León García Soler
El país bajo el agua, y 14 millones de mexicanos padecen pobreza alimentaria, eufemismo que aspira a tender pálido velo filantrópico sobre la palabra hambre. Hambruna, se diría, si fuera temporal lo cotidiano, si el padecimiento obedeciera a carencias forzadas por guerras intestinas; por alguna de las siete plagas bíblicas y no por la ceguera de esa clase que el pensador católico G.K. Chesterton llamó “la pequeña y arrogante oligarquía” de aquellos que simplemente se pasean por ahí.
Con un discurso presidencial en el que desaparecieron las incoherentes divagaciones y dislates de Vicente Fox, la opinión crítica se deslumbró. Y trajo a cuento la cercanía de Felipe de Jesús Calderón con Carlos Castillo Peraza; reconoció las citas de Ortega y Gasset, aplaudió la aproximación al pensamiento secular en el elogio a la resistencia pasiva de Gandhi. Pero la arrogante oligarquía puso oídos sordos. Las cuentas del gran capitán no cuadran en la tímida reforma hacendaria. El pago de la contribución empresarial a tasa única indignó a los dueños del dinero; poco les importó que el porcentaje fijado fuera transferible al consumidor final: cuentas bien hechas por quienes anticiparon que estábamos ante un IVA disfrazado. Y los presuntos empresarios cautivos, antes de entrar en vigor el impuesto aumentaron los precios y dejaron al pobre señor Sojo echarle la culpa a los altibajos del mundo exterior.
Con el agua al cuello, los del gabinete nadan de muertito. Menos mal que Beatriz Zavala, secretaria de Desarrollo Social, compareció ante los diputados federales y expuso claramente que “todavía 44 millones 700 mil mexicanos viven en situación de pobreza, y 14 millones 400 mil se enfrentan a la pobreza más lacerante: la pobreza alimentaria”. Al hambre, sin cultivo yucateco alguno en lo dicho por la funcionaria, que habló en voz alta de los principales enemigos de México: “la desigualdad y la exclusión social de millones de personas”. Los ríos se salen de madre y habrá humedad en las áridas tierras temporaleras, presas llenas para las zonas de riego. Dura, cruel realidad de una geografía que necesita de los huracanes para sembrar la ilusión de una buena cosecha, agricultura de subsistencia, para sobrevivir al filo del hambre.
Pero en las torres de marfil que según el presidente Calderón acaban en refugio de imbéciles, se desataron vientos de fronda: la ex pareja presidencial, fiel a su espejo diario, exhibió en revista del corazón las galas campiranas de San Cristóbal Potemkin, con el fundo añadido con plantas de agave azul en trance de destilado y embotellado del tequila del Macabeo abajeño; y las obras en curso del monumento en vida al analfabetismo funcional: una gran biblioteca que preserve las obras evanescentes del democratizador de México que se comprometió a emprender “una revolución como la Cristera”, y siete años más tarde declara su héroe a un imaginario “Juan cristero”, defensor de la santa religión, mártir del nacionalismo revolucionario que, según el erudito señor Fox, falsificó la historia.
En los Altos de Jalisco construyen enorme santuario para el culto de los mártires santificados por Juan Pablo II. Nada dicen los del revisionismo histórico, hoy atentos al proyecto de guión para los festejos televisivos del bicentenario de la Independencia y centenario de la Revolución, de las maestras violadas y desorejadas, de los agraristas mutilados y colgados por cristeros como el heroico Juan, bajo el mando de curas y obispos, alguno de los cuales llegó a cardenal. En las torres de marfil se inquietan porque la incontinencia foxiana tiene objetivo y camina de la mano de un lazarillo con desmedida ambición. Manuel Espino hizo el doble milagro: Vicente Fox “copreside” la vieja democracia cristiana internacional; la ex pareja presidencial se presentó en el Vaticano y aparecieron juntos en la foto de grupo en torno al papa Benedicto XVI.
En Los Pinos les llegó el agua al cuello. En San Lázaro se integró una comisión que investigue el enriquecimiento ostensible de Vicente Fox y los muchos delitos atribuidos al ex presidente y a sus familiares. La metamorfosis de los amigos de Fox hizo de las orugas alacranes: Lino Korrodi denuncia dineros mal habidos y contribuciones de ricos en pago de favores recibidos; está en su naturaleza, en la de todos los que se suben al lomo del sapo para cruzar el río sexenal y llegar a la otra orilla, al jardín de las delicias en cuyos prados pasean los de “la pequeña y arrogante oligarquía.” Con el agua al cuello, decidieron alejar la amenaza del que presumía haber sacado al PRI de Los Pinos. Felipe Calderón es político de oficio, conocedor del poder que da y quita.
Cuando no improvisa discursos cuidadosamente preparados para dar sustento filosófico a los notables, a líderes de nuestra patética clase dirigente, llamarlos al orden y decirles que cabestrean o se ahorcan, Felipe Calderón se atiene a las facultades expresas que le otorga la norma: nombrar y remover libremente a los secretarios encargados de despacho. Lo de Manuel Espino era conjura en el aire, sin recursos propios: nada era sin el apoyo de Vicente Fox, de la inconcebible levedad del neopanismo declarado al servicio gerencial de los dueños del dinero. Con la credencial de codirigente de la ultraderecha demócrata que dejó de ser cristiana para decirse de centro; a la sombra del Vaticano y apoyado por la clerigalla mexicana, intolerante, prepotente y en campaña por el poder terrenal, el de El Yunque podría sacudir a la Presidencia acosada.
En el sistema político, en el uso pleno de las facultades presidenciales y del liderazgo partidista incontestable, encontraron la respuesta los jóvenes turcos del felipismo. De entre Germán Martínez y César Nava, favorecer al primero para presentarlo ante los consejeros como candidato a dirigir al PAN. Son Castor y Pollux para el michoacano. Pero se dice que César Nava es iniciado de El Yunque, y Germán Martínez deja la Secretaría de la Función Pública a cargo de investigar a Vicente Fox, sujeta a lo que resuelva la comisión de la Cámara de Diputados: el verdugo de Joseph Le Maestre se instalará en el partido, con César Nava como reflejo al otro lado del espejo. Y en la antigua contraloría dejan a un fiscal venido de Michoacán, designado libremente por el mismo que removió libremente al enviado al PAN, donde Espino ya sabe que se agotó la paciencia de la que tanto abusó.
Conjuras palaciegas y deciden dar al César lo suyo para derrotar a los que Gómez Morín llamó “meones de agua bendita”. Afuera, la fuerza de las armas. Y la suspensión de garantías individuales sin aprobación del Congreso, en impasse ante la iniciativa de reforma judicial que demanda al Congreso reafirmar la separación de poderes, tal como supo mostrarse poder constituido en la reforma electoral que alcanzó la mayoría con el voto de los congresos de Oaxaca, estado de México, Colima, Jalisco, Morelos, Zacatecas, Durango, Baja California, Sinaloa, Tamaulipas, Chihuahua, Nayarit, Michoacán, Guerrero, Nuevo León, Baja California Sur y Chiapas.
El país bajo el agua, y los bárbaros a la puerta. Vamos a ver si entre los de “la pequeña y arrogante oligarquía” hay de veras quien quiera y pueda asumir un liderazgo capaz de instituir la política social de Estado que reclaman los millones hundidos en la pobreza y el hambre.
No, dentro de esa "pequeña y arrogante oligarquía" no habrá nadie porque si así fuera no estaría dentro de ese grupo.
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