Víctor Flores Olea
En artículos anteriores ha sido clara una doble calificación: la grave regresión del “gran salto adelante” al capitalismo de los principales países del extremo oriente y la parálisis imaginativa de Europa y Estados Unidos (concentrados en defender sus intereses), mostrando un conformismo pocas veces visto en su historia.
Es verdad: hasta hace poco pensábamos algunos que ante los desplantes imperialistas de Estados Unidos, tan destructivos para el mundo, encabezados por el equipo que preside un tipo de la vulgaridad (intelectual y otras) de George W. Bush, Europa podía representar un factor positivo de salvación humana. Las evidencias son otras: Europa y sus sociedades (salvo las excepciones, por supuesto), como nunca viven una etapa de renuncia que ayuda a explicar el triunfo repetido, inclusive bajo su disfraz socialdemócrata, de fuerzas que son principalmente conservadoras ante los graves problemas de la humanidad. Pocos esperarían hoy que la “salvación” viniera de Europa.
Aunque debe reconocerse que en todos los continentes hay fuertes núcleos y movimientos sociales plenos de pasión e imaginación que se oponen militantemente a las destrucciones del capitalismo. Y por supuesto individuos excepcionales que lo hacen con valentía y lucidez. Sin embargo, no vacilamos en decir que, en conjunto, existen graves vacíos. Y diremos también que, ante esa abundancia de deserciones, surgen también nuevas esperanzas, como en América Latina, por más inicial y tentativa que parezca, y cuajada de problemas a resolver aquí y en el futuro.
No, no se trata de una revolución radical, socialista, sino apenas de una voluntad, eso sí muy generalizada, de otorgarle esperanza a muchos millones que viven por debajo de la línea de subsistencia y en la clara miseria. Tal es el resorte principal del esfuerzo latinoamericano a que aludimos: una mínima promesa de futuro para tantos hermanos nuestros que han sido saqueados por las distintas “globalizaciones” de la historia, hace más de 500 años.
Propósito que impone renovar a fondo nuestras relaciones con Estados Unidos y con la globalización capitalista (la única existente ahora), y con las “instituciones” que operan para redoblar el poder de las corporaciones transnacionales. Tal es el rostro real de la fuerza más explotadora y violenta que han sufrido nuestros pueblos. Por supuesto que no es fácil desprendernos de estas cadenas seculares, y se impone una “cuidadosa” negociación inclusive con el imperio, pero todo indica que no falta voluntad, vocación y que se afirma un muy fuerte apoyo popular para lograr la nueva orientación latinoamericana.
Los principales países continentales están ya en lucha para escapar de la globalización neoliberal con hegemonía de Estados Unidos, con sus adelantos y retrocesos, pero el conjunto es ya mundialmente significativo: la decisión política de crear una zona de libre comercio autónoma y el radical rechazo del ALCA que sólo ha sido un engaño, visto a tiempo salvo en México, para mantener el dominio estadounidense sobre nuestros países; la de crear un Banco de Desarrollo para la región (el Banco del Sur), cuyo primer promotor es el gobierno de Hugo Chávez y que con el tiempo nos independizaría (alejaría) del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, lo que es una idea central que madura con rapidez; y, por supuesto, las relaciones de intercambio y cooperación que se multiplican entre los países, buscando contrarrestar las subordinaciones impuestas, y una de cuyas concreciones mayores es el MercoSur. También habría que considerar centralmente la construcción de la Comunidad Sudamericana de Naciones, trabajada desde hace varios años por al menos 12 gobiernos.
En esta revisión de los esfuerzos latinoamericanos no puede faltar la referencia a Cuba que, de manera más directa o indirecta, ha “inspirado” este amplio movimiento emancipador latinoamericano. No porque se identifiquen necesariamente sus bosquejos de futuro (son muy distantes los años 60 de la Revolución Cubana y el principio del siglo que vivimos los latinoamericanos, así como de distinta naturaleza el enfrentamiento al imperio y la existencia o no, como ahora, del bloque socialista), y por la diferencia abismal de las condiciones políticas internacionales, sino por la razón profunda de que Cuba ha mostrado la posibilidad de una autonomía que rescata dignidad y valores propios. Al final del día, la revolución en Cuba afirma los valores profundos de su estirpe: dignidad, honor nacional, indomable voluntad de resistencia, soberanía, y tales lecciones son ejemplares para el conjunto latinoamericano.
Más allá del perfil económico de la cuestión, erizado todavía de dificultades, habría que enfatizar el adelanto democrático latinoamericano, que no se limita a seguir la ruta “occidental” sino que procura ampliarla y radicalizarla, para que cuente menos el dinero como factor de distorsión de la democracia. Y algo muy importante: la sistemática búsqueda de participación indígena en la vida y luchas contemporáneas, nacionales e internacionales, también de carácter democrático, considerando centralmente los “usos y costumbres” de cada tradición indígena. Evo Morales en Bolivia, los movimientos indígenas en Ecuador, el zapatismo mexicano tendrían este significado profundo.
Pero eso sí, México al margen de estas luchas y reformas, alejándose de América Latina, ligándose a los intereses del norte (como subordinado y en el “patio trasero”), y perdiendo oportunidades de oro para un desarrollo consistente. Y desde luego la pérdida de su anterior prestigio internacional.
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