Nora Patricia Jara
Los desastres naturales, combinados con la omisión gubernamental, traen lo peor y lo mejor, sin duda, de las personas. Lo ocurrido en el sureste mexicano, donde se anegaron poblados y ciudades de estados como Tabasco y Chiapas, motivaron la solidaridad de los capitalinos, quienes en menos de 72 horas juntaron 200 toneladas de ayuda humanitaria, que se enviaron inmediatamente a los que la necesitan. La amplia movilización ciudadana no se había visto desde los sismos de 1985, cuando los habitantes del Distrito Federal, ante la negligencia y la parálisis del gobierno de Miguel de la Madrid, tomó en sus manos el rescate y la organización de la ayuda que los afectados urgían y que el gobierno se negó a dar. Y ahora, aunque las condiciones son distintas, la ineficacia y la desorganización de los tres niveles de gobierno en Tabasco y Chiapas, hacen que los capitalinos se vuelquen en mercados y plazas públicas, para atender a los damnificados, en medio de críticas y denuncias mezquinas como las que presentaron los legisladores panistas Kenia López y Ezequiel Ruiz contra el GDF y el supuesto mal uso de recursos públicos que fueron enviados, como hicieron otros estados del país, a los mexicanos afectados.
No es de extrañar que en lugar de solidarizarse con los que menos tienen y viven una situación de emergencia, sin precedente en su historia, los panistas de la ALDF pierdan el tiempo y señalen de forma impertinente lo que gobiernos con responsabilidad social hacen para paliar una crisis social y económica generada por la combinación de la corrupción y la fuerza de la naturaleza. Como siempre, no hay responsables. Todo es producto de lo natural y el efecto del cambio climático global, es la explicación que se ha dado para responder a los gritos de quienes denuncian que en los últimos diez años no se ha invertido un solo peso en obras de infraestructura hidráulica en las entidades anegadas.
Sin embargo, la tesis del destino manifiesto, vertida por la derecha gobernante, no se sostiene, cuando la ONU advierte que la tragedia pudo haberse evitado, si las dependencias federales y locales hubiesen hecho su trabajo, pero para los panistas lo urgente no es lo inmediato, sino lo político, ya que sus prioridades se enfocaron en una supuesta inundación en el valle de México, misma que no ocurre desde 1604. Así, luego de la inundación, los capitalinos acudieron en masa a delegaciones como Coyoacán, Tlalpan, Álvaro Obregón –que envió 40 voluntarios y elementos de protección civil–, Tláhuac, Izctacalco, Gustavo A. Madero y Magdalena Contreras, así como a la Plaza de la Constitución, convertidas en centros de acopio donde miles de ciudadanos llevaron alimentos y medicinas. A la ayuda humanitaria se sumaron los grupos del Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas (ERUM), los miembros de Fuerza de Tarea y Cóndores de la SSP-DF, que en los primeros tres días salvaron a 173 personas, incluyendo cinco bebés atrapados en el agua junto con sus madres y familias. Hasta la ALDF se dispuso a donar 6 millones de pesos a los damnificados.
La idea de que los gobiernos puedan atender necesidades en condiciones de urgencia, más allá de sus límites habituales, es siempre visto como un problema y no como parte de una solución, a veces temporal, pero al fin ayuda que debe hacerse llegar a quien la necesita. Donar no es caridad, o no debiera verse como tal, son paliativos, ya que la tarea fundamental para atender la problemática de una entidad es parte de las responsabilidades del Estado y su ejecución la obligación del gobierno. Pero para atender de fondo la crisis, es necesario reconocer las causas del desastre que no fueron las naturales, como se insiste en decir para desviar la atención de lo importante: el fracaso de un modelo de desarrollo que se ha agotado.
El cambio climático no es una abstracción que se pueda achacar a la peor inundación ocurrida en un estado como Tabasco, es una advertencia que exige compromiso moral y voluntad política, para cambiar y decidir cómo se va a reaccionar ante su presencia. No es una teoría que se confirma en cada desastre. Como diría el principal promotor de su concientización en el planeta, el ex vicepresidente de EU Al Gore: “hay que separar la realidad de la ficción, para pensar en sus consecuencias, escuchar y dar respuestas, no continuar con los patrones del pasado.” Y advierte: “desviar ríos trae consecuencias, lo que significa que es un problema político, es hacer algo ante el problema, es una cuestión de moral y de voluntad política”. Voluntad que debería ser también un recurso renovable en México.
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