“Nosotras enseñamos a nuestros hijos a no robarle al pueblo”, señalan en La Garrucha
Durante el encuentro internacional aseguran: “somos muchas madres que vamos a seguir hablando en diversas partes del mundo. La lucha zapatista es nuestra esperanza de vida”
Hermann Bellinghausen (Enviado)
Mujeres zapatistas durante su participación en el encuentro internacional que se lleva a cabo en La Garrucha, Chiapas Foto: Víctor Camacho
La Garrucha, Chis., 30 de diciembre. “Un mundo donde quepamos todas con un pan en la mano”, resume Esmeralda, una de cuatro madres que hablan por el caracol Madre de los caracoles del mar de nuestros sueños, esta mañana. El peso de la demanda le alcanza para pronunciarse “por un mundo donde quepamos las nuevas mujeres y los nuevos hombres”. ¿O se llama utopía?
“Nosotras enseñamos a nuestros hijos a no robarle al pueblo de México, y que no hagan mañas para agarrar el dinero. Enseñamos a nuestros jóvenes a recibir cargos en los pueblos sin recibir sueldo.” La voz de Esmeralda va sonando con decisión en el auditorio de La Garrucha, sombra mayor en este día que de principio a fin estuvo en las manos del sol. Centenares de mujeres, entre zapatistas de pasamontañas y mujeres vistantes de Chiapas, el resto de la República y los cinco continentes, escuchan a las madres tojolabales y tzeltales.
“Estamos rodeados de soldados y paramilitares en nuestras comunidades. El mal gobierno tiene patrullajes en nuestras montañas”, prosiguió Esmeralda. “Somos muchas madres que vamos a seguir hablando en muchas partes del mundo. La lucha zapatista es nuestra esperanza de vida”.
Ahora son comisariadas, “concejas”, representantas, miembras de las juntas de buen gobierno (JBG). “Hacemos el trabajo por conciencia. No buscamos puestos por beneficio personal. Nuestro hijos están en nuestro trabajos, para que así aprendan”. La pedagogía casera de las rebeldes se va desgranando con sencillez casi heroica ante mujeres indígenas de Guatemala, Ecuador y Oaxaca, y otras más llegadas a la selva Lacandona desde Senegal, Nueva Zelanda, Australia, República Dominicana, Japón o Cuba. Campesinas de Francia, Canadá, Corea. Feministas y activistas de toda América y buena parte de Europa.
“Son muchas las muertes que nos debe el mal gobierno”, sentencia Esmeralda para dar paso a Marisol, quien manifiesta: “Como mamás enseñamos la democracia. A no tener que pedir permiso al gobierno. Desde pequeños les enseñamos a nuestros hijos los derechos de hombre y mujeres. Los educamos para que se haga la revolución y no seamos olvidadas jamás”.
Una más, Elizabeth, enumera otras enseñanzas a sus niños, como “respetar a sus mayores e iguales. Les enseñamos de esta lucha porque no se termina, y de nuestro ejército. Las tropas de insurgentas e insurgentes son nuestros propios pueblos, nuestros hijos y hermanos”.
La cuarta madre, Griselda, se dirige a las presas políticas y a la otra campaña, y declara superada la explotación que sufrían los pueblos indígenas “antes de la nueva historia”. No obstante, señala que “cada vez hay más pobreza aquí en Chiapas; se ha puesto más grave en los meses recientes”. En tanto, “las hermanas del campo son engañadas por el gobierno y los partidos políticos. Les ofrecen dinero, las acarrean, las engañan, les dan el dinero de los programas y se los quitan sus maridos para beber, igual que hacen con el Procampo que les dan a ellos”.
En tanto la utopía, o como se llame, de las mujeres a cargo y al mando sigue su curso en este caracol subvertido. Interrogada sobre la “vuelta a lo normal” prevista para el martes, según los carteles, doña Laura, que atiende su cocina vendiendo caldo de pollo, tamales de maíz oscuro con frijol negro o mole, ríe: “Volvemos a lo normal, pero ahora lo normal va a ser diferente”.
En las cocinas comunales, hombres de la comunidad, milicianos e incluso autoridades de los distintos municipios autónomos menean peroles de frijol y caldo, amasan el maíz, van y vienen de los lavaderos con trastes y ollas. Algunos, adueñados del personaje, llevan pasamontañas y flamantes mandiles de manta cruda con palabras como “tomate” o “EZLN” escritas con pintura roja.
Entre las grandes mantas desplegadas en el auditorio y alrededor del nuevo quiosco de pueblo (en versión zapatista) alusivas a la comandanta Ramona, a las hijas del maíz, a las campesinas de la tierra y las de dimensión cósmica, una grande transcribe, íntregra, la Ley Revolucionaria de Mujeres, mientras un grupo de mujeres de la ciudad elabora otra tela con la misma ley bordada a mano letra por letra.
Las más de 40 delegadas de los Altos, tzotziles en su mayoría, exponen también su proceso para acceder a la educación, y volverse promotoras de la misma. Y la salud. Y la posibilidad de acceder, como mujeres, al derecho a la tierra. El espacio de este encuentro de las zapatistas con las mujeres del mundo no parece estar experimentado con una ideal amazonia, sino con la puesta en práctica de, digamos, un significativo contrapeso a la testosterona. Y en el aire se siente. Por ejemplo, no son pocas las parejas de lesbianas visitantes que se comportan con naturalidad sin que las indígenas muestren extrañeza.
Es de suponer que alguna huella dejará este paso adelante de las indígenas zapatistas, que han seguido un proceso de organización en meses recientes que va más allá del tercer encuentro internacional “con los pueblos del mundo”. A ver cómo le hacen mañana estos muchachos del mandil para soltar el cucharón, el comal y la escoba.
Leidi, en representación de las comisariadas de la región del caracol de La Realidad, y haciendo “uso de la palabra de todas ellas”, cuenta de sus trabajos como autoridad campesina: “nosotras ponemos las fechas y horas de quemar para las milpas, y los cuidados para que el fuego no pase a las montañas o los acahuales. Vemos la tumba de árboles, que son la riqueza de la montaña. Se exige que a cada árbol que se tumbe se deje sembrado otro. Eso enseñamos a nuestros hijos”.
Y agrega más funciones de las comisariadas: “organizamos la limpieza de los caminos reales cada dos meses, haciendo acuerdo anticipado con la otra comunidad a donde va el camino. Trabajamos las tierras recuperadas en colectivo, y el producto de la venta también lo usamos para pagar los pasajes de las comisiones que necesitan ir a hacer acuerdo con los concejos municipales”.
Al concluir cada una de las cuatro sesiones diarias, unas 200 zapatistas con pasamontañas, choles, tzeltales, tzotziles, tojolabales, zoques y mames, literalmente parten plaza, en fila, a través del caracol, rumbo a sus comedores, mientras el conjunto musical las saluda con una prolongada “diana”.
Este mediodía, unas 40 zapatistas interrumpieron la marcha para representar una “obra”, donde “la pobreza” (una de ellas bajo una manta inmensa) “gritaba” de parto mientras le salían por debajo mujeres con letreros de “Ejército Zapatista”, “municipios autónomos”, “campamentos de Paz”, “JBG”, “la otra campaña”, “colectivos”. Es la primera vez que el zapatismo se representa a sí mismo como un trabajo de partos.
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