Carlos Fernández-Vega
Ya desde los últimos días del “cambio”, pero de forma cotidiana a partir de la llegada de la “continuidad” a Los Pinos, la mayoría de los consumidores mexicanos dedican su mejor esfuerzo a la práctica, y no por gusto, del nuevo deporte nacional: el seguimiento permanente de precios de la canasta de consumo básico, que a estas alturas supera 30 por ciento de incremento, en feroz competencia contra el discurso oficial, el cual asegura que “aquí no pasa nada”.
El marcador, sin duda, es contrario a los consumidores, que han perdido varias batallas, y por goleada: la de la leche popular, tortilla, maíz, frijol, bolillo, carne de res, pollo, pescado, hortalizas, frutas, gasolinazo y las que deseen agregar, mientras el inquilino de Los Pinos cotidianamente se lava las manos (“el gobierno no genera el aumento de precios ni está de acuerdo con el mismo”), y responsabiliza el incremento de precios a factores externos.
Estos sin duda influyen en una economía tan unilateralmente abierta como la mexicana. Aún así, para que los factores externos tengan éxito, es necesaria la contribución y concatenación de los factores internos, y uno de ellos ha sido la deliberada cesión de soberanía alimentaria, porque tras 21 años de apertura indiscriminada (ingreso al GATT en 1986) y 14 de TLC, a estas alturas México importa más de 50 por ciento de los alimentos que se consumen en el país, de tal suerte que, sin duda, lo que suceda en los mercados externos afecta directamente a los estómagos mexicanos. Y si a ello se agrega la irracional política desindustrializadora para alcanzar la reconversión de este en un país de servicios, entonces los factores externos pueden realizar su trabajo desestabilizador sin mayor complicación.
En 14 años de tratados comerciales internacionales, fundamentalmente el de América del Norte, México ha erogado alrededor de 120 mil millones de dólares, y contando, en importación de alimentos, la mayoría de ellos otrora producidos en el país. Entonces, si los cinco gobiernos neoliberales, el de la “continuidad” incluido, hubieran sido más precavidos con los factores internos, los externos habrían provocado mucho menor daño. Pero como su política es de todo o nada, han dado todo a cambio de nada. Y allí están las consecuencias.
Los precios de la canasta básica se mantienen al alza, al igual que el lavado gubernamental de manos, en espera de otros factores externos y del próximo enero, cuando se oficialice la entrada en vigor del gasolinazo, sin duda un adelantado factor interno que ha estimulado la escalada de precios antes de su arranque formal.
Los precios de la canasta básica han sido los de mayor incremento en estas batallas perdidas por los consumidores. Pero vendrán más, y lo más seguro es que de nuevo se registre un marcador peligrosamente contrario para las mayorías, mientras el micrófono oficial mecánicamente niega unas y otro.
¿Qué hará el gobierno para evitar el impacto de los factores externos, cuando estimula los internos? Para eso está el discurso, pero en los hechos nada hará para atemperar los primeros y erradicar los segundos. Así de cuadrado es.
En vía de mientras, va una numeralia, con base en cifras e indicadores del INEGI, sobre uno de los delicados factores externos, la importación de alimentos, que más golpea a los de por sí deteriorados bolsillos de los consumidores. Por ejemplo, en 14 años de TLCAN, la importación de carnes (vacuno, ovino, porcino, pollo) se incrementó 300 por ciento; las de pescado, crustáceos y mariscos (en un país con más de 10 mil kilómetros de costa), 800 por ciento; las de leche, lácteos, huevos y miel, 200 por ciento; otros productos de origen animal, 500 por ciento; hortalizas frescas y congeladas, 500 por ciento; frutos y frutas frescas comestibles, 100 por ciento y cereales, 600 por ciento.
Algunos elementos adicionales: en los primeros seis años de TLCAN, México incrementó en casi 125 por ciento sus importaciones de granos, oleaginosas y otro tipo de alimentos provenientes de Estados Unidos; en ese periodo, nuestro país pasó a ocupar el tercer lugar (sólo después de Canadá y Japón) como importador de granos y oleaginosas de Estados Unidos, superando las proyecciones más temerarias, incluyendo las del Departamento de Agricultura del vecino del norte, la que previó dicha situación, pero para el año 2009; a partir de 2000, la situación empeoró: aumentaron las compras foráneas de alimentos, por ejemplo casi 12 mil millones de dólares en cereales; poco más de 10 mil millones en granos (maíz, principalmente); cerca de 13 mil millones en carnes y despojos animales; alrededor de 4 mil millones en grasas animales y vegetales; cerca de 6 mil millones en leche, lácteos, huevo y derivados; y 4 mil 500 millones en pastas y sazonadores, entre otras.
Tan sólo en los primeros cuatro meses de 2007, con la “continuidad” en Los Pinos, se importaron casi 6 mil millones de dólares en alimentos: en productos del mar, más de 130 millones; en carne importada (bovino, principalmente), casi mil millones; en leche, productos lácteos y huevo, más de 420 millones (sólo de enero-febrero); en frutas y frutos comestibles, alrededor de 300 millones; en cereales mil millones y en semillas y frutos oleaginosos, 650 millones.
Y ante esta obvia debilidad, nadie puede lavarse las manos.
Las rebanadas del pastel:
Fuera de la hora de cierre de México SA quedó el primer reporte del Tribunal Supremo de Elecciones de Costa Rica sobre el referéndum en torno a la participación de este país en el DR-Cafta, el tratado de libre comercio armado por Estados Unidos para las naciones centroamericanas y la República Dominicana. Amabas corrientes, la del No y la del Sí, cantaron victoria antes de tiempo, pero la palabra la tiene el TSE. La más reciente encuesta previa a la jornada de ayer holgadamente concedía el triunfo al No.
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