Michel Balivo
(Una conciencia minusválida)
Vivimos tiempos diferentes, y no me refiero al almanaque. Sino a la sensación íntima de urgencia que experimentamos. El presidente Chávez lo llama “angustia por lo concreto” y usa repetidamente la frase “ahora o nunca”, en alusión a las condiciones más favorables tal vez en los últimos doscientos años para concretar el sueño de “Nuestra América”.
Probablemente el atreverse, o no poder evitar expresar sinceramente lo que siente, en lugar de enmascararlo con apariencias y eslogan de moda, es lo que le ha permitido comunicarse de otro modo con la gente, ansiosa de escuchar y ser escuchada en un mundo de sordos. No es simple explicar sensaciones íntimas que ponen condiciones para el cambio de circunstancias.
Tampoco se si vale la pena intentar explicarlas, porque en realidad son sensaciones y condiciones decisivas, que producen cambios de mentalidad, sensibilidad, expectativas y direcciones de acción colectivas, sin pedir permiso a las explicaciones, que siempre corren detrás de los hechos que impactan nuestras conciencias y economías.
En consecuencia nos toca vivirlas, ser afectados por ellas explicaciones mediante o no, con o sin previo aviso. ¿Un ejemplo de lo que hablamos? Cuando te sientes invadir por una sensibilidad diferente e inesperada, ¿preguntas de qué se trata o reaccionas a gran velocidad disponiéndote a vivirla o a resistirla?
¿Qué haces cuando es esa intensidad emocional o anímica a la que llamamos enamoramiento, la que irrumpe en tu hasta entonces tranquila, programada y rutinaria vida? Y no hablamos solo de adolescentes, esa particular intensidad no respeta ni siquiera octogenarios, no se entera de espacios ni de tiempos.
Produce en instantes dulzuras e infiernos inimaginables, cambios completos de formas de vida.
¿Nos da preaviso, pide opinión o permiso a nuestros hábitos, creencias racionales, interpretaciones de lo que la vida es? ¿Puedes intentar “hacer el amor” como solemos decir, cuando esa condición no está presente?
El amor “es”, no se hace, no se vende ni se compra, dicen algunos. Y hay muchas razones para creer que esa intensidad sexoafectiva es la condición para la reproducción y continuidad de nuestra especie, de las generaciones en el espacio y el tiempo. Y hasta para nuestra creatividad, dicen otros. Por lo cual se justificaría su intensidad e imposición, corriendo de lado sin pedirle permiso a la personalidad epocal.
Claro que en esta época de supuesto predominio racional, donde creemos ser una especie de accidente o aborto inteligente dentro de un ecosistema vital estúpido, insensible, agresivo e inhóspito, nos suena raro, violento y hasta increíble que haya razones e intereses superiores a los propios, que se impongan sin previas negociaciones democráticas o libertades de opinión.
Es tan densa la hipnótica niebla de ensueños y racionalizaciones que nos olvidamos que el hambre, la sed, la respiración nos moviliza sin pedir permiso ni dar explicaciones. Que cuando se intensifican se convierten en agudo dolor, dándole sensaciones concretas a los fantasmas del temor y la previsión a futuro que nos llevaron a construir rutinas seguras.
A veces también caemos en cuenta de la maravilla del proceso corporal, cuando por algún motivo se altera su normal funcionamiento o equilibrio. Una estúpida materia capaz de realizar y supervisar dentro de ciertas condiciones, miles de funciones y procesos simultáneos de los que ni siquiera nos enteramos ni necesitamos preocuparnos. Menos mal que así es, porque de otro modo no dispondríamos de energía, espacio ni tiempo para nada más.
Pese a que los acontecimientos en pleno suceso que nos toca vivir a gusto o disgusto, no entren dentro de nuestras cuentas, hábitos y creencias; están sucediendo y nos afectan para bien o para mal. Nada hacemos con mirar para otro lado, intentando negarlos mágicamente, esperando que desaparezcan y todo vuelva a la normalidad.
Por ahorrarnos el viaje a la prehistoria, digamos que eso lo venimos haciendo cuando menos desde los años sesenta, cuando irrumpió el fenómeno hippie y todo su correlato de Viet Nam, la revolución cultural china y Mao, Bahía de Cochinos y Fidel, las izquierdas, las guerrillas y todas las reacciones del sistema imperante. Pero pese a toda la violencia y barbarie desplegada para desaparecerla del planeta, la condición colectiva no se ha detenido.
Por el contrario se intensifica y acelera cada vez más. La fresca y renovadora brisa que comenzó a soplar, que no era nueva ni primeriza, pero si más intensa y perdurable, se ha venido convirtiendo en tsunamis, cataclismos y ciclones, naturales y sociales.
Porque no se reduce ni es manejable, exorcisable a nivel intelectual. No es solo un tema externo manejable a nivel de cosas y números, sino que brota del seno, de la sensible intimidad, del oscuro vientre mismo de la vida. Por ello opera con grandes números y posibilidades, abarca, incluye y se impone a los intereses y creencias personales, ya que se trata de la continuidad y evolución de la condición de vida.
