Por Alberto Híjar
La crisis alienta el encuentro colectivo de soluciones. Mientras la burguesía recomienda desesperada el individualismo con la propaganda intensiva de la superación personal, el liderazgo y el sentirse bien consigo mismo, por todo México crece el descontento organizado que al topar con el Estado, descubre la necesidad de articular las reivindicaciones particulares con las nacionales. Un proyecto de clase nacional crece ante la imposibilidad de que el Estado y sus partidos atiendan las urgencias de los desposeídos por la concentración irremediable de la riqueza de seguir las cosas tal cual. Hasta el estudiantado llega la necesidad de futuro. No a todos, pero sí a una nada despreciable minoría que llena auditorios y aulas magnas para enterarse de los temas del día. La Cátedra Bolivariana funciona a todo vapor en la Facultad de Filosofía y asume la crítica al dar la palabra a dos distinguidos maestros de Estudios Latinoamericanos para discutir la Bolivaridolatría. En cuanto a México, el viernes fue el examen profesional donde Adela Cedillo presentó su voluminosa tesis de 494 páginas sobre las Fuerzas de Liberación Nacional (1969-1974) con un riguroso jurado que la llenó de elogios y le otorgó mención honorífica, la cual facilitó su promedio de diez en sus estudios. El título El Fuego y el Silencio alude a los duros años de clandestinaje interrumpidos por la represión y sus consiguientes víctimas. De aquí la dimensión subjetiva nada despreciable ante la afectación de la vida de las familias Guichard con cinco militantes, tres desaparecidos. La doctora Fabiola Escárcega preguntó por qué son mujeres las interesadas en estas historias porque, en efecto, Laura Castellanos recién presentó Corte de Caja con una larga entrevista al Subcomandante Marcos y anuncia el segundo tomo de México Armado sobre las organizaciones político-militares en México. Adela respondió advirtiendo las responsabilidades cotidianas de las guerrilleras, como probable razón de su interés subjetivo, esa garantía de supervivencia revolucionaria sobre todo en el clandestinaje.
Cinco años hurgó Adela en hemerotecas y archivos, especialmente de la Dirección Federal de Seguridad y de la Defensa Nacional. Ahí, en el Archivo General de la Nación organizado en lo que fuera el Palacio Negro de Lecumberri, el capitán Vicente Capelo, responsable desde la apertura hasta ahora, le negó ilegalmente el acceso a los documentos, lo cual agradece Adela porque así se obligó a encontrar sobrevivientes, familiares afectados, testigos presenciales en los lugares de las acciones. Su talante amable es punto de partida para construir relaciones entrañables, lo que hizo posible la exposición fotográfica en la Casa Grande de Nepantla en febrero de 2006 para conmemorar la masacre de cinco militantes luego de la caída de una casa en Monterrey en febrero de 1974. Las pistas y los descuidos condujeron el operativo militar hasta Chiapas donde cayó el primer responsable de las FLN con otros compañeros.
La introducción cita a Fernando Yáñez Muñoz, uno de los fundadores regiomontanos: “la rebelión de los setenta nace en silencio, crece en silencio, vive en silencio”. Esto quiere destacar cómo en medio del activismo del 68, de la defensa de Cuba y Vietnam, de la democratización de las universidades públicas, de las rebeliones campesinas, de los movimientos magisteriales y médicos, del activismo guerrillero en Centro y Sudamérica, hubo quienes desaparecieron de la vida pública para organizarse. Un primer capítulo empieza con la guerra caliente y termina con el Movimiento de Liberación Nacional. El capítulo II se titula Movimientos sociales y guerrillas en la década de los sesenta en México hasta terminar con “los aperturos y la izquierda no armada ante los violentos”. Llama bien “gobierno bipolar” al de Luis Echeverría que por un lado recibía sudamericanos perseguidos y beneficiaba a exmilitantes del 68 y por otro, arreciaba la represión, promovía desapariciones y torturas, hostigaba familias enteras y ordenaba masacres como la del 10 de junio de 1971 y antes cuando era Secretario de Gobernación la del 2 de octubre de 1968.
El capítulo III trata del Ejército Insurgente Mexicano como antecedente de las Fuerzas de Liberación Nacional. Hasta 1972 llega esta crónica donde ocupa un lugar importante Mario Renato Menéndez Rodríguez aprehendido en febrero de 1970 con otros compañeros. Una de las muchas notas de pie de página da la fecha del 2 de febrero de 1970 y afirma que Menéndez “no dijo nada acerca de los regiomontanos. El era el único que los había conocido por sus nombres reales pero no los entregó a la policía”. Un operativo triunfal de Genaro Vázquez Rojas logró el canje de prisioneros de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria y Mario Menéndez, depositados en Cuba en 1972. Hay fotos al calce.
Las FLN son fundadas en 1969. En 1972 contaban con tres zonas: la Norte con centro en Monterrey, la Centro en Puebla y el Distrito Federal y la Sur con Veracruz y Chiapas. A la par de registrar los acontecimientos históricos mundiales, la investigación precisa la construcción de una disciplina cotidiana que hizo posible el crecimiento silencioso para superar los golpes policíacos.
“Las FLN entre 1972 y 1974” consolidan las redes urbanas y construyen el Núcleo Guerrillero Emiliano Zapata al incursionar en la Selva Lacandona para adiestrarse en El Chilar hasta donde llegó el Ejército como resultado de lo ocurrido en Monterrey y Nepantla. (Amarrado y con capucha negra a través de cuyas costuras podía ver, me percaté de un gordo de la Federal de Seguridad quejándose de que los habían llevado hasta la Selva). La Operación Diamante aniquiló y persiguió a los chileros sobrevivientes en cañadas, selva y pueblos como Estación Juárez. Algunos fueron entregados por los campesinos. Pareció liquidada la organización pero en silencio se repuso.
El capítulo V se titula Medios, fines y desenlace de la contrainsurgencia y da cuenta de “la coordinación interinstitucional contrainsurgente entre los Estados Unidos y México”. Un apartado se llama “De cómo los discípulos enriquecieron las lecciones de los maestros” al implantar el terror como estrategia social y construir un “imaginario contrainsurgente” poderoso, brutal y patriótico. El Campo Militar No. 1 y las cárceles clandestinas albergaron insurgentes y núcleos familiares como los Cabañas sometidos como rehenes. Cientos de desaparecidos y familiares perjudicados aún claman justicia y esperan noticias de sus queridos mártires.
Los anexos prueban la calidad de la investigación de Adela Cedillo. Proporciona la historia de vida de trece caídos o desaparecidos, incluidos tres de los Guichard Gutiérrez. Nombra a los responsables de las redes urbanas de las FLN entre 1969 y 1974, enlista a las autoridades participantes en la represión y a las organizaciones político-militares entre 1962 y 1982. Fotos elocuentes de lugares y militantes, menos las de los masacrados deliberadamente omitidas, ilustran la narración ágil y precisamente documentada para al final proporcionar las fuentes consultadas y construidas con familiares y testigos. Una gran investigación que prueba de qué lado está el interés de universitarios muy distinguidos.
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