domingo, abril 13, 2008

Vía crucis
Protestas callejeras contra el gobierno chino


El recorrido de la antorcha olímpica por 21 ciudades del mundo fue bautizado como “el viaje de la armonía”… pero ha resultado lo contrario: su paso por Londres, París y, en menor medida, San Francisco, provocó protestas y enfrentamientos callejeros. Símbolo de la paz entre los pueblos, la antorcha viaja rodeada de un aparatoso dispositivo de seguridad que provoca situaciones caóticas y grotescas. Su marcha por el mundo se transformó en un vía crucis que empieza a aguarle al gobierno chino la fiesta de los Juegos Olímpicos.

LONDRES/PARÍS.- Las autoridades chinas concibieron el recorrido de la antorcha olímpica como triunfal, glorioso. Lo nombraron “el viaje de la armonía”. La antorcha tiene previsto un recorrido de 137 mil kilómetros por 21 países antes de llegar, el 8 de agosto, a Beijing para “iluminar” los Juegos Olímpicos que se celebrarán en esta ciudad.Pero su recorrido –programado para 130 días– es ya un vía crucis: en sus primeras escalas –Londres, París y San Francisco– suscitó protestas callejeras contra el gobierno chino por los sucesos violentos registrados en la región del Tíbet.La antorcha –símbolo de la paz entre los pueblos– viaja enjaulada en medio de una inusual “burbuja de seguridad” que provoca situaciones caóticas, tragicómicas, grotescas…El gobierno de Beijing se dice ofendido por estos hechos; el Comité Olímpico Internacional (COI) expresa su preocupación; los gobiernos que la reciben aplican medidas de seguridad extremas, y los activistas de derechos humanos se muestran sorprendidos por el éxito de sus acciones…Pero el daño ya está hecho: aguó la fiesta previa al máximo certamen deportivo internacional.
Tormento londinense
“¡Libertad para el Tíbet!”, “Basta de imperialismo chino”, “China debe hablar con el Dalai Lama”, eran algunas de las frases escritas sobre pancartas que portaba un grupo de activistas a favor de los derechos humanos. Se habían apostado en la entrada del estadio de Wembley, al noroeste de Londres. Ese lugar fue designado como punto de partida del recorrido de la antorcha olímpica por las calles de la capital británica.Eran cerca de las 10:30 horas del domingo 6, uno de los más fríos del año en Londres: menos dos grados centígrados. A pesar de ello, el ambiente estaba caldeado.Un grupo de vehículos se acercó al estadio. Transportaba a la comitiva que acompañó a la antorcha olímpica, la cual iba en un autobús de dos pisos. Dos activistas, Ju Hing y Joel Mark, trataron de abordar el autobús. 30 policías armados de Scotland Yard se les fueron encima. “Basta de ocupación”, “Esta es la antorcha de la vergüenza”, alcanzó a gritar Hing antes de ser sometido en el suelo por los agentes.
Mal comenzó el recorrido de la antorcha… y mal continuaría.
