Luis Linares Zapata
Tabasco y su repetida tragedia no puede menos que convertirse en un microcosmos de lo que, en lo general, sucede con la casa común de los mexicanos. En el fondo de estos infelices acontecimientos está el largo (ciertamente inmerecido) periodo durante el cual se ha venido aplicando un depredador modelo de gobierno. Los resultados que tal modelo ha provocado están a la vista: salvaje uso de los recursos naturales, innumerables oportunidades desperdiciadas, urgencias abrumadoras e improvisación cotidiana en el actuar de la administración pública, privatizaciones a precio de regalo y graciosas transferencias de empresas a los extranjeros, corrupción creciente y complicidades perversas en las altas esferas decisorias.
Faltan otras muchas características ya bien definidas durante los largos años en que ha sido el horizonte productivo y político, pero con el listado que se adelantó es suficiente para invocar la urgencia de su recambio. Culpar al cambio climático de los sucesos (¿naturales?) no es más que una prueba fehaciente de la actitud timorata de Calderón, presidente del oficialismo más atrincherado, para desviar responsabilidades y diluir la posibilidad de enfrentar la cruenta realidad imperante. Lo más probable, y a pesar de las gravísimas consecuencias derivadas, es que ante la tragedia muy poco sea lo que se ponga bajo severo escrutinio y se finquen las responsabilidades debidas. Todavía más escasas, por consiguiente, serán las revisiones a fondo que pondrían en evidencia el modelo vigente. Lo más seguro es que, por el contrario, se tenga que convivir, al menos por un determinado tiempo adicional, con la tenaz e interesada voluntad cupular de su continuación a ultranza.
Las inundaciones de Tabasco pudieron ser evitadas. La misma ONU lo afirma sin necesidad de recurrir al también válido expediente de los programas hidráulicos que debieron emprenderse y concluirse desde hace años, décadas quizá. Ya en 1999, fecha de la precedente inundación tabasqueña, se determinó (Ernesto Zedillo) iniciar un programa para tal efecto. La intentona, sin embargo, se desvaneció entre los vericuetos de la burocracia y la ineptitud de los gobernadores de Tabasco. Las inversiones requeridas, y que con seguridad tendrían que ser masivas, hubieran hecho manejables las intensas lluvias del último mes de octubre e impedido esta enorme catástrofe. Pero sin llegar a tal extremo de análisis, al menos por ahora, la información disponible era suficiente para coordinar acciones precautorias efectivas. De haber sido el caso, otra historia se contaría ahora.
La simple lectura de la información publicada por la Comisión Nacional del Agua (8 y 15 de octubre) debió conducir a los responsables a emitir alertas a la población tabasqueña, cosa que por cierto hizo el gobierno local, pero sin la suficiente anticipación y con energía disimulada en ruegos. Lo cierto es que, escarbando en informes oficiales sobre el manejo de las presas del Grijalva, salta a la vista de un juicio común y corriente que en el caso de la Peñitas no se actuó acorde con lo que las estadísticas disponibles dibujaban con claridad: el incremento, cada tres años, de lluvias y escurrimientos anormales en octubre. Por razones todavía oscuras, la citada presa estaba llena a casi la total capacidad (96 por ciento) y, por tanto, no pudo resistir las avenidas adicionales. Las otras tres grandes presas, en cambio, tenían sobradas capacidades para retener adicionales lluvias (11 veces la capacidad de Peñitas), aun las más cuantiosas.
El entramado ejecutivo, tanto a nivel federal como local, no actúa en el medio mexicano de acuerdo con una previsora planeación de largo plazo. Las tareas de gran envergadura se transmutan, mucho debido a la mediocridad de los tomadores de decisión y sus mañosas maniobras, en utopías y buenas intenciones de poco realismo. Sueños, dicen con sorna de gente seria y enterada, que no son prudentes llevarlos a cabo en sus magnitudes indispensables. A las grandes obras se les rebaja hasta convertirlas en pequeñas, circunstanciales aventuras constructivas que sólo palían algunas aristas intolerables de las ingentes necesidades colectivas. El impulso hacia la grandeza ha estado ausente en el espíritu de la clase dirigente del México actual.
La urgencia, en cambio, domina por completo un quehacer público que se empequeñece ante los retos entrevistos. A ello se añade la intrincada red de complicidades para terminar en conjuntos de obras inocuas y la posposición, para tiempos mejores que nunca llegan, lo que fue planteado como parte sustantiva de un mundo mejor. El mismo cambio brusco de un gobierno federal priísta a otro panista afectó la continuidad de los trabajos iniciados y todo quedó en una nebulosa que resultó funesta para los tabasqueños afectados de manera directa y, después, para el resto de los mexicanos.
No cabe duda que la inepta administración de los gerentes, que Fox llevó al gobierno, pasaron de largo y de noche ante los inminentes peligros que el modelo neoliberal ha ido sembrando por toda la República. Los planes hidráulicos pasaron a engrosar el listado de los pendientes siempre postergables. Se antepusieron otras pasiones más cercanas a sus intereses y cortas visiones. Los enormes recursos de que dispusieron (petroleros por ejemplo) se canalizaron a trampear las elecciones, a engrosar privilegios de altos funcionarios y contratistas, a obras de relumbrón o cubrir pagarés indebidos del Fobaproa (hoy IPAB). En especial se dedicaron a financiar la penetración de las empresas extranjeras en muchos de los campos que debían reservarse a los mexicanos. Garantizar la soberanía alimentaria, la independencia tecnológica o la capacidad para diseñar el propio desarrollo industrial no cabe en el léxico de las elites nacionales.
No habrá consecuencias administrativas y menos aún penales para los que fallaron en sus cometidos, fueron omisos o francamente criminales. El tinglado decisorio del país está entrampado, atascado y las coberturas mutuas son la constante. De empezar a explorar las causas del desastre se tendría que poner en el paredón de la crítica al modelo depredador vigente.
Calderón no tiene el mínimo control de los sucesos que se le apilan con el paso de los días. El paso de las semanas y los meses harán el trabajo sucio y todo quedará en el aparente olvido hasta que otra tragedia sobrevenga o hasta que un quiebre social se torne incontrolable.
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