Carlos Fazio
En los últimos meses, los gobiernos de Estados Unidos y México han venido montando una vasta operación de propaganda. ¿Su objetivo? Justificar un multimillonario paquete de asistencia militar estadunidense, conocido como Plan México, que redundará en una mayor cesión de soberanía y la subordinación de facto de las instituciones armadas nacionales a la potencia imperial.
La propaganda moderna es una hábil combinación de información, verdades a medias, juicios de valor y una variedad de exageraciones y distorsiones de la realidad, que busca influir en las masas. A tales efectos, el propagandista se vale de todos los medios de difusión disponibles, oficiales o comerciales, y echa mano también de métodos inusuales, como el rumor y las teorías conspirativas, para lanzar una ofensiva multimediática, ya que cada una de esas vías tiene su propia capacidad y velocidad de penetración en el público. Escudados en la “seguridad nacional”, los gobiernos mienten, tergiversan los datos y construyen “guerras” y “enemigos” a modo (narcos, terroristas y otros “peligros”), queriendo hacer pasar por información objetiva lo que en realidad es propaganda y/o acciones de guerra sicológica.
Ante la necesidad de fabricar un consenso favorable en la opinión pública para la entrada en vigor del Plan México, cuyo objetivo ulterior es la integración militar silenciosa y subordinada de nuestro país al Comando Norte del Pentágono, la administración débil y entreguista de Felipe Calderón ha echado mano de diversos trucos publicitarios, entre ellos la providencial y sangrienta acción del Ejército y la Marina contra el narcotráfico en Tampico, Tamaulipas, el viernes pasado, así como la captura, con base en frágiles acusaciones, de Sandra Ávila, La reina del Pacífico, y su esotérico novio colombiano, dos pájaros de poca monta potenciados como capos de la droga. También recurrió a “fuentes” circunstanciales y de dudosa credibilidad como el vicepresidente, el fiscal general y el embajador de Colombia, representantes del gobierno paramilitar de Álvaro Uribe, principal socio de Washington en la actual aventura belicista de la administración de Bush en América Latina.
Si por un lado el equipo de los socios colombianos del calderonismo tenía como “misión” sembrar en la opinión pública la idea sobre la obsolescencia de las fronteras y la soberanía nacionales y las “ventajas” de importar el Plan Colombia a México, con todo y sus paramilitares, mercenarios y agentes encubiertos, por otro buscaba fortalecer la vieja teoría conspirativa de la agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA), de que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) son el “principal” abastecedor de estupefacientes de los cárteles mexicanos. A todas luces se trata de una maquinación que resulta funcional para la construcción de nociones tales como narcoguerrilla o narcoterrorismo, lo que, mezclado con otros ingredientes utilizados por amanuenses de la prensa mexicana –esto es, los presuntos nexos de las FARC con “círculos bolivarianos” que actúan en México con “financiamiento” del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y que están vinculados además con supuestas células del Ejército Popular Revolucionario (EPR) en la UNAM–, crean un caldo de cultivo proclive a un aterrizaje más suave del Plan México.
En ese contexto, no resulta casual la rápida reconversión del discurso oficial que asimila al EPR con el terrorismo y las versiones confusionistas de que los desaparecidos que reclama ese grupo armado estarían en poder del narcotráfico. Lo que, sumado a las intermitentes “noticias” sobre la existencia de “células dormidas” de la mítica Al Qaeda en el territorio nacional y al riesgo de que armas químicas “pasen” por México hacia Estados Unidos, abre camino al verdadero objetivo de las operaciones de propaganda conjuntas: admitir, de manera sumisa y vergonzante, que México ya forma parte del “perímetro de seguridad” de Estados Unidos; que se ha dado el visto bueno para la actividad en el territorio nacional de células del Comando Norte diseñada para realizar “operaciones delicadas” (eufemismo de encubiertas o clandestinas), bajo supervisión del alto mando del Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia (como anunciaron en su momento el Washington Examiner y el Washington Post)), y que el nuevo “centro de comando antinarco” que se instalará en México estará al servicio de la seguridad nacional… de Estados Unidos.
Así, mientras la Patrulla Fronteriza estrena contra inmigrantes indocumentados los nuevos proyectiles de plástico con gas pimienta al otro lado de la línea divisoria, y la canciller, el vicecanciller y el procurador general de México se entretienen en desmentir que el Plan México –como lo acaba de denominar el propio secretario de Defensa estadunidense, Robert Gates– es un símil del Plan Colombia y argumentan que responde a una “imitación extralógica” (Carlos Rico dixit) de algunos analistas, el próximo lanzamiento del Plan México, con sus componentes doctrinarios y operativos made in USA, viene a confirmar que la diplomacia de guerra de Washington ha logrado superar la otrora “sensibilidad nacionalista” de los gobiernos priístas. El primer paso fue el Tratado de Libre Comercio de 1994. Después, de la integración silenciosa se pasó a “la compra venta de México” (John Saxe-Fernández). A su vez, el Comando Norte abonó el camino de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), el TLC militarizado, complementado ahora por el millonario paquete de asistencia militar. Con un agregado: retomando la zaga de Carlos Menem, el espurio Calderón se dispone a inaugurar una nueva fase de “relaciones carnales” con el actual jefe de la Casa Blanca.
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