A las 11 horas –en medio de una ligera nevada– el autobús atravesó el barrio de Ladgrove Grove y llegó después al de Bayswater, cerca de Notting Hill. Allí se detuvo para que personajes célebres del país iniciaran a pie el recorrido. El primero de ellos: Konnie Huq, presentadora del popular programa de televisión Blue Peter, de la cadena BBC.Huq empezó a correr con la antorcha en la mano. Sonreía. El vapor salía por su boca. Un grupo de 12 agentes chinos de una unidad de élite de la Policía Armada del Pueblo la rodearon. Habían llegado a Londres, como después arribaron a París, sin avisar a las autoridades de Gran Bretaña y Francia. Su misión: proteger el fuego olímpico durante su viaje por el mundo.Su porte y su actitud no dejaban lugar a dudas: rostros herméticos, miradas escondidas por lentes oscuros, cabezas tapadas con gorras, audífonos en los oídos, ropa deportiva azul y blanca, ademanes bruscos y prepotentes.Estos agentes sólo obedecen órdenes del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de Beijing (BOCOG, por sus siglas en inglés). Así lo establece el reglamento olímpico. Tienen derecho a imponer su voluntad en los países incluidos en el itinerario de la antorcha. Así lo hicieron desde el primer momento. Provocaron la molestia de atletas y personajes que condujeron el fuego olímpico, así como de la policía y los servicios de seguridad de Gran Bretaña. También lo hicieron en Francia.“Eran como robots, muy arrogantes. Me gritaban: ‘corre’, ‘detente’. Y yo me preguntaba: ‘¿y éstos quiénes diablos son?’”, contó después Huq.Cuando la presentadora de la BBC hacía el recorrido con la antorcha, pasó cerca de un grupo de manifestantes de la Tíbet Society de Londres. Portaban pancartas de protesta por la “represión en el Tíbet ” y entonaban cánticos. De ese grupo se desprendió el británico Peter Crouching, de 56 años. Se acercó a Huq e intentó arrebatarle la antorcha. Gritaba: “asesinos”, “dejen en paz al Tíbet y reconozcan los abusos de derechos humanos”. Los agentes chinos lo jalaron y dos policías británicos lo retiraron a golpes.Eran las 11:10 de la mañana. Y la policía pidió refuerzos. Con sus chaquetas fluorescentes, 100 agentes de Scotland Yard acompañaron con bicicletas, motocicletas y a pie el recorrido de la antorcha.No fueron suficientes: a la altura del aristocrático barrio Holland Park, otros dos activistas vestidos como ciclistas, los ingleses Martin Wyness y Ashley Darby, se lanzaron contra la antorcha, que ya entonces era portada por un atleta chino. Darby sacó de su bolsa un extinguidor. Lo accionó. No logró apagar la llama, pero baño de líquido blanco a los miembros de la comitiva. Los agentes chinos lo zarandearon. 20 policías ingleses arrojaron al manifestante al piso y lo esposaron. Lo subieron a un camión policial previsto para los “revoltosos”.Por el cielo de Londres sobrevolaba un helicóptero con varios detectives de los servicios secretos MI6. Se asomaban con prismáticos. Evaluaban los “peligros” de las protestas.“Avancen, avancen”, vociferaba un oficial de la policía a la comitiva. Trataba de mantener el ritmo normal del recorrido. No fue posible. En la céntrica Oxford Street, los agentes chinos metieron la antorcha al autobús para trasladarla al barrio del Museo Británico. Y es que los piquetes de manifestantes estaban distribuidos en distintos puntos de la ruta de la antorcha. Pero en el Museo Británico había unas 4 mil personas que portaban banderas Tíbet anas y pancartas que pedían anular los Juegos Olímpicos. El autobús siguió de largo hasta el barrio chino. Allí la policía sacó la antorcha para que la embajadora china en Gran Bretaña, Fu Ying, la portara en su mano… pero por otra ruta distinta a la programada. La embajadora llegó caminando a la plaza Trafalgar, donde pocos ciudadanos se habían congregado para ver el recorrido.Los activistas se reorganizaron. Aproximadamente mil de ellos se dirigieron al número 10 de Downing Sreet, residencia oficial del primer ministro británico, Gordon Brown. El grupo vio llegar a la campeona británica Dense Lewis portando la llama olímpica. Los gritos de protesta aumentaron. Brown salió a saludar a la deportista. No quiso tomar la antorcha. La foto oficial lo mostró tenso y distante. Su sonrisa fue protocolar.La antorcha siguió su recorrido. A la altura del edificio del Ministerio de Defensa, cinco jóvenes saltaron las vallas de protección que había instalado la policía para mantener a los manifestantes fuera de la ruta oficial. La policía los detuvo. A esas horas –13:30– policías en caballos y vehículos armados se habían agregado a la comitiva. Del otro lado de la calle, manifestantes y ciudadanos abuchearon a los agentes de la policía. “Traidores”, “Cómplices del régimen chino”, les gritaban. En diversos puntos de la ruta, los inconformes empezaron a enfrentar a los agentes policiacos. Los partes oficiales daban cuenta de ello: a las 13:30 horas había 25 detenidos. A las 15:00 horas el número aumentó a 37. En Fleet Street, la policía decidió volver a meter la antorcha al autobús. Así llegó a la catedral de St. Paul. Unos 100 activistas rodearon el vehículo. Cantaban y hacían sonar silbatos. “Detengan esta farsa”, “Basta de hipocresía”, gritaban algunos.Los manifestantes no dejaban de hostigar el recorrido. Lo hicieron incluso cuando la doble campeona olímpica británica, Kelly Holmes, llevó la antorcha al estadio de O2, donde la esperaban unos 5 mil espectadores. Fue la última etapa. Allí terminó el tormento londinense para la comitiva olímpica.
