Luis Linares Zapata
La reforma energética de la izquierda, tal y como se dibujó en la pasada campaña y como se ha depurado en la presente disputa por la preservación de la riqueza propia, contempla tres grandes vertientes principales. Una, la fundamental, es su empeño integrador. Es decir, se propone la energía como sólido basamento para el propio desarrollo industrial, científico y tecnológico. En este renglón es imperioso que el petróleo se use para su transformación y se deje, en etapas sucesivas y decrecientes, de exportar crudo. La exploración y perforación en busca de reservas alternas se debe enfocar donde ya se conocen sus potencialidades (tierra, aguas someras) antes de ir mar adentro. Se propone, además y como parte sustantiva, la construcción de tres refinerías que posibilitarían la sustitución de las actuales y futuras importaciones de gasolinas, por costosas e insostenibles.
Otra fase de esta oferta se sostiene en la eliminación paulatina de los recursos que generan tanto CFE como Pemex como fuente sustituta de los ingresos tributarios. En vista de lo cual habría que hacer más eficiente la hacienda pública y terminar con los nocivos e injustos privilegios. Y, por último, finiquitar el contratismo, ahora incrustado hasta la médula de ambas empresas.
El combate decidido a toda forma de corrupción debe ser tarea impostergable en este sector. Los montos involucrados en esos delitos son fantásticos. Funcionarios del primer nivel de Pemex, por ejemplo, calculan fugas equivalentes a 5 por ciento de los ingresos totales de la empresa por no conocer, con exactitud y detalle, los volúmenes de producción de crudo. Pero, además, porque se desconoce, también, la cantidad precisa de refinados y el transporte de los petrolíferos. En lo que toca a la CFE, los contratos con empresas extranjeras se han reservado de la vista y el escrutinio públicos por considerarse de seguridad nacional, un eufemismo de opacidad convenenciera que oculta errores y delitos graves, tal y como atestiguó una investigación muestral de la Auditoría Superior de la Federación.
La llamada reforma energética que incubó Calderón desde sus tristes días como secretario foxista del ramo, y dada a conocer a cuentagotas, ha quedado entrampada entre fuerzas que la superan con holgura. A pesar del acuerdo cupular con los personajes priístas del momento, sus pretendidos alcances se han desdibujado por varias causales, a cual más inesperadas por el oficialismo. En primer término debido a la cerrada oposición de una buen parte de la izquierda mexicana, masiva prueba de la cual se dio la tarde del pasado día 18 de marzo en el Zócalo capitalino. Ejercicio de movilización que se repetirá hoy martes 25 (al escribir este artículo). Pero también porque ciertos segmentos priístas han vuelto sobre sus tradiciones y expresan dudas por demás fundadas: unas de naturaleza electoral, pero otras de raigambre técnico-administrativa que las torna atendibles por su propio peso (Francisco Rojas). Las demás provienen de algunos que se presentaron como aliados (CCS) del oficialismo pero que, al entrar en la disputa real, han sostenido alegatos diversos y hasta opuestos. Cárdenas, al detallar sus ideas, adelanta proyectos que son razonables y por completo discordantes con los afanes privatizadores que se le atribuían en la propaganda interesada. Otras intervenciones en la disputa provienen de la academia, de la sociedad (a través de encuestas) o de la crítica que se difunde en medios de comunicación. En todas ellas se distingue una clara y hasta imperiosa necesidad de contar con bases sólidas de diagnóstico que permita el diálogo abierto, solicitado por el mismo Calderón como premisa previa a una reforma. Todo esto, sin embargo, será soslayado por el oficialismo que se anticipa y dice que su reforma está cocinada y lista para presentarse ante el Congreso (todavía no saben en qué Cámara).
Mantenida en semisecreto durante largo tiempo y en espera de condiciones favorables, su real naturaleza siempre ha estado impregnada de temores y desplantes seudoestratégicos que se esfuman por sí mismos apenas alcanzan la luz pública. Lo cierto son los estudios y las presentaciones oficiales que han sido difundidos a trasmano, como hallazgos periodísticos o simples trascendidos. En ellos va quedando grabada la intención privatizadora sin tapujos. Utilizando como pretexto la complejidad tecnológica y los costos de perforar en aguas profundas, intentarán cambiar la letra chica de las leyes y contravenir el espíritu constitucional. Se solicitará que empresas extranjeras puedan “acompañar” a Pemex en esa aventura, tal y como insinuó, con tono inofensivo, el temeroso director de Pemex (JRH), aventura detrás de la cual vendrán otras alianzas, estratégicas o convenencieras, que pretenden adueñarse de la mitad de las reservas posibles de México. Un negocio que, según cálculos a valor presente, podría fluctuar entre uno y cinco billones de dólares, cifras monstruosas que bien valen sacrificios, presiones, chantajes, mentiras, crímenes y demás fauna convenenciera, terrenos donde se han refugiado aquellos que se han ofrecido como aprobadores o justificadores de lo que será una verdadera traición a la patria. Una reforma que, se alegaba con inaudito o cínico desparpajo, no existía y, menos aún, llevaba ese destino entreguista.
Los rumores de serenidad ante las presiones externas, las afirmaciones laterales de tesoros por obtener, los alardes de fuerza y desprecio ante las movilizaciones anunciadas y las descalificaciones a los opositores abundaron y siguen resonando. En verdad se desparraman incontenibles por rabiosas columnas y diatribas radiotelevisivas a mansalva. Todo ello con la venia, el patrocinio y contento de altas esferas decisorias que a duras penas esconden pandero y autorías. Pero que, al poco de iniciadas, caen en torpes bravatas sin destino. El chisme del popote, los miles de pozos ya en producción del lado estadunidense, la urgencia de rescatar lo nuestro antes de que se lo lleven escondido y otras historias de terror se han estrellado contra la realidad. Se ha llegado a decir que el movimiento lopezobradorista es un chantaje insoportable, la corrupción absoluta de la política, cegados ante lo que, en verdad, es: una tajante oposición sin la cual los mexicanos perderán lo poco que les queda.
Mientras esto sucede aquí, en el lado estadunidense del Golfo de México las compañías trasnacionales sufren para justificar sus inversiones en aguas hondas y frías y miran, con codicia apenas contenida, hacia este lado. Pero no sólo ambicionan el fondo del mar abierto y profundo, sino que atisban hacia aguas someras y la vieja tierra, ahí, donde está un tesoro que no se quiere poner a salvo de los depredadores.
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