Víctor M. Quintana Silveyra
Los campesinos tuvieron que bloquear un puente internacional, formar un muro humano en su parte más alta; resistir ahí por 36 horas temperaturas hasta de siete grados bajo cero para que los volvieran a ver, para que los volvieran a oír. Así fue hace cinco años en el arranque del movimiento El campo no aguanta más. Tal parece que sólo cuando se ponen en el umbral del estallamiento la nación voltea a verlos, a escucharlos. Eso reflexiona uno desde el puente Córdoba-Américas en este frío amanecer del año. Cuando la noticia ya se ha regado por toda la República y más allá. Cuando empiezan a llegar las manifestaciones solidarias; cuando se siente que la toma del puente sirvió para detonar decenas de movilizaciones por todas partes, es cuando la mayoría de los medios de comunicación –con muy honrosas excepciones– le espetan a uno: “si había 14 años para la liberación total del comercio agropecuario, ¿por qué hasta ahora se manifiestan?” Hace uno de tripas corazón y le responde educadamente al reportero, a la reportera. Pero luego calla uno junto a los leños y en la soledad de la cobija le da vueltas a lo que está detrás de esta pregunta-reclamo.
Las organizaciones campesinas independientes y sus aliadas llevan por lo menos 17 años de lucha y denuncia ante el TLCAN y sus efectos perversos en el campo y entre los trabajadores. Han desplegado una serie de acciones locales, nacionales e internacionales y tejido relaciones como pocos: han buscado y construido foros, se han fundamentado en los análisis de investigadores y en la labor de periodistas comprometidos. Pero han tenido que enfrentarse a una estrategia múltiple de invisibilización, de inaudibilización por parte de la clase dominante.
Es un hecho que éste es un país en el que sólo unos cuantos tienen derecho a la “visibilidad”, a la “audibilidad”: los políticos, los grandes empresarios, las figuras de la industria mediática, los narcos, o fugazmente, los protagonistas de lo más rojo de la nota roja. Los campesinos, y aún más los indígenas, son invisibles e inaudibles casi por definición. Y eso no es casualidad: hay una estrategia muy clara de invisibilización de los actores sociales de las clases populares por parte de quienes dominan en lo político, en lo económico y en lo simbólico.
A esta estrategia confluyó también el papel traicionero de las cúpulas de la CNC mientras ésta se ostentó como el monopolio de la representación campesina en la República. Durante los sexenios de Salinas y de Zedillo todas las políticas neoliberales de ajuste, todas las medidas anticampesinas, entre ellas la contrarreforma agraria y el TLCAN, fueron respaldadas por las gargantas profundas del cenecismo. Ellos se llevaron los titulares de los periódicos y de los medios electrónicos avasallando a las voces disidentes que auguraban todos los males que a final de cuentas acarreó el TLCAN.
Pero también hicieron inaudibles –o al menos dieron coartada para considerarlas así– las demandas básicas de los campesinos, las contradicciones de sus propias organizaciones.
En momentos clave, sobre el planteamiento básico de rescate de la soberanía alimentaria nacional y de la agricultura campesina, predominaron los celos, los arreglos particulares, las mieles de los financiamientos fáciles o del ser aparentemente tomados en cuenta o incluso los incrementos al presupuesto rural. Entonces se bajó la guardia, se comprometió toda la energía en los programas y en las reglas de operación y se hizo inaudible el reclamo fundante: “fincar la soberanía de la nación en una base alimentaria propia, producida por campesinos e indígenas que de ello vivan dignamente y proporcionen a los consumidores alimentos básicos baratos, de calidad y suificientes”. En el griterío por las decenas de programas y por los millones de pesos apenas se escuchaba el clamor de algunos denunciando la catástrofe del campo y exigiendo la renegociación del TLCAN en materia agropecuaria.
Por eso, ahora que se vuelve a ver la figura de los invisibles, que se vuelve a escuchar la voz de los inaudibles no hay que dejar que se pierda. Ahora que especialistas, académicos, líderes de opinión, organizaciones campesinas, tanto las consecuentes como las contritas, se han unido, hay que fijar bien en los ojos y en la voz el grito fundamental: por la soberanía alimentaria de la nación y el rescate del campo con campesinos e indígenas. Sostenerlo, defenderlo de los cantos de las sirenas de acuerdos y de pactos mezquinos, sustraerlo de las grillas y de los pleitos por el protagonismo, levantarlo como bandera hasta el triunfo, ésa es la gran tarea actual de la nueva revuelta campesina, de la actual rebelión de los inaudibles.
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