Carlos Fernández-Vega
No se espera más que discursos
Latinoamérica es aún la región más desigual del planeta
Una nueva cumbre de jefes de Estado y de gobierno congrega en Santiago de Chile a los mandatarios de la llamada Iberoamérica. Es la número 17, y de ella, como en las 16 previas, no se espera mayor cosa que discursos. Desde la primera, en Guadalajara (1991), a la más reciente, en la capital chilena, los temas centrales han sido los mismos: democratización, modernización económica y deuda social. Pues bien, en los poco más de tres lustros transcurridos los resultados del primer asunto dejan muchísimo que desear, del segundo destaca la concentración del ingreso y la riqueza y del tercero su permanente cuan explosivo crecimiento.
En la cumbre de Santiago la agenda no difiere de las 16 previas. Tampoco los resultados que arroje. La presidenta Michelle Bachelet lo resumió así: “si en 1980 cuatro de cada 10 latinoamericanos vivían bajo la línea de la pobreza, en 2006 son los mismos cuatro de 10 que permanecen en ella. Y si bien la pobreza ha disminuido (porcentualmente) en el último tiempo, al año 2006 existían 205 millones de pobres en la región, esto es, 5 millones más que en 1990. El resultado está a la vista”. Esto es que la región se mantiene como la más desigual del planeta.
Discursos tan bien estructurados y documentados como el anterior se encuentran en cada una de las 16 cumbres previas, todos advirtiendo que la deuda social crecer y crece, para que al final de cuentas nadie haga mayor cosa. Por eso, retomo la parte medular del México SA del 6 de noviembre de 2006, con la debida actualización a 2007: de Guadalajara (la primera) a Santiago de Chile (la más reciente) se han organizado 17 cumbres iberoamericanas, saturadas de discursos, pero con escasos resultados. A lo largo de ellas la constante ha sido “el combate decidido a la pobreza y el impulso (se supone que igual de decidido) al desarrollo”.
Tres lustros y un año después de aquella primera intentona, la triste realidad lejos de modificarse ha empeorado: América Latina se mantiene, con tendencia a empeorar, como la región más desigual del planeta, mientras el desarrollo –en sentido contrario de los discursos– brilla por su ausencia. Dieciséis años atrás se llevó a cabo la primera Cumbre Iberoamericana, en Guadalajara, y la declaración conjunta de los jefes de Estado y de gobierno en ella participantes advertía sobre “la actual desigualdad del sistema económico internacional y sus consecuencias para gran parte de la humanidad que vive en la pobreza”. Un año después, en Madrid (segunda cumbre), los mismos abajo firmantes insistían en que “la pobreza crítica puede conducir a la inestabilidad política con las consiguientes repercusiones sobre la economía; en consecuencia es imperiosa una acción más eficaz para proteger a los sectores menos favorecidos de la población y así contribuir al pleno ejercicio de los derechos humanos”.
Para no cansar, esas mismas palabras se repitieron desde la tercera (Salvador, Brasil) hasta la decimosexta (Montevideo, Uruguay) cumbres, y para no variar se volvió a pronunciar en el arranque de la decimoséptima en Santiago. De siempre, en dichos encuentros se ha subrayado “la alianza contra el hambre y la pobreza”, y “la imperiosa necesidad” –así le llaman– de combatir la desigualdad regional. Algunos discursos son archivables (la mayoría), pero más allá de las piezas oratorias la realidad muestra que alrededor de 50 por ciento de los latinoamericanos permanecen en la pobreza y la miseria. Discursos y más discursos para una región del planeta, América Latina, que acumula varias décadas perdidas no sólo en materia económica y social, sino en líderes y gobernantes.
América Latina arribó a la primera Cumbre Iberoamericana, en 1991, con el sello de la región más desigual del planeta (“la inequitativa distribución del ingreso es su estigma más persistente”, se dijo en ese entonces). Arribó a la décima (Panamá, 2000) en igual circunstancia (“entre 65 y 75 por ciento de la población regional, según el país, perciben un ingreso per cápita inferior al promedio general”) y llegó a la decimoquinta (Salamanca, 2005) sin que la dramática descripción se modificara una sola letra (“es la región del planeta con peor distribución del ingreso e indicadores sociales, lo que se ve agravado porque en algunos países se observa incluso una acentuación de la concentración del ingreso”).
Llegó la 16 (Montevideo), y los sesudos jefes de Estado y de gobierno concluyeron que “son necesarios acuerdos para impulsar el desarrollo y combatir la pobreza”. Y en 2007 (Santiago de Chile) ya repiten el estribillo.
Una cosa es que la miseria campee en América Latina, y otra muy distinta que no exista riqueza. Cuando sonaban las fanfarrias en Guadalajara por la primera cumbre, la siempre atenta revista Forbes no incluía a ningún latinoamericano en su sagrada lista de multimillonarios, aunque cierto es que por aquellos tiempos ya tenían lo suyo los mexicanos Slim, Azcárraga, Hernández y Zambrano; los venezolanos Cisneros y Mendoza; los brasileños Marinho, Faria y Safra; los argentinos Pérez Companc y Lacroze de Fortabat; el colombiano Santo Domingo o el chileno Agneli, por citar algunos magnates.
Sin embargo, 16 años, igual número de cumbres iberoamericanas y más de 200 millones de pobres después, estos personajes –o sus herederos– no sólo aparecen en Forbes, sino que lo hacen en lugares destacados (como el propio Slim) con cerca de 120 mil millones de dólares en fortunas conjuntas.
Eso sí: en Santiago los gerentes regionales, por decimoséptima ocasión consecutiva, reafirman su compromiso y voluntad de “impulsar el desarrollo, mejorar la distribución del ingreso y combatir la pobreza”.
Las rebanadas del pastel
Comienza a descender el nivel de agua en Tabasco, y viene la parte más delicada: pasar de los discursos a los hechos, a la reconstrucción. Esta etapa no es atractiva política y mediáticamente, por lo que repartidores de cajitas, llenadores de saquitos de arena y besadores de niños no tardan en apartarse del territorio devastado.
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