José Antonio Rojas Nieto
El pasado jueves se cumplieron 47 años de la nacionalización de la industria eléctrica. A pesar del mutismo oficial –al menos hasta hoy y superada la moda mundial– nada muestra o demuestra que para México es más pertinente una industria eléctrica privatizada o un mercado eléctrico de competencia mayorista o minorista.
Todavía hoy –a pesar de sus detractores y sin caer en una apología absurda–, el control de la industria eléctrica en manos de la nación y –específicamente, a decir del 28 Constitucional– bajo la responsabilidad de los organismos públicos responsables, resulta más positiva que negativa la medida de López Mateos, personaje de severos claroscuros pero, finalmente, responsable de la decisión concretada el 27 de septiembre de 1960 y, en cierto sentido, prevista desde el primero de ese mismo mes.
Sí, en su segundo Informe Presidencial anunció la iniciativa de reforma al artículo 27 constitucional, a fin de que no se otorgaran concesiones a particulares para la prestación del servicio público de energía eléctrica. Todavía hoy, el texto dice: “Corresponde exclusivamente a la nación generar, conducir, transformar, distribuir y abastecer energía eléctrica que tenga por objeto la prestación de servicio público. En esta materia no se otorgarán concesiones a los particulares, y la nación aprovechará los bienes y recursos naturales que se requieran para dichos fines”.
¿Letra Muerta? Creo que todavía no, a pesar de los esfuerzos gubernamentales. Pero pasemos a los precios del petróleo. Recordemos algo. En Abril de 1980, la cotización mensual del crudo de referencia West Texas Intermediate (WTI) fue de 39.50 dólares por barril. Si quisiéramos saber a cuántos dólares de este mes de septiembre de 2007 equivalen aquellos dólares que se pagaron por un barril en ese mes de 1980 tenemos diversos caminos.
Uno primero, utilizando las variaciones de precios que de entonces a la fecha ha experimentado la canasta de consumo de Estados Unidos, el Consumer Price Index (conocido por sus siglas en inglés como CPI). Otro con la canasta de productos industriales –también de Estados Unidos– lo que nos lleva al Producer Price Index (conocido por sus siglas en inglés como PPI). Uno más con la canasta de productos estadunidenses de su producto (el famoso deflactor del Gross Domestic Product o GDP, por sus siglas en inglés). Los valores resultantes son distintos. Con el CPI el valor actual de la cotización internacional del crudo registrada en abril del 2000 alcanza 100.73 dólares actuales por barril. Con el segundo camino –el del PPI– de 76.56. Con el tercero cerca de 84 dólares actuales.
El promedio registrado en septiembre por el mismo barril de crudo marcador WTI fue 79.11 dólares por barril. Con ello el promedio al mes de septiembre alcanza un valor de 65.93 dólares por barril, similar al de los 12 meses de 2006. Para nuestra mezcla estos valores son de 53 y 56 dólares por barril aproximadamente. Y se espera un cierre anual cercano a los 57 dólares, muy por encima de los 42.80 dólares por barril, base presupuestal de la Ley de Ingresos de 2007. E, incluso, siete por encima de la cota de 50 dólares señalados para determinar los recursos para el Fondo de Estabilización de los Ingresos de las Entidades Federativas, las que, lamentablemente, desde los años electorales “nadan” en dinero petrolero.
Pero, en términos de la comparación de precios con el boom de los 80, ¿qué significan las diferencias o semejanzas? Primero, que con un barril actual de crudo marcador WTI –con precio cercano a 80 dólares– compramos los productos industriales que, justamente, compraba un barril de abril de 1980. Pero apenas el 80 por ciento de los productos de la canasta de consumo de Estados Unidos, que se adquirían con un barril del mismo petróleo en abril de 1980. Y un poco más de 80 por ciento considerando la canasta del GDP de nuestros vecinos.
Dicho en buen romance, equivale a reconocer que respecto del petróleo se han encarecido mucho más los productos de consumo final que los productos de consumo intermedio o los productos globales de Estados Unidos. En segundo lugar hay que notar que pese a esta semejanza, el peso de lo que el mundo paga en petróleo hoy en día (2 billones nuestros de dólares, equivalentes a 2 trillones en la medición estadunidense) es –apenas, si se me permite decirlo así– el 4 por ciento de un producto mundial estimado para este año en cerca de 50 billones (nuestros) de dólares, equivalentes a 50 trillones estadunidenses.
Entre 1980 y 1984, el mundo pagó por encima del 5 por ciento de su producto mundial en petróleo. Y, más específicamente, en 1981, 1982 y 1983, más del 6 por ciento. Si este año se pagara el 6.8 por ciento del producto mundial que se desembolsó en petróleo en 1981, los precios medios mundiales (medidos por la canasta de crudos que importa Estados Unidos) deberían llegar a la impresionante cotización de 100 dólares por barril. Esto hace pensar a algunos que el mundo es capaz de resistir ese precio, justamente porque ya resistió el peso de la factura petrolera equivalente en 1981.
Termino con un número: 55 mil millones de dólares, al menos, recibirá este año este gobierno por concepto de renta petrolera. Pese a la superficial y manipulable modificación del régimen fiscal de un Pemex que nada en Pidiregas en su fase primaria de explotación, justamente la de la renta petrolera. Lamentablemente. Sin duda.
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