José Agustín Ortiz Pinchetti
Mi conversación electrónica con Jesús Silva Herzog Márquez ha continuado. Respeto su independencia. Aunque partamos de visiones distintas, podemos buscar líneas de coincidencia y precisar puntos de desacuerdo.
Para terminar con el tema del fraude electoral, insistiría en que no hay otro remedio que investigar sobre él. Y para esto se requiere el apoyo del Estado, recursos financieros y expertos. Pero no como una iniciativa de ONG, sino como un verdadero cuerpo de investigación ponderado, creíble y sustentado en una ley como la propuesta por Carlos Navarro. Mientras tanto, seguiremos polemizando y será el propio Jesús, quien como “adulto en plenitud”, dentro de 30 años presidirá la H. Comisión de la Verdad sobre la elección de 2006. Mientras tanto la conciencia pública seguirá envenenada.
He criticado la ignorancia de una legión de politólogos y comentaristas respecto de las relaciones entre el PRD y Andrés Manuel, y de la importancia del movimiento que éste encabeza. Parecen hipnotizados por el gran escenario político visible en la capital. No creen necesario investigar si es cierto o si son supercherías que AMLO ha logrado ya reclutar un millón y medio de personas, realizar con éxito 820 mítines en todo el país y encabezar lo que puede ser un movimiento poderoso, capaz de cambiar la política mexicana para siempre. El Cisen observa con pragmatismo y alarma y reporta a sus superiores, a los intelectuales en cambio no les importa ¿por qué la percepción del fraude persiste en más de un tercio de la población? ¿Qué es lo que empuja a esa gente a seguir al tabasqueño después de una campaña de aniquilación política y mediática sin precedente? Me da la impresión de que aceptan aquello de “lo que no aparece en la televisión no existe”.
Un caso extremo es el de Carlos Fuentes (Los gritos. Reforma 19 de septiembre). Memorable por su candor. Paternal aconseja a López Obrador aceptar, como todos los hombres de Estado del mundo, que no hubo fraude y que el triunfo de Calderón es impecable. Llega a comparar a López Obrador con Nicolás Zúñiga y Miranda, eterno opositor de Porfirio Díaz. Es un torpe sarcasmo, porque Zúñiga nunca fue considerado presidente por nadie, mucho menos por Joaquín Pardavé (don Susanito), quien reconoció aun muerto a Díaz como el único presidente posible.
Y Fuentes pontifica: Felipe Calderón está sitiado por intereses. ¡Pobrecito! Sí, los que lo llevaron a la Presidencia. La derecha de la derecha le reclama más espacio, los acreedores electorales, empezando por la señora Elba Esther, enfurecida por perder el IFE, los promotores de la campaña negra, las mafias sindicales, los grupos televisivos, financieros, todos dotados de extrema voracidad, que nunca se sentirán suficientemente pagados por un candidato que escogieron por su debilidad y que convirtieron en presidente ilegítimo para sacarle más privilegios. Me sorprende este estupendo novelista y, durante décadas, uno de los más finos escritores políticos. ¡Tan hábil para colocarse siempre cerca de los círculos de poder sin quemarse! Me conmueve su inocencia: ¡pensar que los cómplices van a aceptar que Calderón no les debe nada más que el saludo y las buenas maneras!
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