domingo, junio 08, 2008

Resistencia pro-creadora en Oaxaca

Por Jesús Peraza Menéndez

Tierra del sol: días y flores


Los maestros de Oaxaca no han sido desmovilizados. No han cedido ante el embate sistémico que los ha perseguido, encarcelado, torturado y asesinado. Los gobiernos estatal y federal con su élite empresarial han reprimido las más legítimas expresiones de sobrevivencia que son la esperanza para la vida, éstas que sólo pueden ser construidas por un pueblo íntegro. Ahora se alzan con la demanda para que se celebre un congreso en el que sus más de 70 mil afiliados puedan renovar la dirección sindical de la sección 22, tan democrática y legítima como su movimiento, tan oaxaqueño como mexicano, tan universal como humano, así es y así será. Su resistencia es extraordinaria considerando las aterradoras agresiones de las fuerzas represivas, con los medios de desinformación y manipulación como son la televisión, parte de la radio, algunos periodistas y académicos, tan espurios como el presidente Felipillo Calderón.
Se enfrentan al dictadorzuelo Ulises Ruiz, engendro de la clase política y principalísimo representante del régimen, el que sirve a este inhumano modelo económico de la simulación, el despojo, la destrucción y la muerte con “modernización”. Lo sostienen el gobierno ilegítimo de Felipillo Calderón encomendado de la Corona española, el agente de ventas, el rey Juan Carlos y la oligarquía buchoniana que pretenden apoderarse del petróleo mexicano a toda costa, les estorban todos los mexicanos que han tomado conciencia. Su aliada principal es la tan deteriorada, tan evidentemente enferma por partida doble. Una por su psicopatológica sed de poder y otra, porque, su biología tan descompuesta como corrupta le anuncia ya su fin. Claro, me refiero a la maestra Elba Esther Gordillo, quien ha tratado de dividir a los maestros oaxaqueños creando otra sección sindical -la 57-, en la que se agrupan esquiroles e incondicionales del régimen. Son una indudable minoría sin fuerza real, que no sea esa que les suministra artificialmente el gobierno del tirano y la líder vitalicia del SNTE.
A las más inamovibles plumas del gobierno y la élite del poder les causó erupción el informe de Amnistía Internacional (AI, 2008), que coloca a México como un país en el que se violan sistemáticamente los derechos humanos, es parte de la “modernidad y el progreso”, ¿quién podría sentirse bien?, los siempre incondicionales aceptaron: “sí, pero no se puede generalizar”, apuntaron. Es decir, sí se reprime pero sólo donde y cuando se necesita reprimir, cada guardián del orden reprime sólo cuando es “conveniente”. La prensa diaria anuncia cada día otra nueva violación a los derechos humanos en cualquier parte cometida por las fuerzas represivas, los curas pederastas o los distinguidos miembros de la élite del poder, los burócratas del gobierno o los sindicales, tanto como los más distinguidos empresarios. El régimen y sus tribunales garantizan absoluta impunidad, esa es la más flagrante violación a los derechos humanos cuando no existe garantía de justicia, nace la autodefensa, la autopoesis.

