Marcos Roitman Rosenmann
El gobierno chileno adjetiva el accidente que cuesta la vida al jefe de carabineros José Bernales, en Panamá, como la muerte del “general del pueblo”. En contraposición, pintadas anónimas muestran otra perspectiva del suceso: “Bernales, la justicia mapuche existe”. Lapidaria frase para expresar el sentimiento hacia Bernales y la manera de ejercer el mando. Sus oficiales y subordinados le temen, cumplen a rajatabla. Dispararon por la espalda al estudiante de agronomía Matías Catrileo Quezada, causándole la muerte en diciembre de 2007. Desde su nombramiento por el ex presidente Ricardo Lagos en noviembre de 2005, la lista de detenciones ilegales, torturas y violaciones de derechos humanos contra la población mapuche se elevó de forma exponencial. Todo con el consentimiento del gobierno bajo la aplicación de la ley antiterrorista creada en 1984 durante la tiranía. José Bernales seguía a pies juntillas los designios de la Concertación, y antes la de sus jefes en tiempos de Augusto Pinochet.
Son dos maneras de enfocar un hecho. Para el poder político, la frase que comienza a generalizarse en las fachadas de edificios deshonra la figura de un general a todas luces “demócrata” situándolo como un verdugo frente a las víctimas. Una circunstancia nada agradable para un gobierno que no quiere verse manchado de sangre ni menos aún ver cuestionado el nombramiento de sus generales. Para evitar esta canallada, los partidos de la Concertación desarrollan una estrategia. Mandan blanquear las tapias, modo y manera de silenciar la voz del pueblo. Declaran duelo nacional y despiden con honores de Estado al general. La presidenta de la república asiste de riguroso negro, absorbiendo el dolor en un ritual fúnebre, mientras el féretro es levantado por los compañeros de armas dando vivas, en tanto carabineros con traje de húsares disparan salvas. Ministros, ex presidentes, oposición, Iglesia católica, instituciones y cuerpo diplomático lloran al servidor de la patria. Las lágrimas se vierten para lavar la imagen de un cómplice de crímenes de lesa humanidad.
Así, se busca transformar, mediante un entierro fastuoso y un acto de Estado, a un general vulgar en un general del pueblo. Una muestra de oprobio a la memoria de los generales que han luchado por la democracia en Chile. Se trata de igualar en categoría humana y talla política a un criminal con auténticos defensores de las libertades públicas republicanas y de los derechos civiles ciudadanos. Nadie puede olvidar el gesto noble de René Schneider, general en jefe de las fuerzas armadas, quien dio su vida por evitar un golpe de Estado previo al nombramiento de Salvador Allende como presidente en octubre de 1970. Tampoco se puede soslayar el asesinato del general Carlos Prats y su mujer, en septiembre de 1974 por orden de Pinochet, en Buenos Aires, y menos aún podemos borrar de la memoria al general Bachelet, ministro de Salvador Allende, quien fue detenido y torturado hasta la muerte por sus camaradas de armas, tras el golpe de Estado, por defender el orden constitucional.
No hay nada equiparable entre los generales del pueblo y José Bernales. Éste realiza su carrera durante la dictadura y asciende desde sus entrañas, muriendo en un desgraciado accidente. Los generales del pueblo son asesinados y torturados. Dan su vida por la democracia. El nombre de José Bernales está asociado con quienes obedecen ciegamente al poder y son incapaces de cuestionar una orden. Hombres oscuros. Así lo sienten estudiantes, trabajadores, y quienes han protestado durante los años de la dictadura primero y de la Concertación ahora. Son el brazo ejecutor de las políticas represivas, cómplices amparados en la ley de amnistía y de un gobierno que les protege.
Bajo su mando, las fuerzas de Carabineros han disparado y reprimido sin contemplación. No han respetado ni los derechos humanos ni las libertades de expresión ni de reunión. Las balas de goma, las palizas, violaciones y torturas no denunciadas siguen siendo plato común en Chile. Los carabineros han sido acusados de tener “el gatillo fácil” y actuar sin compasión cuando se trata del pueblo mapuche, por ejemplo.
La hoja de servicios de José Bernales, jefe de Carabineros de Chile, es falseada para dar la imagen de un hombre cabal. Se crea una carrera impoluta. Sin vínculos con la tiranía militar durante 17 años. Muertes, desapariciones y torturas cometidas por carabineros son deslindadas de la vida del personaje. Su ruta ha sido gestionada de manera tal que no existe relación entre las actuaciones de la institución y su identidad. Desde su entrada a la academia, en 1970, hasta el fin de la dictadura no se conoce su itinerario, se desvanece en los años negros de la represión y en la cual Bernales participaba, escalaba puestos y ganaba puntos. Así, como premio a su eficiente labor el 11 de septiembre de 1973, recibe el nombramiento de teniente ese mismo año. Mientras otros compañeros de armas son fusilados, detenidos y desaparecidos. Sólo sabemos que es un católico practicante, vinculado a los sectores mas tradicionalistas y un paladín del proyecto pinochetista.
Si bien no se le conoce participación directa en las matanzas de Carabineros, protege correligionarios en el caso Lonquén y en el secuestro de José Manuel Parada, Manuel Guerrero y Santiago Nattino, conocido como el caso de los degollados, perpetrado por la Dirección de Comunicación de Carabineros el 29 de marzo de 1985 y que supuso la dimisión del jefe de Carabineros, César Mendoza. También de los asesinos de los hermanos Vergara Toledo, cometidos en 1985. En el acto de homenaje a los degollados, en el cual participa la presidenta Bachelet en 2006, el jefe de Carabineros José Bernales no asiste ni manda delegados. El gobierno de la Concertación prefiere guardar los secretos de los crímenes de lesa humanidad compartidos con Bernales. Ahora, al darle en las exequias el nombramiento de “general del pueblo”, Carabineros se siente más seguro: el nuevo jefe descansa en paz por la senda de José Bernales.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario