Adolfo Sánchez Rebolledo
1) La beatificación de dos mexicanos como “mártires de España” entre medio millar de religiosos confirma la continuidad de la línea iniciada por Juan Pablo II para reivindicar la memoria de “sus” víctimas, caídas a causa del “odio satánico de Dios profesado por los republicanos” (Pío XII). Ése es su inobjetable derecho. Cada grupo religioso decide quién y por qué ha de ser objeto de su devoción y escribe la historia según sus criterios. Sin duda, el odium fiedi está presente en las sacas y los “paseos” de la guerra civil española. Decir que el sacrificio de inocentes se produce fuera de toda razón política es simple mistificación de la historia. Cierto es que hubo abusos injustificables, pero no es menos cierto que la Iglesia católica auspició y defendió la sublevación franquista e hizo de ella una cruzada cruel contra la República, sancionando la impunidad de los vencedores sin arrepentimiento, es decir, tomando partido sin compasión.
Ahora, cuando España aprueba sin el voto de la derecha “hispanista” una tímida Ley de la Memoria Histórica, la Iglesia católica celebra a los suyos, mientras pide olvido y silencio para no remover viejas heridas, aunque así lo haya hecho durante décadas de dictadura. Decir que la iglesia reivindica mártires y no a “personas injustamente asesinadas” elude lo central: la naturaleza de la guerra civil, su carácter fratricida, para sustraer, sin lograrlo, el “hecho religioso” del clima moral que hizo posible la violencia golpista y la represión. La beatificación elude así toda responsabilidad del catolicismo por la tragedia, pero a cambio aclara las complicidades históricas entre la espada y la iglesia. A querer o no, la decisión del Vaticano consuma la voluntad de Franco de lograr la “beatificación colectiva de todos los mártires juntos”, a la cual se opusieron otros papas por considerarla una vulgar maniobra para “beatificar al régimen” fascista.
2) Los nuevos beatos mexicanos son: Gabriel Escoto Ruiz –carmelita descalzo, apresado y fusilado el 29 de julio de 1936 a la edad de 57 años de edad– y Luciano Hernández Ramírez, quien nació el 7 de enero de 1909 en San Miguel el Alto, Jalisco. Según el informe oficial: “Estudió en el seminario diocesano de Guadalajara y debido a la persecución religiosa durante el gobierno de Plutarco Elías Calles (1926-1929) su centro de formación fue confiscado y se vio obligado a viajar a España. Allí ingresó a la Orden de los Dominicos. Fue ordenado sacerdote en 1933 como Reginaldo. En 1936 debido a los conflictos políticos en curso su comunidad fue disuelta, pero él permaneció en el convento. Intentó acogerse en la embajada de México, pero, recibidas sus pertenencias, le cerraron las puertas por su condición de sacerdote, entonces se refugió con una familia”. La ficha biografica concluye: “Reginaldo quería emular a los sacerdotes perseguidos y ejecutados por la fe en su país natal”. No sé qué habrá ocurrido, pero afirmar “que se le cerraron las puertas” de la embajada insinúa una actitud intolerante y parcial de la diplomacia cardenista hacia los perseguidos, lo cual es una completa falsedad.
3) Existen notables testimonios, como el de la enfermera Mary Bingham, esposa del ministro consejero de México, Juan F. Urquidi, en Madrid, que describen con detalle las dificultades de la vida cotidiana en la embajada, así como los esfuerzos humanitarios del personal diplomático y de la señora Urquidi para atender a una comunidad arisca y heterogénea, poco habituada a incomodidades: “Allí estaban algunos “hispanomexicanos”, como Antonio Rey Soria, dueño del popular Café María Cristina de Madrid, y hermano de Gabriel Soria, productor cinematográfico; una bailarina mexicana, de nombre Enriqueta, esposa de un ruso, y el viejo exiliado Rodolfo Reyes, cuyos hijos portaban en la blusa el emblema de Falange. Convivían de mala gana banqueros y políticos conservadores, aristócratas, como la condesa Espinosa de los Monteros y su marido tuberculoso. En el otoño del 36, había 56 niños de diferentes edades y un filólogo de la talla de Ramón Menéndez y Pidal junto a vivales y vividores de toda laya. Una dama asilada se acompañó no sólo de su marido y de dos hijas, sino de su amante”, recuerda Bingham. Por lo demás, Alvaro Del Portillo, cercano de J. Ma. Escrivá, fundador del Opus Dei, bien “pudo refugiarse en la embajada de México desde finales de enero hasta el 13 de marzo de 1937”, donde se encontraba su madre de nacionalidad mexicana.
¿La fundación del Opus Dei, John F. Coverdale? La leyenda negra construida por la derecha mexicana en torno a la mision diplomática era básicamente falsa, pues el asilo se concedía sin demasiado rigor. Según el embajador Ramón P. de Negri en carta al secretario de Relaciones Exteriores, Eduardo Hay, “la embajada y sus dependencias daban cabida a alrededor de mil asilados. Habiendo comprobado a mi llegada a Madrid que poseían armas, radios en gran número, una pequeña estación radiodifusora; que se efectuaban servicios religiosos diariamente en la colectividad; que muchos de los asilados salían a la calle por la noche: que comían opíparamente, que a diario imprimían un boletín mimeográfico consignando el triunfo de los invasores; que salía y entraba correspondencia y se efectuaban actos cívicos de regocijo por la victoria de los rebeldes, me vi obligado a manifestar a los asilados con toda atención y por conducto del señor Urquidi, que ya que México, por un acto de humanidad, les había ofrecido hospitalidad conforme al derecho de asilo, deberían sujetarse a las cláusulas de ese derecho que puse en vigor en seguida, recogiéndoles las armas, los radios, clausurándoles la estación y suspendiendo los servicios colectivos, que podría hacer cada quien en lo privado” (citada por Alejandro Romero Rendón, en El asilo diplomático como un derecho convencional para América Latina).
Puede ser que el diplomático mexicano (a la postre puesto bajo sospecha por su negligente actitud ante el traslado de los niños republicanos a México) quisiera cargar las tintas a su favor, pero lo cierto es que numerosos católicos nacionales y españoles recibieron protección del gobierno del general Lázaro Cárdenas, al que repudiaban en nombre del falangismo. Una mala, reaccionaria y autocomplaciente película mexicana, cuyo nombre se me escapa, intenta contar el drama de dichos asilados. Por lo visto, la derecha vive y se reconstruye.
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