Enseñanza-aprendizaje
en Oaxaca no ha concluido

Fue cuando el gobierno del déspota Vicente Fox terminaba sin pena ni gloria, abatido por sus propias contradicciones en las que permea la corrupción que selló con el fraude electoral para imponer a Felipillo Calderón. Lo que le permitió obtener protección total sobre el saqueo del país: el robo de los excedentes petroleros, el asalto de FOBAPROA) y el tráfico de influencias de los Bribiesca públicamente conocido, olímpicamente ignorado por los tribunales de justicia.
En Oaxaca, estado representativo de la extrema pobreza en México, no porque su gente no trabaje incansablemente, sino porque se práctica la más inhumana opresión racial y la desencarnada explotación. Ya lo he apuntado antes, los trabajadores oaxaqueños producen uno de los ingresos económicos más importantes de las remesas enviadas desde Estados Unidos, son el grupo mexicano más numeroso de trabajadores indocumentados en el coloso imperial. Sus comunidades a pesar de la asfixia gubernamental, los monopolios empresariales y comerciales contra la agricultura y la ganadería, se mantienen como activos productores alimentos naturales con hondas raíces culturales zapotecas y mixtecas, principalmente, junto con otras etnias más pequeñas que habitan todas las regiones de la entidad sureña.
Ulises Ruiz reprimió al movimiento magisterial reconocido por propios y extraños por su capacidad de organización y resistencia. Literalmente lanzó granadas desde helicópteros y detonó un levantamiento popular de dimensiones históricas, despertó a un pueblo que dormía con su miseria sin esperanza. Su policía fue insuficiente para contener la indignación, el pueblo levantó barricadas en todas las calles del Centro Histórico que pronto se extendieron a todas las colonias populares y comunidades rurales del entorno de la ciudad de Oaxaca. Se constituyó la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). El movimiento hermanó a los más de 500 municipios de Oaxaca desde el Istmo de Tehuantepec hasta la Sierra Mixteca y de la Sierra Mazateca a la costa del Pacífico en Las Lagunas de Chacahuhua, alcanzó la selva de los Chimalapas y se extendió al valle de Cuicatlán en los límites con Puebla. No había oaxaqueño que no supiera que se libraba una lucha histórica por la condición humana. El pueblo cerró filas con sus maestros y no podía ser de otra manera, los maestros son sus hijos, sus padres, sus abuelos y son los históricos interlocutores ante el sistema político-económico-social de exclusión. El oaxaqueño común es bilingüe-bicultural, su existencia es inexplicable sin tierra y territorio, son su identidad y cosmogonía. La élite es un puñado de blancos alemanes, sirios-libaneses y criollos españoles que viven del turismo, comercio y algunos enclaves: petróleo, minas, cemento, plantaciones de café y caña.
Una clase media mestiza de burócratas enriquecidos por la corrupción privada y pública; de ella proviene Ulises Ruiz, clase urbana privilegiada, prepotente y soberbia, la que sirve a la élite señorial y cortesana. El pueblo se levantó, se requerían miles para saturar las avenidas y calles de la capital; miles para levantar barricadas cada noche en todos los accesos; miles para caminar de las sierras, las selvas, la costa hacia los valles centrales, consumar megamarchas de contingentes abigarrados, impenetrables, decididos, cargados de ilusiones. Así juntos los oaxaqueños, todos los hombres, maduros y ancianos, los niños; las niñas sobre las que pesan todas las atrocidades del patriarcado neoliberal, las mujeres y, debe entenderse, las muy jóvenes y las jóvenes maduras, las ancianas no se veían en los medios electrónicos no se escuchaban, no existían en la realidad virtual mediática: su belleza se consuma con otros elementos cósmicos, tan tiernos y naturales que en nada se parece a la de la “Rubia Superior” o a la mujer “totalmente Palacio de Hierro”, a las funcionarias o la dueñas de la nota social o del espectáculo.
Había información sobre Oaxaca, sólo la que programaba el trajeado y encorbatado gobierno de Ulises, la que tomaba la sagrada palabra de los obispos de la Diócesis de Oaxaca, el Istmo y Huahuapan de León, tan cínicos y pecadores como su Papa. Era la destemplada voz de los empresarios y la atemorizada clase media urbana, que condenaban a ese “puñado de indios campesinos, maestros, estudiantes, trabajadores, alborotadores”. Los muy pocos beneficiarios del sistema señalaban a los muchos insurrectos víctimas de sus efectos pues: “ponían en riesgo la economía”, la “armonía social”; “producían pérdidas irreparables al turismo”, la “única fuente de riqueza”; “alteraban el orden social” que viene desde la Colonia y; “daban mal aspecto al paisaje: indios dóciles y pintorescos prestos a servir al amo y para el disfrute del visitante como parte del paisaje natural y de la fotografía artística”.
Las largas noches en vigilia se hacían días de recuento entre los del pueblo que se redescubrieron, reencontraron y se unieron, con su defectos y accidentes. Grupos armados paramilitares organizaban rondas por las noches, desde vehículos oficiales en movimiento disparaban contra las barricadas, contra las casas de dirigentes y opositores. Secuestraban a jóvenes estudiantes, irrumpían en ejidos y comunidades, amenazaban, torturaba públicamente a activistas sociales, desaparecieron militantes de organizaciones (como Edmundo Reyes Amaya y Gabriel Alberto Cruz del EPR), prácticas que no han concluido hasta ahora. Los apoyaban cuerpos de policías federales y estatales, nada salía a la luz, se escuchaba una sola voz en la radio y la televisión de condena al pueblo, la del desprecio por las masas “irracionales”, las que se atrevieron a aspirar para alcanzar, nada menos, que la condición humana.
