Guillermo Almeyra
Una tregua, incluso prolongada, es siempre posible si ninguno de los dos contendientes cree estar en condiciones de vencer. Lo que, en cambio, es imposible en la Bolivia actual es la conciliación entre, por una parte, el gobierno legítimo y constitucional de los pobres, los indígenas, los trabajadores del campo y de la ciudad y, por la otra, sus explotadores y opresores que, además, son racistas y consideran inferiores a sus enemigos.
Bolivia vela las armas aunque, por ahora, todo sean escaramuzas, incidentes graves o no, pero localizados y, de parte de la derecha, sabotajes de todo tipo a un gobierno que cuenta con amplio apoyo popular pero no con el control indiscutido ni de la economía ni de la fuerza.
Por ejemplo: la supuesta mediadora –la Iglesia católica– que, en realidad, tiene lazos seculares con las fuerzas más conservadoras del país, dice ahora que no podrá cumplir siquiera con su papel de mediación antes del 4 de mayo, fecha en la que los cruceños harán su referéndum escisionista y desconocerán una vez más la Constitución recién aprobada. Consagra así un hecho consumado escisionista. Por su parte, el instrumento político del gobierno, la alianza de organizaciones y grupos sociales llamada Movimiento al Socialismo, declara que no intentará aplastar por la fuerza el referéndum de los cruceños y de la derecha, pero que el mismo es nulo y anticonstitucional, lo cual deja la iniciativa en manos de los escisionistas pero, al mismo tiempo, deja entre la derecha y la izquierda social una vasta zona donde no impera la ley y que tarde o temprano todos tratarán de ocupar.
Como en Ecuador y en Venezuela, como en Argentina misma, las clases fundamentales de la sociedad (lo lamento por Negri, que niega que existan y, por consiguiente, que luchen entre sí) no sólo están claramente delimitadas sino que también están enfrentadas, pero en Bolivia, a esta aguda lucha de clases se agrega un fuerte elemento étnico, más potente que el que existe en los otros países mencionados. Lo cual hace particularmente explosivo el conflicto ya que los terratenientes, grandes comerciantes, industriales y financieros están convencidos de que pertenecen a una raza superior, destinada por Dios mismo a gobernar a las “llamas” (camélidos andinos entre los que incluyen al presidente Evo Morales y buena parte de sus ministros). Ahora bien, con los animales no se discute ni negocia: a ellos está reservado el trato de los látigos y de los bastones.
Los terratenientes, sus seguidores y matones, por ejemplo, expulsaron a pedradas, hiriendo a dos funcionarios, a la comitiva del Ministerio de Tierras y al viceministro de esa cartera que habían ido a una comunidad indígena en Santa Cruz a repartir tierras para su utilización comunitaria. ¿Cómo creer entonces que es posible un capitalismo andino basado en la alianza entre las comunidades y los empresarios, cuando éstos no dejan ni siquiera que el gobierno distribuya las tierras fiscales? ¿Cómo pensar que ellos acatarán sin lucha la reforma agraria que figura en la Constitución y que piensa dotar de tierras a campesinos para que produzcan alimentos, cuando esos empresarios rurales quieren tierras sin campesinos para la ganadería extensiva, o para cultivar soya para exportar, y ven a las comunidades como competidoras por la tierra y peligrosas amenazas a su poder?
Evo Morales sabe que está enfrentado a una lucha a muerte y acaba de declarar que en 2006 desmanteló una oficina de la CIA en el mismo palacio presidencial y recientemente expulsó del país a un funcionario de la embajada estadunidense que reclutaba espías. Pero aunque el presidente indígena sabe cuál es el nivel de la lucha y hace periódicamente denuncias claras para quien las quiera entender, no prepara al pueblo boliviano para que la acción de éste impida, aplastándola antes de nacer, o reduzca al mínimo, la secesión que la derecha prepara a la vista de todos. Y no prepara tampoco a las fuerzas armadas, cuya base es indígena, pero en el seno de las cuales se libra una aguda lucha ideológica entre quienes quieren, como la mayoría, la refundación del Estado y quienes, por el contrario, están muy bien con el Estado criollo de siempre, profundamente injusto y racista. Además, en el entorno de Evo hay muchos intelectuales mestizos que temen una guerra, de clase y étnica, que podría llegar a ser muy cruenta y se ilusionan con una conciliación imposible en nombre de una unidad nacional que jamás ha existido. Para ellos la paz no es la precondición de la justicia social y del estado de derecho sino un objetivo en sí mismo que hay que alcanzar a cualquier precio. No se dan cuenta de que ese precio lo fija la derecha y lo aumenta a medida que las concesiones debilitan la base de apoyo popular del gobierno y que, cuando ellos no puedan ya seguir retrocediendo, no tendrán fuerzas tampoco para la lucha y serán aplastados igual que sus actuales fuerzas sociales de apoyo, para entonces muy desgastadas y desmoralizadas. Bolivia vive un proceso revolucionario, y en una revolución la consigna es la de Danton: ¡audacia, audacia, siempre audacia!
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario