Ricardo Robles O.
Lo que Vícam proclama es la realidad de los pueblos indios, lo que nos narraron, sus posturas desde la historia vivida, su conciencia hablando más colectivamente hoy que antes.
Nos resulta necesario conocer y repensar lo acontecido en Vícam. Atañe esto a gobiernos, civiles, medios, universidades, iglesias, a todos los que por oportunismo, necesidad o convicción han asumido el asunto indio de algún modo y a los que sólo intentan negarlo o evadirlo. Los signos que rodearon el Encuentro de Pueblos Indígenas de América y los que se generaron ahí son elocuentes.
Vícam estuvo cercado por el hostigamiento primero, por una falsa tolerancia luego y por el silencio siempre. ¿Por qué? Por irrelevante, como se quiso hacer creer, o por incómodo. Lo irrelevante no irrita y la irritación gubernamental fue evidente. La comandancia zapatista tuvo que regresarse. En las vísperas, quienes llegaban fueron hostigados. El día de la llegada la policía confesaba con ingenuidad que recibió contraorden para tratar amablemente y orientar a los visitantes. Eso es ya un signo, el ninguneado valor del encuentro. Algo de peso estaba por pasar y sucedió ahí.
En Vícam se escucharon diferencias y coincidencias de los indios americanos y se exploraron consensos antiguos. Muchos que no llegaron del sur de América enviaron mensajes para disculpar su ausencia y solidarizarse. La reunión confirmó que sí se quiere y puede construir un mundo en el que todos lleguen a caber.
Los venidos de los “así autonombrados” –repetían– Estados Unidos y Canadá, con sus banderas y voces guerreras, contrastaban con la lucha pacífica de muchos otros, pero todos coincidían en el rechazo a los gobiernos, a sus leyes, a su guerra de conquista que dura ya 515 años.
La invitación cordial de Las Abejas de Acteal a celebrar su décimo aniversario con una misa, en voz de su presidente Diego Pérez Jiménez, casi replicaba a la gran mayoría que sólo censuras tuvo para la Iglesia católica, y para otras. Pero todas las posturas se acogieron con respeto.
Las sociedades matriarcales del “así autonombrado Canadá”, en voz de sus mujeres jefas, fueron un refulgente signo en el encuentro, cargando a sus criaturas tomaban la palabra con sobria dignidad para narrar sus historias dolidas de represión, tratados, leyes, muerte... mientras azoraban a todos con su imponente temple.
Un consenso indudable creció con cada participación, el de la defensa de la Madre Tierra, de la naturaleza, del planeta. Algunos, como los delegados de Vía Campesina de Centro y Sudamérica sólo subrayaban esto que todos iban refiriendo y denunciando.
Todos hablaban lo propio y escuchaban pensativos lo de otros. Fueron cayendo todos los pensamientos en un solo sueño, y aun sin coincidir en las propuestas gestaban un sentir común, un proyecto en el que cada actor librará su propia lucha, pero con un horizonte ya común: el de todos.
Aunque la prensa local publicaba notas acusando a Marcos de manipular la reunión, el silencio zapatista para dejar a los convocados el espacio y la voz fue un signo relevante del encuentro. Lo anunció de parte de la comandancia el único delegado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) durante la inauguración: “Sabemos que nuestros dolores serán nombrados en los dolores de otras y otros hermanos y hermanas indígenas, como serán nombrados también nuestros sueños y esperanzas, y las luchas que a eso hacer realidad llevan”. Y no volvió a aparecer, sino en la clausura para reconocer el trabajo realizado: “La rebelión que sacudirá al continente no repetirá los caminos y pasos de las anteriores que cambiaron la historia: será otra”.
Alguien me preguntó en Vícam qué hay con el EZLN, porque se dice que ya se apagó. Podemos retar a las mayores instituciones, gobiernos, universidades, iglesias y demás a que convoquen a una reunión sin presupuesto, sin viáticos, sin hospedaje, sin comidas, así, a cielo raso en el desierto, y logren asistencia indígena desde 12 naciones, con 570 delegados de 67 pueblos indios de América, además de los muchos observadores que tan sólo vinieron a ver parir la historia. La palabra indígena –y en ella la zapatista– ha entrado al nivel de lo simbólico universal que a todos puede decir algo con sentido, sobre los sinsentidos padecidos. Por eso puede convocar a muchos.
Nos resulta indispensable a todos conocer y recoger lo sucedido en Vícam. Nada ganamos con ignorar y negar lo que está vivo y crece, sólo perdemos de vista la realidad.
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