Tragicomedia parisina
En París, el recorrido de la llama olímpica creó una situación catastrófica que se intensificaba conforme pasaban las horas. Hasta el clima enloqueció; en pleno mes de abril, alegres rayos de sol alternaron con granizadas y copos de nieve.Al principio, los organizadores determinaron que 80 atletas serían los encargados de pasear el fuego olímpico en una carrera de relevos por toda la capital francesa. El recorrido, elaborado exclusivamente por BOCOG, comprendía 28 kilómetros. Empezaba en la Torre Eiffel y abarcaba otros sitios míticos de la Ciudad Luz: algunas orillas del río Sena, el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos, la plaza de la Concordia, el Ayuntamiento y la Catedral de Nuestra Señora de París.Sumamente preocupado por el repudio internacional que ocasionó la represión de la revuelta Tíbet ana, el BOCOG exigió a los gobiernos de los países visitados por la antorcha olímpica medidas de seguridad extraordinarias. Las autoridades francesas le obedecieron al pie de la letra. Desplegaron 2 mil 600 agentes de distintos cuerpos de seguridad a lo largo del recorrido de la antorcha y a 400 para proteger la comitiva olímpica. Parte de París semejaba un estado de sitio. El dispositivo de policías antimotines era impresionante.De nada sirvió. El lunes 7, la antorcha paso la mayor parte del día encerrada en el autobús del BOCOG.Los problemas empezaron a las 12:30 horas del día en la misma Torre Eiffel, cuando el primer atleta, Stéphane Diagana, se disponía a bajar las escaleras para, enarbolando el símbolo olímpico, salir hacia el Quai de Branly. Un colaborador ecologista del alcalde de París que participaba en la ceremonia oficial intentó arrebatarle la antorcha al grito de “Libertad para el Tíbet!”. Fue rápidamente neutralizado.Diagana inició la carrera de relevos en un ambiente surrealista. Corrían a su lado 47 guardaespaldas: destacaban los 12 agentes de los servicios especiales chinos. También iban 15 bomberos joggers y 20 policías en monopatines. Unos 50 vehículos policiacos encerraban al grupo en una “burbuja de seguridad”. Al mismo tiempo un helicóptero sobrevolaba el cortejo y botes policiacos recorrían el Sena. Un poco apartada, la policía montada estaba al acecho.La reacción del público fue espontánea: abucheos, silbidos, gritos a favor del Tíbet y burlas acerbas contra este show policiaco que apenas dejaba entrever la llama olímpica.Empezaron a agitarse banderas Tíbet anas y banderas negras con los aros olímpicos convertidos en cadena de esposas. Militantes pro Tíbet anos lograron tenderse sobre el asfalto para impedir el paso del cortejo.Diagana apenas alcanzó a entregar la antorcha a una compañera. Los men in blue –apodo que los parisinos dieron a los agentes especiales chinos– se pusieron nerviosos. Arrancaron la antorcha a la atle-ta, la apagaron e hicieron subir a todos los deportistas en autobuses, lo que provocó más abucheos.Desde ese momento, los agentes especiales chinos controlaron todo. Tomaban medidas sobre la marcha y provocaron la indignación de las más altas instancias policiacas y deportivas francesas.Mientras se escondía a atletas y a la antorcha en autobuses, tres militantes de Reporteros Sin Fronteras colocaron una gigante manta negra con anillos-esposas a la altura del primer piso de la torre Eiffel. Otros se encadenaron a uno de los pilares del mismo monumento.En la orilla opuesta del Sena, unos mil Tíbet anos y activistas llegados de toda Europa celebraban un mitin muy animado en el que exhibieron fotos de cadáveres sangrientos de, afirmaban, monjes asesinados en Lhasa, la capital del Tíbet.Este acto, autorizado por la Prefectura de París, se llevaba bajo estricto control