Naomi Klein*
El alto estudiante de posgrado, de visita en Estados Unidos procedente de Suecia, no quedaba satisfecho con cualquier ocurrencia. Quería respuestas. “No puede ser que sólo los motive la avaricia y el poder. Algo mayor debe motivarlos. ¿Qué?”
No menosprecies al poder y la avaricia, intento sugerir, han construido imperios. Pero él quería más.
“¿Qué tal la creencia de que están construyendo un mejor mundo?”
Desde que comenzó la gira promocional de mi libro The Shock Doctrine, he tenido algunos intercambios como éste, que giran en torno a la misma pregunta básica: cuando los dirigentes políticos de la derecha recalcitrante y sus consejeros aplican una brutal terapia de shock económica, ¿honestamente creen que el efecto del goteo creará sociedades equitativas o deliberadamente crean las condiciones para otra frenética comilona empresarial? En otras palabras, en las pasadas tres décadas, ¿el mundo se ha transformado a causa de una noble ideología o por una vil avaricia?
Para tener una respuesta definitiva necesitaríamos leer las mentes de hombres como Dick Cheney y Paul Bremen, así que prefiero eludirlo. La ideología en cuestión sostiene que el interés personal es el motor que lleva a la sociedad a sus máximas alturas. ¿Acaso no es compatible con esta filosofía ir tras el interés propio (y aquel de los donantes en las campañas)? Esa es la belleza: no tienen que elegir. Desafortunadamente esto pocas veces satisface a los estudiantes de posgrado, en busca de un significado más profundo. Afortunadamente, ahora tengo una salida de emergencia: citar a Alan Greenspan.
Su autobiografía La edad de la turbulencia fue publicitada como misterio resuelto: el hombre que se mordió la lengua durante 18 años mientras encabezó la Reserva Federal, finalmente le iba a decir al mundo lo que realmente creía. Y Greenspan cumplió, usó su libro y la publicidad que lo rodea como una plataforma para su ideología de “republicano libertario”, regañó a George W. Bush por abandonar la cruzada por un gobierno pequeño y reveló que se volvió un creador de políticas porque pensó que podría promover su ideología radical más eficazmente “desde dentro, que como un panfletista crítico” desde la marginalidad. Sin embargo, lo más interesante acerca de la historia de Greenspan es lo que revela acerca del ambicioso papel de las ideas en la cruzada del libre mercado. Debido a que Greenspan probablemente sea el más poderoso ideólogo del libre mercado vivo en el mundo, es significativo que su compromiso con la ideología parece ser bastante débil y superficial: semeja menos una entusiasta creencia y más una conveniente historia de portada.
Mucho del debate alrededor del legado de Greenspan ha girado en torno al tema de la hipocresía de un hombre pregonando laissez faire pero que en repetidas ocasiones intervino en el mercado para salvar a los jugadores más ricos. La economía que legó Greenspan difícilmente concuerda con la definición de un mercado libertario, pero se parece mucho a otro fenómeno descrito en su libro: “Cuando los líderes gubernamentales rutinariamente buscan a individuos o negocios del sector privado, y, a cambio de apoyo político, les otorgan favores, se dice que la sociedad está sujeta al ‘capitalismo de compadrazgo’”. Se refería a Indonesia bajo Suharto, pero me acordé de Irak bajo Halliburton. Actualmente, Greenspan previene al mundo que el capitalismo está ante un peligroso e inminente contragolpe. Aparentemente, esto no tiene nada que ver con las políticas de negligente desregulación que fueron su marca. Ni tiene nada que ver con los salarios estancados debido al libre comercio y los debilitados sindicatos, ni con las pensiones perdidas a Enron o el estallido de la burbuja de las empresas puntocom, o los hogares confiscados durante la crisis de las hipotecas de riesgo. Según Greenspan, la rampante desigualdad es ocasionada por las preparatorias chafas (que no tiene nada que ver con la guerra que libra su ideología contra el sector público). Recientemente debatí con Greenspan en Democracy now! y me quedé atónita de que este hombre que predica la doctrina de la responsabilidad personal se rehúsa a asumir alguna.
Sin embargo, las contradicciones ideológicas sólo son revelantes si Greenspan de verdad es creyente fiel. No estoy convencida. Greenspan escribe que cuando era estudiante no le interesaban las grandes ideas. A diferencia de sus compañeros, que estaban sumergidos en el keynesianismo y su promesa de crear un mundo mejor, Greenspan simplemente era bueno para las matemáticas. Comenzó haciendo investigación para empresas trasnacionales; ganaba bien, pero Greenspan no aspiraba a ofrecer una contribución social más elevada.
Luego descubrió a Ayn Rand. “Lo que ella hizo… fue hacerme pensar por qué el capitalismo no sólo es eficiente y práctico, sino también moral”, dijo en 1974.
Las ideas de Rand acerca de la “utopía de la avaricia” permitió que Greenspan siguiera haciendo lo que estaba haciendo pero le infundió a su servicio empresarial un poderoso y nuevo sentido de misión: hacer dinero no sólo lo beneficiaba a él, beneficiaba a la sociedad en general. Claro, la otra cara de la moneda es la cruel indiferencia hacia aquellos que se quedan atrás. “No desviarse de los propósitos y la racionalidad llevan a la alegría y la satisfacción”, escribió Greenspan como ferviente converso nuevo. “Los parásitos que persistentemente evitan tener un propósito y la racionalidad mueren como deberían”. ¿Esta mentalidad fue la que lo ayudó tanto mientras apoyó la terapia de shock en Rusia (72 millones de personas empobrecidas) y en Asia Oriental tras la crisis económica de 1997 (24 millones orilladas al desempleo)?
Rand ha jugado este papel de facilitador de avaricia para incontables disciplinas. Según The New York Times, su novela, Atlas Shrugged, que termina con el héroe trazando un símbolo de dólar en el aire, como una bendición, es “uno de los libros de negocios más influyentes”.
Debido a Rand simplemente espesó a Adam Smith, su influencia sobre hombres como Greenspan sugiere una interesante posibilidad. Quizá la verdadero propósito de toda la literatura de la teoría del goteo es liberar a los empresarios para que busquen su más estrecha ventaja mientras afirman tener motivaciones altruistas globales: se trata no tanto de una filosofía económica como de una elaborada razón de ser que se aplica retroactivamente.
Greenspan nos enseña que, después de todo, el goteo no es una ideología. Es más como el amigo al que llamamos después de un bochornoso exceso para que nos diga “no te aflijas: lo vales”.
* La autora escribió No Logo y su más reciente libro es The shock doctrine: the rise of disaster capitalism
Copyright 2007 Naomi Klein. www.naomiklein.com
Esta columna fue publicaba en The Nation
Traducción: Tania Molina Ramírez
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario