Magdalena Gómez
En el contexto del Foro Social Mundial, realizado en el Zócalo de la ciudad de México, y del relativo a “Tierras, indígenas y autonomía”, pude observar en dos de sus mesas los rasgos de algunos de los saldos que dejó la movilización y debate en torno al reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas.
En primer lugar, en lo relativo al movimiento indígena se insistió en anotar el plural como característica, lo cual es cierto; en efecto, existen muchos y muy variados movimientos. La pregunta es ¿por qué en los días de auge del Congreso Nacional Indígena y del Ejército Zapatista de Liberación Nacional las diversas tendencias del movimiento no tenían esta preocupación del plural?, ¿por qué representantes del variopinto movimiento no mencionan la experiencia autonómica de las juntas de buen gobierno con lo emblemática que es en Latinoamérica por lo menos? Por fortuna se realizó una mesa sobre este tema a través de la presentación del libro Los colores de la tierra, y ello dio pie para dar constancia de la preocupación sobre el incremento del acoso y tensión que están sufriendo.
Por otra parte, también se presentaron evidencias de la incomprensión y las deformaciones acerca de la naturaleza del reclamo de los pueblos indígenas en torno a sus derechos colectivos. El enfoque de algunos de los participantes, al parecer sin pertenencia directa a alguno de los movimientos, tiene que ver con la vieja y liberal inquietud sobre las personas, su pureza o no de “sangre”, los rasgos que determinan su identidad, cómo se construye ésta o quién otorga “certificado” de la misma. Podríamos dejar pasar estas dudas y ubicarlas simplemente como las voces de personas que no han estado cerca del debate aun cuando tengan simpatías hacia la causa indígena, pero de hacerlo nos estaríamos engañando. Todo indica que, además del golpe recibido respecto a los derechos de los pueblos indígenas, habría que anotar la persistencia de la hegemonía monocultural aun dentro de sectores democráticos por no decir de “izquierda”. Si el zapatismo ha señalado que dejó de ser “moda de café”, en el terreno indígena me temo que las cuentas no salen diferentes.
Habría que reflexionar si los movimientos indígenas quedaron de nueva cuenta expuestos a sus propias fuerzas como estaban antes de 1994; de ser así, antes que un avance, estaríamos ante una involución. Me explico: si algo quedó claro con el golpe de la contrarreforma indígena de 2001 es que la clase política no está dispuesta a reconocer derechos a los pueblos “en el contexto de una reforma del Estado”, como se reiteró tantas veces con los acuerdos de San Andrés. Ello sólo podrá darse cuando la correlación de fuerzas de los movimientos sociales de todo tipo logre un real golpe de timón que rebase, por supuesto, la vacilada en que se convirtió la llamada “alternancia”. El asunto crucial es que ese proceso de acumulación de fuerzas se dé con la presencia y participación de los pueblos indígenas al lado del conjunto de sectores organizados.
Sin embargo, de la parte indígena no se tienen las mejores condiciones para tal interacción, pese a que en el caso del Foro Social Mundial, por ejemplo, su comité organizador haya colocado el tema a la par de los otros. Lo que vimos no refleja todas las experiencias de organización indígena que resisten a lo largo y ancho del país y lo hacen con sus métodos y sus modos y, sobre todo, sus circunstancias. Por ejemplo, podemos preguntarnos cuáles son las lecciones que deja a todo el movimiento social la experiencia zapatista y del movimiento indígena en torno al incumplimiento de los acuerdos de San Andrés: ¿es su derrota o la nuestra, la de todos y todas?
La clase política que cerró filas en contra de los pueblos indígenas es la misma que hoy amenaza a los campesinos, electricistas, y que se plantea la privatización del petróleo. Sus motivaciones obvias tienen que ver con el modelo neoliberal que defienden a toda costa.
Por otra parte, desde el terreno de las políticas públicas y de algunas academias han dado carta de legitimidad a la llamada “interculturalidad”, suponiendo que con mencionarla es un hecho y obviando el análisis del proceso que implicaría su real existencia más allá del discurso. Precisamente en el referido Foro, un indígena p’urhepecha colocó cual banderilla una pregunta: “¿la interculturalidad es para todos, ricos y pobres, o la diseñaron los ricos para nosotros los pobres?” Así de claro y así de golpe nos trajo a colación el problema de la desigualdad e incluso el de clase, frente a lo cual hay un mar de reflexiones que están haciendo falta en los diversos espacios. Alguno de los ponentes agradeció la llamada de atención y aprovechó para señalar que en toda esta problemática estamos hablando de relaciones de poder, no de relaciones “buena onda”.
El foro “Tierras, indígenas y autonomía” nos llamó a pensar críticamente, y ello implica ante todo recordar la proclama indígena del “Nunca más un México sin nosotros”.
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