policiaco. Grupos de estudiantes chinos los insultaban y buscaban acercarse a ellos. Llegaron más contingentes de la policía. A duras penas evitaron enfrentamientos entre los dos bandos. A las 13:30 horas los men in blue permitieron que una atleta bajara del autobús con la antorcha encendida. Prudentemente lo hicieron en el túnel del Quai André Citroen donde había menos gente. Escogieron a una joven deportista china en silla de ruedas, quizás para inhibir a los manifestantes. La compacta “burbuja de seguridad” sólo alcanzó a recorrer 200 metros. Fue interrumpida por una granizada y por consignas en favor del Tíbet. Todos los miembros de la comitiva volvieron a encerrarse en los autobuses. A esas alturas, el cortejo ya tenía una hora de atraso. En el Quai Kennedy se buscó de nuevo exhibir la llama. Un hombre con un extintor en la mano logró burlar la vigilancia policiaca. Se acabó otra vez la carrera de relevos. En el público empezó a correr la voz: el único lugar donde, quizás, se podría ver realmente la antorcha era los Campos Elíseos. La famosa avenida era objeto de una estricta vigilancia policiaca. A las tres de la tarde estaba atascada. Parecía la corte de los milagros. Centenares de turistas no entendían lo que estaba ocurriendo; tampoco los paseantes comunes ni los empleados de oficinas asomados a las ventanas de los edificios, aficionados a los deportes y grupos de escolares con sus maestros que simplemente querían ver la antorcha.Había también una multitud de chinos radicados en París movilizados para apoyar al BOCOG, y un número indeterminado de defensores de los derechos humanos, así como muchos policías vestidos de civil y de agentes privados de seguridad, sin hablar de pandillas de jóvenes delincuentes siempre dispuestos a aprovechar cualquier desorden.Llamaba la atención el importante número de admiradores del Dalai Lama llegados de ciudades de provincia. Era gente madura, tranquila, que esperaba la antorcha desde el mediodía moviendo estoicamente sus banderas Tíbet anas. Su serenidad contrastaba con la actitud cada vez más combativa de los “pro chinos” y de ciertos “pro Tíbet anos” que se enfrentaron en varias ocasiones.Conforme pasaba el tiempo crecía la tensión. De repente, las fuerzas del orden empezaron a echarse encima de quienes enarbolaban banderas Tíbet anas. Se las arrancaron. No tocaron las banderas chinas. Un policía, avergonzado por la situación, confió a la corresponsal que sus colegas obedecían a la orden del embajador de China, quien había prohibido la presencia de banderas Tíbet anas en París y sobre todo en los Campos Elíseos. En China se encarcela a quien se atreve a blandir esa bandera.Con hora y media de atraso, el cortejo apareció cerca del Arco del Triunfo y empezó a bajar la célebre avenida parisina. Fue la escena más absurda de todo el día. Los atletas y la antorcha olímpica eran casi invisibles: minúsculos, frágiles, presos de su caparazón policiaco-militar. Los únicos gritos entusiastas eran los de los chinos. Los Tíbet anos y los franceses pro Tíbet, pero también simples espectadores y turistas, abuchearon ese espectáculo grotesco: el símbolo de la paz y la armonía entre los pueblos enjaulado en su desmedida “burbuja de seguridad”.Aunque no toda la gente apoyaba a los manifestantes, mucha aplaudió la aparición de una bandera negra con los anillos-esposas en la fachada de un elegante edificio de los Campos Elíseos, desplegada justo cuando desfilaba la comitiva.La llegada de la antorcha a la Plaza de la Concordia y su breve recorrido a lo largo del Jardín de las Tullerías fue otra epopeya. Varios militantes surgieron con agua o extintores.Los men in blue decidieron boicotear la ceremonia de media hora prevista en