TLC: Sobre advertencia no hay engaño
Foto: eduardo miranda
México, D.F., 10 de enero (apro).- Es muy mexicana la costumbre de reaccionar a toro pasado, de lamentarnos antes que prevenir, de querer cerrar el pozo después de ahogado el niño; de no hacer caso y aun reírnos cuando nos amenazan de que ahí viene el lobo y sorprendernos cuando llega. Nos es más fácil rasgarnos las vestiduras, gritar y chillar, que hacer un acto de conciencia y reconocer nuestras culpas. Viene a cuento todo esto por la llegada del famoso arancel cero para las importaciones de los productos agropecuarios –maíz, frijol, azúcar y leche-- que faltaban por desgravarse totalmente según lo estipulado en el tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. Llegó, pues, el 1 de enero de 2008, la fecha fatal para que puedan entrar al país libremente, sin barreras, esos productos.Y el griterío no se ha hecho esperar: se va a acabar el campo mexicano; la soberanía alimentaria quedará en manos extranjeras; el país, a merced de las potencias; los mexicanos, a un destino más miserable.Y ante ello, muchos se aprestan a hacer grandes protestas, paros laborales y productivos, movilizaciones en el campo y las ciudades, como si con ello se pudiera solucionar algo. Es realmente patético. Como lo es, también, el ver los ríos de tinta en medios informativos impresos y la saturación de espacios en los electrónicos, concentrándose –con honrosas excepciones-- en ese griterío, y haciéndose eco de los lamentos que, en muchos casos son, por decir lo menos, exagerados.Y vaya que si ha habido exageración. Los dirigentes de las organizaciones sociales y campesinas no se cansan de hablar, de malinterpretar y malinformar: quieren dejar la impresión de que la apertura se hizo de un día para otro o de un año a otro. La realidad es que la apertura empezó desde el inicio del TLC, fue gradual y el salto de la desgravación, por lo menos en el caso del maíz, de 2007 a 2008 es igual al que ocurrió en los últimos nueve años –entre 18.1 y 18.2 puntos porcentuales menos de arancel, de un año a otro--, como puede apreciarse en la siguiente tabla –elaborada por el Centro de Estudios sobre Finanzas Públicas de la Cámara de Diputados, con base en los acuerdos firmados por los tres países en el TLC, incluidos en el Anexo II del texto final del tratado--, en la que se consigna el arancel que se cobró cada año, sobre el valor de lo importado, en los casos del maíz y el frijol.
AÑO MAÍZ FRIJOL
1994 206.4% 133.4%
1995 197.8 127.8
1996 189.2 122.3
1997 180.6 116.7
1998 172.0 111.2
1999 163.4 105.6
2000 145.2 93.9
2001 127.1 82.1
2002 108.9 70.4
2003 90.8 58.7
2004 72.6 46.9
2005 54.5 35.2
2006 36.3 23.5
2007 18.2 11.8
2008 0.0 0.0
En el caso del maíz puede apreciarse que, durante los primeros cinco años del TLC, el arancel disminuyó cada año 8.6 puntos porcentuales; en los siguientes nueve, la desgravación fue constante, de 18.1 o 18.2 puntos porcentuales cada año. En el caso del frijol, la desgravación siguió el mismo ritmo que la del maíz, pero en porcentajes menores: los primeros cinco años, el arancel fue menor en 5.5 ó 5.6 puntos porcentuales cada año; los siguientes nueve, el arancel bajó 11.7 u 11.8 puntos por año, hasta llegar a cero, en 2008, como en el maíz, el azúcar y la leche en polvo.Y esto lo sabía todo mundo: gobierno, campesinos, productores, empresarios, organizaciones… Entonces, más que estar gritando, lo que tendríamos que estar haciendo es preguntarnos qué se hizo en 14 años para estar igual o peor que al inicio del tratado. Porque visto éste, a la luz de su planteamiento original, las expectativas creadas con él, no hay duda que ha sido un fracaso en muchos sentidos. En el optimismo del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, México sería, de la mano del TLC, una nación radicalmente distinta: un país moderno, integrante del mayor bloque comercial del mundo –en ese entonces, cuando todavía no se formalizaban las negociaciones entre los tres país: 360 millones de habitantes y un valor de la actividad económica de casi seis millones de millones de dólares– con suficiente empleo, con una industria dinámica y eficiente, usufructuaria de la tecnología de punta, con un crecimiento explosivo de las exportaciones, mejores niveles de ingreso, una economía altamente competitiva, sin fugas de mano de obra ni de capitales, el mejor de los tratos con los colosos del norte; sería una base estratégica de otros países de Europa y Asia, que traerían progreso y mayores oportunidades de empleo.Sin el tratado --nos vendían la idea--, nada de esto sería posible, por lo menos no a la velocidad y urgencia que requieren el atraso y la pobreza del país. Lo dijo Salinas de Gortari en un viaje a Estados Unidos y Canadá, antes de que se firmara el tratado: "Se perderán empleos"... "si nos aislamos habrá mayores problemas frente a la competencia internacional de bloques..."; "más mexicanos se irán a Estados Unidos en busca de trabajo..."; "viviremos una guerra comercial global..."; "será imposible una zona continental de libre comercio..."; "no tendremos competitividad..."; "estaremos condenados al atraso y la marginación...".El TLC entró en vigor el 1 de enero de 1994. Y a 14 años de distancia, nada de lo prometido se logró, salvo el crecimiento explosivo de las exportaciones. En efecto, las ventas totales al exterior, que en 1994 tuvieron un valor de 60,800 millones de dólares, subieron en 2006 a 250,300 millones de dólares, una cifra equivalente al 41% del PIB nacional. Aunque también las importaciones crecieron sustancialmente: de un valor de 65,400 millones de dólares, en 1993, pasaron a 221,800 millones en 2006. Y ya en el caso particular de los socios del TLC, las exportaciones mexicanas a Estados Unidos crecieron en más de 355%, y a Canadá en más de 205%.Con todo y lo positivo que esto sea, el crecimiento espectacular de las exportaciones jamás se tradujo en un rápido crecimiento económico general. Ni siquiera ocurrió con la generosa entrada de inversión extranjera directa, que en lo que va del TLC, ha colocado a México entre los principales países receptores de la IED mundial. Y lo que ello implica, a fin de cuentas, porque es lo que importa, no salimos de atraso, de la improductividad, de la falta de empleo, de los bajos salarios.Entonces, más que ponernos a gritar lo que hace falta es un verdadero examen de conciencia, actuar ya en serio, no sin dejar de reconocer lo que no hicimos, cada quien desde su trinchera: el gobierno, que ha sido incapaz de acompañar la apertura comercial con políticas públicas que fortalezcan nuestra industria y el campo, que le dieran una mejor integración a las cadenas productivas; los empresarios, sobre todos los grandes –los más favorecidos con la apertura--, que sólo han utilizado para su propio beneficio –ni siquiera de sus empresas-- todos los estímulos oficiales que han acompañado al TLC; las organizaciones sociales, que aun ahora, tras 14 años de ese acuerdo, siguen operando corporativamente, algunas como apéndices de partidos, garantes y/o vendedores de votos, y que eternamente han reclamado más subsidios cuando de ello han vivido, pero que no han hecho gran cosa para organizar productivamente a sus representados; los legisladores, que siguen dormidos en sus laureles, desatendiendo las urgencias nacionales y que sólo reaccionan cuando tenemos el agua al cuello… la sociedad toda, que no levantamos la cabeza; que no podemos ver más allá de nuestras narices; que no podemos sacudirnos de esa necesidad patológica de sentirnos acogidos paternalmente.En suma, como dicen los clásicos, el destino nos alcanzó. Pero estaremos peor si sólo nos quejamos y nos quedamos con los brazos cruzados.
cgacosta@proceso.com.mx
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