semana pasada en Ciudad Cuauhtémoc, el corazón de la región maicera de Chihuahua, dos organizaciones de productores, Unipro y Agrodinámica Nacional, se lanzaron a proponer la siembra de maíz transgénico en esta zona. Su argumentación, expuesta ante el personal de la propia trasnacional en México y del presidente nacional del Sistema Producto Maíz, se apoyó en tres cuestiones: el maíz transgénico incrementa los rendimientos por hectárea; es apto para consumo humano, y ayudaría a terminar con la dependencia de las importaciones estadunidenses. En declaraciones aparte, el líder de Agrodinámica había declarado que en Chihuahua no hay maíces originarios, que ya se están sembrando cuando menos 2 mil 500 hectáreas de un maíz transgénico que los productores introdujeron de contrabando, y de no autorizarlo el gobierno, lo seguirán haciendo.
No tardaron en responderles varias organizaciones sociales y campesinas de Chihuahua, ente ellas Contec, Unorca, El Barzón y el Frente Democrático Campesino: en Chihuahua evolucionaron cuando menos cuatro variedades de maíz originario: apachito, gordo, azul y cristalinos. Les demuestran la contaminación de transgénicos encontrada en la Tarahumara, lo irresponsable que resulta promover la siembra de los mismos y lo engañosas que son sus pretendidas ventajas. Además, documentan la ignorancia de los transgenistas rebeldes: les informan que el “transgénico” sembrado que mencionan no es sino un híbrido importado.
Llaman la atención los destinatarios del lavado de cerebro de Monsanto: la Unipro es una organización de maiceros de riego, sobre todo menonitas, primera beneficiaria y gran concentradora de los apoyos a la comercialización brindados por Sagarpa en Chihuahua, muy favorecida por funcionarios panistas. Agrodinámica Nacional, por su parte, ha realizado fuertes movilizaciones por la reducción de tarifas eléctricas para riego agrícola, pero, a la vez, protege a productores, también menonitas, que están abriendo nuevas tierras al cultivo en Chihuahua, que perforan y extraen agua en las zonas de libre alumbramiento sin control de la sustentabilidad de los recursos y del cambio de uso de suelo.
Otros aliados de la trasnacional son productores de algodón, que emplean semillas transgénicas. Monsanto presenta en su sitio web las opiniones favorables de algunos de ellos y se precia de que en 2006 se sembraron en México 100 mil hectáreas de algodón y soya “biotecnológicos”.
Como la Sagarpa, Monsanto discrimina dos grandes tipos de agricultores en México: los prósperos, altamente capitalizados, enormemente favorecidos por los programas federales, y los agricultores campesinos, rezagados, reducidos a la subsistencia y confinados a los “programas sociales” mientras migran o se mueren. A los primeros, a quienes ya tienen inoculados o son susceptibles de inocularles los genes del lucro, del uso de la tierra y el agua como recursos desechables, del racismo productivo, alimentario o social, a ellos dirige su estrategia de modificación cerebral. Ellos a fin de cuentas serán quienes engorden sus ganancias más allá de consideraciones de sustentabilidades o soberanías.
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