el Ayuntamiento de París, siguiente etapa del recorrido por la Ciudad Luz. Detuvieron de manera definitiva el recorrido de relevos. Les sobraban razones para su angustia y furor. Se enteraron que otra bandera negra de Reporteros sin Fronteras acababa de ser desplegada en la fachada principal de la catedral de Nuestra Señora de París. Sabían, además, que Bertrand Delanoe, alcalde socialista de la capital francesa, había colocado un inmenso cartel en la fachada del Hotel de Ville que decía: “París apoya a los derechos humanos en todas partes del mundo”. Por si eso fuera poco, desde el mediodía dos masas compactas de militantes pro chinos y pro Tíbet anos se enfrentaron verbal y físicamente en la explanada del Ayuntamiento. Con dificultad y violencia, ejercida más contra los segundos que contra los primeros, las fuerzas de seguridad lograron separarlos y abrir un corredor hacia la entrada principal del Ayuntamiento.A las cuatro de la tarde, el alcalde Delanoe y parte de su gabinete esperaban la a la antorcha olímpica. Lo hacían de pie, afuera del Hotel de Ville. Menos de cinco minutos antes de su supuesta llegada, el BOCOG advirtió al alcalde que la antorcha seguiría su camino en autobús sin parada alguna hasta su destino final.Un último trago amargo esperaba a los funcionarios chinos: el paso de la antorcha ante la Asamblea Nacional. Trepados en el muro que rodea la sede del Parlamento francés, unos 50 diputados exhibían una larguísima banderola blanca que decía: “Respeto a los derechos humanos en China”. Primero gritaron: “Libertad para el Tíbet”, luego entonaron la Marsellesa.La antorcha olímpica llegó a duras penas al Estadio Charletty. Afuera la esperaban sus más enardecidos manifestantes. El día acabó con una ceremonia celebrada al aire libre en el mismo estadio. Según sus participantes fue “expedita, consternante y crispada”. También fue helada en el sentido figurativo y literal de la palabra: acabó en medio de una granizada. l

Doblaron las manos

PARÍS.- Le tocó hacer un papelón en Beijing a Mario Vázquez Raña, presidente de la Asociación de los Comités Olímpicos Nacionales. El 9 de abril reconoció implícitamente que había tenido que doblegarse ante las autoridades chinas. Dos días antes Jacques Rogge, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), declaró ante la cumbre de la asociación liderada por el mexicano: “Llamamos a una resolución rápida y pacífica en el Tíbet”. Agregó: “Cualquiera que sea la razón, la violencia no es compatible con los valores de la llama olímpica”.Rogge llevaba varios días presionado por un número creciente de comités nacionales, en particular por los 49 europeos que le enviaron un mensaje en el que lo urgían a “dar consignas más amplias y definir una posición más clara acerca de lo que se podía decir sobre los derechos humanos o la situación en el Tíbet”. Estimulada por la declaración de Rogge, la Asociación de los Comités Nacionales Olímpicos se aprestaba a lanzar un llamado a “una resolución razonable del conflicto interior que afecta a la región del Tíbet”.Semejante libertad de tono sobre uno de los temas políticos más sensibles de China indignó a Beijing. Se multiplicaron las presiones.El miércoles 9, Vázquez Raña tuvo que confesar en rueda de prensa celebrada en la capital china: “En la primera versión de nuestro texto mencionábamos al Tíbet. Sin embargo, se nos hizo notar que estábamos interfiriendo en asuntos interiores de un país; por lo tanto modifiqué el texto que había preparado y ahora no se menciona al Tíbet”.El texto definitivo de la asociación habla solamente de “una solución justa y razonable del conflicto interior que beneficiara a los Juegos y a los atletas…”El día siguiente, 10 de