Las mujeres marcharon al canal de televisión del gobierno del estado, a las estaciones de radio, querían unos minutos para dar su versión sobre los acontecimientos de los que eran protagonistas, querían precisar el tamaño de su unidad, la energía popular de su lucha, la integridad de su convicción colectiva, la decisión de ir hasta donde fuera necesario. Presentar sus demandas políticas: la salida de Ulises Ruiz el represor, el fraudulento y criminal gobernante de lo más degenerado del PRI-gobierno. La formulación de un nuevo programa de administración pública incluyente realmente oaxaqueño, es decir, comunitario, social, colectivo público y no privado. El indispensable incremento al salario magisterial, y solución a la diversidad de necesidades de miles de comunidades de todo el estado que no habían sido consideradas en la modernización neoliberal turística de Oaxaca tan monstruosamente excluyente. La presentación de desaparecidos, libertad de presos de conciencia y esclarecimiento con justicia de asesinatos cometidos contra los más humildes para despojarlos de su tierra y dignidad.
No las escucharon, les cerraron las puertas de los medios, no es posible otra versión que la repetitiva letanía oficial y comercial, la virtualidad se impone a la miseria real. Los otros, las masas, el pueblo es sólo receptor, objeto del mensaje mediático igual político que comercial, no hay ninguna diferencia, ambos están destinados a vender mercancía sin la mínima información objetiva, venden una realidad virtual, generalmente contraproducente para el alma, la salud y el ambiente, igual una sopa chatarra que un candidato.
Esta realidad virtual hacía creer a los mexicanos que en Oaxaca no pasaba nada, la miseria no tiene voz, es una masa anónima controlable y manejable de resignados y conformes.
Las mujeres tomaron pacíficamente el canal, una vez que la burocracia lo abandonó, dejando apagados todos los equipos. Ellas no tardaron en descubrir los sistemas, llamaron a las universitarias, juntas pusieron a funcionar la televisión. Salieron al aire, todos los oaxaqueños quedaron sorprendidos, igual los miles de la oposición que la clase media urbana y su pequeña oligarquía, el país se sacudió, se trata de una innovadora experiencia popular. Era la primera vez que se escuchaban, que se veían. Eran ellos protagonistas de la televisión, ellos los que decían la verdad, los que salían a cuadro sin estereotipos ni maquillajes, los únicos y verdaderos televidentes que le hablaban con palabras legítimas y limpias al público de carne, sangre y huesos que dejó de ser anónimo, eran ellos mismos. Ese amarse como a sí mismos; ese “nosotros”, que se construye con la voluntad de cada uno con conciencia. No había sucedido en el país, los medios eran coto exclusivo de las élites políticas y empresariales, están legalmente para manipular y controlar. En Oaxaca se volvieron medios de comunicación sociales. La comunicación fluyó, la gente se quería ver y escuchar en la televisión, estaban acostumbrados a la mentira sistémica, a “vivir” en la realidad virtual del régimen, es la simulación institucionalizada que adormece la conciencia, con sumisión y hambre para “infrahumanos contentos” que cohabitan con los extraños inexistentes y “perfectos” de la TV.
Ulises Ruiz ordenó, una madrugada, disparar contra la estación de televisión y de Radio Universidad, era insoportable escuchar la verdad por los medios, mató a un compañero de 52 años. Las oaxaqueñas decidieron marchar para tomar todas las estaciones de radio privadas de la ciudad, sumarla a la radio de la Universidad Autónoma “Benito Juárez” (UABJO), la que ya funcionaba como el medio de comunicación comunitario y apoyaba las tareas para organizar el movimiento popular, con la Dra. “Escopeta” -Bertha Elena Muñoz-, “comandante de los micrófonos” o la “voz del pueblo”. La que no dejó de trasmitir hasta que la estación fue tomada por la policía federal: la recibió el rector de la UABJO. Ahora eran todos los medios trasmitiendo miles de testimonios, desentrañando los dolores acumulados por años, las fantasías que soñaban despiertas las oaxaqueñas. Mensajes tan comprensibles y cotidianos emitidos desde todas las regiones de Oaxaca, las colonias y comunidades rurales de la ciudad. Con mujeres que antes sólo apoyaban a los hombres en ciertas tareas asignadas “sólo para mujeres”, eran ahora las transmisoras de los sentimientos e ideas del movimiento, hacían conciencia con inteligencia, alimentaban el imaginario colectivo, hacían sencillamente humanidad, siempre pro-creadoras, como es la intuición creativa que fundó la humanidad.
Patricia Jiménez, fundadora de la Coordinadora de la Mujer Oaxaqueña (COMO), con larga lucha como sindicalista, universitaria, madre de tres hijos, viuda, siempre sonriente y estudiosa. Una de las aguerridas luchadoras con conciencia de género, dice: “operamos todos los medios de comunicación, invadimos la realidad virtual con la realidad objetiva. No podíamos destruir las estaciones que tanto esfuerzo y trabajo han costado a nuestro pueblo. Cambiamos desde adentro de nosotras, rompimos las estructuras, las relaciones de poder, de la mujer con los hombres y del movimiento con el régimen represor. Inauguramos la comunicación humana, dejamos de ser objetos de los hombres, de los medios y la élite que los controla”.
Otras mujeres en el Istmo de Tehuantepec, combativas juchitecas de lengua zapoteca se organizan para la defensa de la tierra y el territorio, son componentes orgánicos de la identidad y el modo de vida. Grupos monopólicos empresariales (como el que representa Mouriño, el secretario de Gobernación), quieren el control nada menos que sobre los recursos naturales como el viento, que en el Istmo es una poderosa energía natural como en Yucatán, que puede ser aprovechada con aerolitos para producir energía eléctrica. Bettina Cruz Velásquez y Marina Meneses Velásquez, de entre los escombros de la descomposición de una izquierda machista y patriarcal agonizante, tan enferma como corrupta, se yerguen como espigas vigorosas: trabajan con sus comunidades para enfrentar este embate monopólico que busca arrasar con la cultura zapoteca. La resistencia es de este modo una construcción cultural que se origina en la lucha diaria y el entendimiento comunitario de sus capacidades y potencialidades asumidas con imaginación creativa. Ni un paso atrás, es autopoesis, quiere decir: este pueblo es el que se construye a sí mismo por y con las mujeres.

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