Puedes reprimir y desaparecer violentamente todos sus síntomas conductuales, perceptibles, pero el fuego sigue ardiendo en lo profundo de la conciencia, en sus anhelos y presentimientos. Como en el corazón ígneo de la tierra duermen aparentemente los fuegos que en condiciones apropiadas de tensión interna, irrumpen cual lava por la boca de los volcanes. Como las invisibles variables que inesperada y repentinamente se configuran en huracán.
Las fuerzas de la vida incluidas las del cuerpo, pueden parecer dormidas por siglos, por milenios, tal vez en paciente espera de que alcancemos el grado necesario y justo de experiencia y conocimiento, desarrollo de la conciencia. Mientras tanto pareciera que vivimos en un mundo de cosas y lentos acontecimientos.
Sin embargo, si ves una inamovible y gigantesca montaña que desde su cima se percibe hueca, ha de ser porque alguna fuerza, algún dinamismo o proceso interno lo produjo. Entonces las formas que ves no son sino las huellas de aquél movimiento telúrico.
Y cuando esos gigantes dormidos despiertan, las aparentes cosas diferentes y separadas, estáticas en sus naturalezas, se muestran procesos, cursos de acción. Entonces la sólida piedra que en miles de años se transformaba lentamente por la acción de los elementos en suelo cultivable, de repente, invirtiendo el proceso se viste de fuego líquido convirtiendo en cenizas todos sus alrededores.
Cuando el palpitar, la media rítmica del ecosistema se acelera o intensifica, todas las cosas de los tiempos de difusa vitalidad, tanto las mentales como las físicas, cobran un inusitado dinamismo y transformismo, se convierten en procesos. Entonces lo que para nosotros, para nuestras creencias y sentidos era absolutamente real, se vuelve circunstancial y relativo.
Con lo cual pareciera que las tales separaciones entre la energía y la materia, entre la siquis y el soma, entre el espíritu y el mundo; el abismo entre lo que soñamos y deseamos y lo que realmente podemos hacer, son relativas más bien a las condiciones y ritmos imperantes que a una realidad estática, dogmática.
Tal vez eso pueda asustar, desorientar, extrañar nuestros hábitos. Sin embargo es una buena noticia para el drama de fondo de la vida humana. Porque desde siempre han luchado e intentado abrirse camino hacia el mundo, la libertad inherente a lo humano y el dogmatismo del pensamiento que desea convencernos de que todo fue creado así, que no hay nada que podamos hacer al respecto.
Hasta ahora y pese a que no hemos hecho más que perseguir sueños de felicidad, no podemos negar que en haciéndolo, hemos ganado en libertad de elección. Que las sociedades, a pesar de que no han superado totalmente y ven resurgir corrientes regresivas, han ganado la posibilidad de experimentar cierta movilidad de clases.
Sin embargo, aún existe un sutil pero poderoso abismo entre lo que deseamos, soñamos y podemos realmente experimentar, lograr, vivir. Y el horno no está para bollos. No parece que haya tiempo ni paciencia para las viejas recetas, que la gente vaya a seguir mirando hacia arriba a los encumbrados sociales escuchando pacientemente los mismos cuentos.
Entra en escena una sensibilidad, una condición de vida diferente. Hace ya doscientos años, Bolívar junto a otros pensadores y hombres de acción, le dieron forma a esa sensibilidad que experimentaban. La estrechez de las condiciones heredadas e imperantes en su época que habían interiorizado, impulsaron sus mentes a volcarse sobre la pantalla del mundo, pintando en ampliadas imágenes ese presentimiento de nuevas posibilidades.
Ahora en Venezuela, en medio de una fiesta que liberó el reprimido entusiasmo popular, terminamos de elegir inéditamente nuestros candidatos desde las bases. Ellos se auto postularon libremente, nosotros elegimos los que creemos más convenientes. Más convenientes para ejecutar, para facilitar que juntos llevemos a cabo las soluciones para las necesidades que nosotros mismos diagnosticamos en nuestras comunidades. La voz común es que no queremos más diagnósticos, llegó la hora de la acción, las soluciones concretas.
Pero además queremos participar, queremos decidir libremente. Ya no queremos solo directrices de la cúpula, sino el poder de llevar a cabo lo que elegimos libremente. Queremos, necesitamos el poder de hacer, de aprender de primera mano a concretar y experimentar nuestra imaginación y pensamientos creativos en hechos.
La capacidad de elegir, decidir, la creatividad, son funciones, actos de conciencia que los seres vivos expresan en diferentes grados. Cuando a las funciones vivientes se les impone la condición del temor y su hermano el pensamiento dogmático, determinista, que dice que el mundo fue creado, hecho completo, se minimiza y cosifica las fuerzas de la conciencia.
Se inicia la lucha entre la libertad que sientes íntimamente y lo que se intenta imponerte desde fuera violentándote. Es decir, la lucha por la libertad de expresión, que por supuesto no se reduce a la de opinar. Se trata de decidir en los hechos y experiencias de vida, si la conciencia es una cosa sujeta a otras cosas estáticas y manipulables como ella.
O si por el contrario es el dinamismo o la vitalidad difusa, la pobreza de la conciencia contraída por el temor y el deseo de cosas seguras cual contracara, la que organiza los objetos del mundo según su nivel de vitalidad. Si estamos en un momento donde hemos crecido, hemos ejercitado y desarrollado lo suficiente las funciones de nuestra conciencia.
Si ya no deseamos ni aceptamos autoridades paternales, llámense dioses, semidioses, héroes, patriarcas o líderes, que nos digan como son las cosas. Ni maternales instituciones, que intermedien y nos protejan del temido mundo, si finalmente deseamos correr el riesgo de experimentar la vida de primera mano.
Muy diferente ha de ser cuando uno intenta responder al dinamismo acelerado de nuestra época desde la inercia de hábitos y creencias heredadas, hechas por otras generaciones y mentalidades para otras circunstancias; o intermediar la relación con otros seres vivos mediante viejas instituciones. A disponer del silencio y la calma íntima para escuchar en la conciencia, el suave soplo o brisa de la vida que nos habita, que somos.
Cuando las respuestas son sentidas además de pensadas, cuando brotan de la intimidad y el acuerdo consigo mismo, entonces se multiplica la movilidad de la conciencia, la creatividad. Diversos caminos de expresividad comienzan a abrirse entonces hacia el mundo, desoyendo, desbordando los viejos temores y admoniciones del dogmatismo.
Por supuesto que cuando las decisiones surgen de la multiplicidad de las bases, el dinamismo y la flexibilidad de esas organizaciones se vuelve muy incómodo para quienes quieren seguir controlándolas y usándolas para sus fines. La imposibilidad de soltar, de liberar la acción de los demás, los hace insistir en su superioridad, que no es sino un bonito nombre para la alienación de sentirse una cosa estática, incapaz de la ternura para incluirse y sentirse parte de todo.
Yo diría que comenzamos a estrellarnos contra las limitaciones de una conciencia de una sola pata, que camina rengueando, que se tambalea y amenaza desmoronarse junto con la gris monotonía de todas sus concepciones, construcciones y objetos, ante la diversidad multicolor de la vida que aflora en las sensibilidades y conductas.
Es que para relacionarse y descubrir lo que es otro ser humano, capaz de ejercitar y experimentar con libertad sus capacidades, hay que ser capaz de soltar, ampliar y trascender la inmediatez de los limitados intereses personales que encubren tus temores. Hay que escuchar además de hablar, aprender además de enseñar, hay que obedecer además de gobernar.
Hay que desarrollar la otra cara, mano y pie de la conciencia. Entonces sería apropiado hablar de simultaneidad de funciones, de procesos, dinamismos, transformismos, más que de cosas, de formas separadas, estáticas e independientes. Diríamos entonces aprender enseñando, hablar escuchando, gobernar obedeciendo.
Iríamos más allá del monólogo impuesto por la violencia del más fuerte hacia el diálogo entre amigos, entre iguales, que la amabilidad, el respeto, la ausencia de temor y su contracara la violencia, posibilitan. Entonces como en vísperas del alba, en medio de la oscuridad, en esas silenciosas horas, brotaría una sutil luminosidad, anunciando el arco iris de pasteles rosas naranjas y celestes que jamás pintan un mismo amanecer.
No sabríamos muy bien si es una cosa localizada fuera en el mundo, o un presentimiento difuso dentro de nuestra conciencia. No sabríamos si es la oscuridad, la noche que muere en brazos del naciente sol, o si la oscuridad se convierte en luz a nuestra mirada, diferenciando formas, dando colores a los gatos que hasta entonces eran todos pardos.
Solo el presentimiento de la alegría de lo nuevo en el corazón, podría darnos una respuesta. O tal vez los viejos sueños que sugestionaban nuestra conciencia con fuerza de compacta realidad en la oscuridad sin referencias, se destiñan y deshilachen a la luz del naciente astro rey, dejándonos la sensación de despertar aliviados de un mal sueño que parecía jamás terminar.
Iniciamos un éxodo colectivo hacia el hermoso sueño de una América unida, de un mundo mejor, como concibieron otrora grandes hombres por compasión al sufrimiento de los más desposeídos, en medio de la esclavitud colonial. Pero la creatividad de una ágil conciencia que ahora camina equilibrada sobre sus dos pies nos resulta desconocida.
Solo sabemos que iniciamos un nuevo paso en la aventura ilimitada de conocimiento y experiencia. Tal vez esa sea la verdadera grandeza del amor y la libertad que presentimos y anhelamos, la íntima religiosidad.
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