Angel Guerra Cabrera
Cuba recibió el mayor espaldarazo en la Asamblea General de la ONU a su resistencia contra la agresión imperial al aprobar 184 gobiernos, de los 192 allí representados, una resolución exigiendo “el cese del bloqueo económico, comercial y financiero” de Estados Unidos. El rechazo a la medida de fuerza se produce por decimosexta vez desde 1992, cuando obtuvo 59 sufragios, hasta más que triplicarse en los últimos años. Son novedosos apoyos como el de Nicaragua, todo un símbolo de la rebeldía en ascenso en América Latina, y Costa de Marfil, que significó el respaldo total de África Subsahariana. De América Latina y el Caribe únicamente El Salvador, al ausentarse de la sala, no endosó la resolución. Sólo tres votos acompañaron a Washington: el de Israel y los de dos seudoestados: Islas Marshall y Palau. Micronesia, otro protectorado yanqui, fue la única abstención.
La condena casi unánime del mundo a la barbarie y extraterritorialidad del bloqueo implica también su repudio al plan de reconquista de Cuba de George W. Bush. Recordemos que hace una semana éste llamó vehementemente a la comunidad internacional a sumarse a asfixiar económicamente a la isla y al derrocamiento del gobierno revolucionario.
El bloqueo y toda la gama de agresiones contra Cuba fueron concebidos desde su inicio con el propósito de exterminar al pueblo cubano si no se rendía, como prueban documentos oficiales estadunidenses ya desclasificados y los dichos de Bush, aunque, aparte de las consideraciones morales, existen muy pragmáticas razones económicas y políticas por las que resultan inaceptables para los propios aliados de Washington.
Otro tanto ocurre en Estados Unidos a excepción de los sectores más cavernícolas y de los políticos presidenciables en busca de los 29 votos electorales de Florida, controlados todavía por la contrarrevolución (anti)cubana de Miami. Ello explica la censura a la citada postura de Bush, con frecuencia en tono de burla, reflejada en medios de difusión estadunidenses. No hay que llamarse a engaño: la mayoría de esas opiniones están animadas por una manera de ver el mundo que se niega a aceptar la existencia independiente y soberana de un pequeño país como Cuba en las mismas narices del imperio. Lo que las hace significativas es el reconocimiento de que casi medio siglo de terrorismo de Estado y guerra económica –recrudecida por Bush a extremos enfermizos– aunque haya provocado sufrimientos a la población de la isla no ha servido en lo más mínimo al propósito imperialista, éste sí irrenunciable, de acabar con la revolución. En otras palabras, se rinden a la evidencia de que la táctica empleada hasta hoy ha sido derrotada por el pueblo cubano y que es necesario cambiar por otra. La amenaza de una intervención militar de Estados Unidos estará presente todavía por mucho tiempo, pero la continua y esmerada preparación de la isla para enfrentarla y su creciente prestigio internacional fuerzan al adversario a considerarla cada vez con más cautela.
De allí el concepto de que probablemente sería más conveniente a sus fines invadir la isla con turistas, mercancías, dólares e ideas que –piensan– socavarían las concepciones socialistas con los irresistibles atractivos del american way of life. Obviamente, este curso de acción es animado por círculos empresariales ávidos de colocar sus productos y capitales en el vecino mercado, así como por la voracidad de los intereses petroleros hacia los hidrocarburos en aguas profundas cubanas del Golfo de México. En ambos casos acicateados, respectivamente, por el pesimismo prevaleciente sobre la salud de la economía estadunidense y el inexorable agotamiento a plazo fijo de las reservas mundiales de energía fósil.
Que Washington instrumente esta perspectiva es impensable con la actual pandilla gobernante y tampoco puede inferirse del discurso de los actuales contendientes a la presidencia de 2008, aunque no debe excluirse como posibilidad plausible a mediano y largo plazos. Frente al perfeccionamiento y robustecimiento económico en marcha del proyecto socialista cubano y la profundización de sus lazos fraternales con Venezuela y otros países de América Latina, a un Estados Unidos deteriorado económicamente, apabullado y desprestigiado por sus aventuras coloniales, difícilmente le queda otra alternativa.
Cuánta razón tiene Fidel. Es en el campo de las ideas donde se libra la batalla decisiva contra el capitalismo.
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