Alfredo Jalife-Rahme
Una pequeña bebe agua en un campo de refugiados a 20 kilómetros de la ciudad de Najaf en el sur de Irak. Imagen de archivo. Foto: Ap
Los seres humanos degustan involuntariamente los múltiples tóxicos que significan el Fin de una era (título de nuestro reciente libro), del dolarcentrismo y el derrumbe de la efímera unipolaridad estadunidense: la grave crisis financiera del G-7, que domina la banca israelí-anglosajona, ha provocado una ominosa reacción en cadena que subsume las crisis energética y alimentaria, así como el cambio climático, cuyo conjunto epitomiza una genuina crisis global y el fin del paradigma de la globalización.
La peor de todas las crisis visibles, la carestía del agua, aún no llega, pero empieza a perfilarse en el horizonte.
Los maniacos globalizadores, en tanto detentan el poder del G-7, no se dan por vencidos y mediante esquemas apocalípticos colocan la carestía del agua como el foco de atención de desolación global si no se profundiza y se recurre a mayores privatizaciones (y privaciones). Tal es el caso del banco de inversiones Goldman Sachs, brazo armado financiero del complejo militar-industrial de Estados Unidos, que abulta los “cinco principales riesgos” que enfrenta el género humano, pero elude el peor de todos: la globalización.
Ambrose Evans-Pritchard alude al escenario apocalíptico de Goldman Sachs sobre la carestía del agua como “el mayor riesgo global (…), mucho mayor que los crecientes precios alimentarios y el implacable agotamiento de las reservas energéticas”(The Daily Telegraph; 5/6/08).
Evans-Pritchard cita a lord Nicholas Stern, anterior jefe de economistas del muy mancillado Banco Mundial, quien “advirtió que los acuíferos subterráneos podrían secarse, al mismo tiempo que el deshielo de los glaciares, causando estragos al abastecimiento del agua fresca” debido al cambio climático. Se enfoca al deshielo de los glaciares, otrora eternos del Himalaya, que afectará la topografía y la geopolítica regional hasta la Bahía de Bengala: “unas cuantas centenas de kilómetros cuadrados del Himalaya son la fuente de los mayores ríos de Asia –el Ganges, el Río Amarillo, el Yangtzé– donde 3 mil millones de personas viven; casi la mitad de la población mundial”. A su juicio, “El agua fresca pluvial sería insuficiente para rellenar los mantos freáticos subterráneos”.
¿Cuál es la solución ? Por supuesto, que la nefaria privatización; sentencia que la “gente” (sic) no ha tomado en serio el riesgo de desabasto del agua que “no justiprecia apropiadamente”. Lord Stern, un vulgar privatizador que usufructúa la catástrofe, considera falsamente como “no renovable” al “oro azul”. Por lo visto, desconoce las leyes de la termodinámica.
El G-7 ha contribuido a la crisis del agua y ahora pretende formular su solución global mediante la maligna privatización trasnacional.
Evans-Pritchard sobredimensiona el reporte de Goldman Sachs que cataloga al agua como el “petróleo del próximo siglo” y “ofrece inmensas recompensas (sic) a los inversionistas que sepan cómo jugar el auge de la infraestructura. Sólo Estados Unidos necesita hasta un billón de dólares en nuevos acueductos y en plantas de desperdicio de agua en 2020”.
Goldman Sachs, que no es ninguna hermana de la caridad, se confiesa “malthusiano económico” ya que el consumo del agua se duplica cada veinte años: “En 2025, se estima (sic) que alrededor de la tercera parte de la población mundial global no tendrá acceso al agua potable”. ¿Y para que sirven, entonces, los gobiernos y los ciudadanos?
Goldman Sachs “aconseja” a los inversionistas a enfocarse en la industria del agua, de 425 mil millones de dólares, pero advierte la “reacción violenta” contra “las embotelladoras de agua, visualizadas como despilfarradoras de combustible eco-hostil”. Propone a las “empresas que producen o sirven equipo de filtración (...), desinfección ultravioleta y tecnología de desalinización” y exalta los ingresos de las principales hidro-empresas: la brasileña Sabesp (100 por ciento), la inglesa Severn Trent (100 por ciento), la estadunidense Pentair (75 por ciento), la francesa Veolia (34 por ciento), la estadounidense ITT Corp, (32 por ciento), la alemana RWE (23 por ciento), la española Ferrovial (20 por ciento) y la francesa Suez (16 por ciento). Agrega a otros “candidatos potenciales” dignos de invertir: Hyflux de Singapur y las ocho estadunidenses: Badger Meter, Calgon Carbon, Clarcor, Pall, Instituform, Tetra Tech, Acqua America y Watts Water.
Goldman Sachs inculpa de la crisis en forma pueril, no a la globalización, sino a la agricultura, que consume 70 por ciento de la demanda global del agua y al cambio en la dieta de los asiáticos, quienes ahora consumen más proteínas animales “cuando un kilogramo de carne consume 15 metros cúbicos de agua, en comparación a 6 para las aves y al maíz”.
En un artículo menos “privatizador”, Mark Clayton (The Christian Science Monitor; 29/5/08) tiene el cuidado, más equilibrado, de contraponer los atributos del agua como “derecho humano” al “gran negocio que huelen las empresas privadas”.
Sostiene que el agua abunda en 97 por ciento en forma salina y que el problema versa sobre su contaminación y desperdicio, asi como sobre el crecimiento económico y poblacional de Asia. Critica que las promesas de la privatización no han sido cumplidas en varios regiones del planeta y cita a Maude Barlow quien en su libro El pacto azul aboga por la “justicia hidráulica” y pronostica “un futuro sombrío en caso de que los monopolios privados controlen el acceso al agua fresca” ya que solamente “reciclan el agua sucia y la revenden a precios exorbitantes”, por lo que resulta imperativo convertir al agua, junto a los alimentos y al aire, en un “derecho humano”.
No hay que perder mucho tiempo en sofismas acrobáticos: cuando un modelo financiero económico –como la desregulada y desarreglada globalización, impuesta por la unipolaridad tecnomilitar estadunidense bajo la nueva dictadura de la entelequia del “mercado”, fomentada por sus multimedia orwellianos– no otorga ni garantiza las necesidades vitales del género humano, es que sencillamente no sirve y debe ser erradicado de la faz de la Tierra.
Mientras los sensatos gobiernos del planeta se ponen de acuerdo sobre un mínimo de gobernabilidad biosférica, la insolente plutocracia neoliberal del G-7 que domina el modelo de la globalización financiera, seguirá cosechando suculentos dividendos bursátiles y sembrando estragos inmarcesibles.
El verdadero peligro para el género humano no son propiamente las múltiples crisis de las básicas y vitales materias primas, sino el pernicioso modelo de la globalización financiera que las ha provocado.
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