abril, después de haberse entrevistado con el primer ministro chino Wen Jibao, Rogge recordó públicamente a las autoridades chinas sus compromisos en favor de los derechos humanos, pero cuidó de no mencionar en específico al Tíbet. La réplica china no se hizo esperar. Jiang Yu, vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores, advirtió: “Creo que los responsables del COI apoyan los Juegos Olímpicos y se adhieren a la Carta Olímpica, que pide no introducir factores políticos inoportunos. Espero que se sigan adhiriendo a estos principios…”.Al mismo tiempo, varios directivos del COI expresaron la posibilidad de suspender el recorrido de la antorcha olímpica debido a los incidentes registrados durante sus escalas en Londres, París y San Francisco. Lo hicieron en vísperas de la reunión de la Comisión Ejecutiva del COI, que se celebró en Beijing los días 10 y 11 de abril. “Se precisa una revisión del tema”, manifestó la sueca Gunilla Lindberg, una de las vicepresidentas del organismo. El alemán Thomas Bach, expresidente del COI, aceptó que una eventual suspensión del recorrido “debería ser discutida”.Pero las autoridades chinas se opusieron a esa posibilidad. “Ninguna fuerza podrá detener el recorrido de la antorcha, que proseguirá su recorrido con el apoyo de los habitantes del mundo entero”, advirtió el martes 8 Sun Weide, portavoz del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos. Y Beijing se impuso: el jueves 10, el presidente del COI, Jacques Rogge, descartó una eventual cancelación del recorrido de la antorcha.Sin embargo, es cada vez mayor la presión para boicotear la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos el próximo 8 de agosto. Creó estupefacción internacional la brusca decisión del primer ministro británico, Gordon Brown, de cancelar su viaje a Beijing para el acontecimiento.¿Por qué Brown cambió repentinamente de actitud el 9 de abril? Hasta donde se sabe quedó espantado por la actitud del cuerpo de élite de la Policía Armada China, los men en blue, responsables de la antorcha en todo su recorrido por el mundo. Lord Sebastian Coe, atleta mítico dos veces campeón olímpico de 1500 metros y presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de Londres de 2012, los calificó de “pandilla de gamberros” después de haber sido víctima de su prepotencia.Gordon Brown fue impresionado también por las protestas que sacudieron Londres el pasado 6 de abril y se mostró atento a los argumentos del poderoso lobby británico de defensores de los derechos humanos.Informaciones contradictorias salen de Estados Unidos con respecto a la presencia de George Bush en Beijing el 8 de agosto. La posición de la canciller alemana Angela Merkel, en cambio, es clara: no asistirá al acto inaugural. Nicolas Sarkozy, por su lado, se muestra cada vez más cauteloso y por el momento afirma que sólo irá a Beijing si las autoridades chinas reanudan el diálogo con el Dalai Lama. Su posición tiene importancia, ya que a partir de julio próximo Francia asumirá la presidencia de la Unión Europea.El Parlamento Europeo ya se lanzó a la batalla: el jueves 10 una amplia mayoría de eurodiputados aprobó una resolución que pide que la presidencia eslovena de la UE haga lo necesario “para elaborar una posición europea común sobre la presencia de jefes de Estado en la ceremonia inaugural” de los Juegos.En ese documento, los eurodiputados insisten en la posibilidad de “prever un boicot en caso de que no vuelva a establecerse el diálogo entre Beijing y el Dalai Lama”. Recalcan también la urgencia de “lograr un acuerdo político global con una solución viable para la autonomía cultural y política del Tíbet”. l

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