Carlos Fernández-Vega
Entre 2002 y 2007 aumentó 236% la importación de gasolinas
Tanta “angustia” en el discurso oficial por la creciente cuan onerosa importación de gasolina y otros petrolíferos, y resulta que en más de 27 años el gobierno (en sus cinco presentaciones sexenales) federal no ha construido una sola refinería en la República. De hecho cerró una (Azcapotzalco, 1991), por altamente contaminante, y sin reponerla la convirtió, o pretendió hacerlo, en “parque ecológico”.
Por ejemplo, de diciembre de 2002 a igual mes de 2007, la elaboración de petrolíferos en las refinerías existentes en territorio nacional se incrementó un escalofriante uno por ciento (aunque desde que Calderón se instaló en Los Pinos ha caído 0.8 por ciento), mientras la importación de estos productos creció, en igual periodo, 135 por ciento. En ese lapso la adquisición de gasolinas en el extranjero se incrementó 263 por ciento y la de diesel 201 por ciento.
En números cerrados, de las ganancias petroleras acumuladas entre 2002 y 2007 se han destinado 50 mil millones de dólares para importar productos petrolíferos, monto más que suficiente para haber podido construir cuando menos siete grandes refinerías a lo largo y ancho de la República, cada una con una capacidad de refinación cercana a 160 mil barriles diarios, más del doble de lo que ahora México importa en este tipo de productos.
Si el gobierno federal, en sus cinco presentaciones, hubiera destinado 280 millones de dólares por año (una cantidad mínima con respecto al ingreso petrolero obtenido en el periodo), a lo largo de los últimos 25, ahora México estaría operando una séptima refinería. Si esos 50 mil millones de dólares en importaciones de petrolíferos se hubieran prorrateado en esos cinco sexenios, entonces la República hubiera sumado a su inventario una refinería y media por sexenio, y a estas alturas lejos de importar petrolíferos los estaría exportando y en volumen considerable, con la subsiguiente captación de divisas y la reducción de la dependencia del vecino del norte.
Lamentablemente, el hubiera se quedó en el camino, y hoy se gasta una suma multimillonaria, proveniente de los recursos petroleros, para importar petrolíferos “porque no hay dinero”. No lo hay dicen, pero en 1993, con Salinas en la silla, Pemex-Refinación se asoció con la trasnacional Shell para construir (mil millones de dólares por cabeza) una refinería en Deer Park, Texas, para que “ambos” (léase Pemex y Shell; la primera pone el petróleo crudo y la segunda nos los regresa refinado a un precio mucho mayor) aumentaran su capacidad de refinación.
Hasta ahora funcionan seis refinerías en el país (Cadereyta, Salamanca, Tula, Minatitlán, Salina Cruz y Madero), con una capacidad conjunta de un millón 284 mil barriles diarios (2007). La de mayor potencial (295 mil barriles diarios) es la de Salina Cruz, y la de menor, Madero (105 mil).
Al empezar el sexenio del “cambio”, el primer secretario de Energía, Ernesto Martens, destacó que la creciente importación de productos refinados del petróleo “obliga a un programa de configuración de refinerías, cuya inversión ascendería a 13 mil millones de dólares en los próximos seis años”.
Ese fue el pronunciamiento, pero en los hechos ni un solo dólar se destinó a tal fin, en un sexenio en el que lo único que abundó fueron los recursos provenientes del petróleo. Pues bien, alrededor de una década después de la “asociación” Pemex-Shell, a Vicente Fox se le ocurrió la brillante idea de construir una refinería, “que atienda las necesidades”. Hasta allí, el discurso se oía bien. El problema vino con las precisiones: se construiría, sí, pero en “algún país” de América Central y con las trasnacionales petroleras.
Fue su patético “proyecto de integración energética con Centroamérica”, en el marco del Plan Puebla-Panamá, que en realidad estaba al servicio de las trasnacionales petroleras, no de los gobiernos regionales, ni mucho menos en beneficio de los centroamericanos. Las que sacarían enorme raja de esta “integración” serían, casualmente, Shell, Chevron-Texaco y Exxon-Mobil, entre otras, en una zona importadora neta de hidrocarburos.
El resultado de la “iniciativa” foxista fue el rotundo fracaso, como en prácticamente todo lo que dijo y no hizo el “cambio”. Sin embargo, para eso está la “continuidad”, y el gobierno calderonista “rescató” ese cadáver del foxismo, y retomar la idea de construir una refinería en “algún país” de América Central, con el fin de “alcanzar la independencia energética Mesoamericana”.
Si el gobierno calderonista logra revivir el susodicho cadáver, México pondrá el petróleo, el gobierno del país centroamericano que resulte electo los terrenos, y las trasnacionales el capital, y serán éstas las que controlen y regulen el abasto y la refinación de crudo para Centroamérica, República Dominicana y México.
Esto forma parte de la “transición energética” presumida por el inquilino de Los Pinos, eufemismo utilizado para disfrazar una privatización que “no se ve”, mientras en México no se construyen refinerías y se quejan por la importación de petrolíferos.
Las rebanadas del pastel
Sobre la propuesta de Marilú Caballero (México SA, 13 de febrero), yo también pienso en hacer algo para alivianar algunas cargas sociales. Por ejemplo, en mi estado (Morelos) somos aproximadamente 2 millones de personas; si cooperáramos cada semana con un peso cada uno de nosotros (si idealmente todos lo hiciéramos) se juntarían 8 millones al mes, y así en un año tendríamos 96 millones, con los que ya podríamos construir hospitales, tener supermercados con precios accesibles, comprar una participación en Petróleos, una mina de oro, invertirlo en acciones en el extranjero, etcétera. ¿Qué tal? Lo que sí creo es que necesitamos hacer algo” (Irma Salazar M., diraesp@yahoo.com).
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