Carlos Fernández-Vega
América Latina está en pañales, por ser generoso con el término, en materia de investigación y desarrollo. Cuba y Argentina encabezan la lista de países de la región en lo que a número de investigadores se refiere, con cerca de 800 por millón de habitantes. México, por debajo de Brasil, Costa Rica. Uruguay y Chile, apenas sobrepasa la mitad de esa cifra, y con mucho esfuerzo supera en número a Perú y Venezuela.
¿Dónde quedó el “esfuerzo extraordinario” que realizaría el gobierno federal para alcanzar el uno por ciento del PIB como proporción a destinar a investigación y desarrollo? En el cesto en el que van a parar todos los “compromisos” de saliva, como los del sector educativo, por ejemplo.
Estados Unidos y Noruega encabezan la lista de países por número de investigadores: más de 4 mil 500 por cada millón de habitantes. Canadá, el otro socio comercial en el TLCAN, tiene más de 3 mil 500, y la cifra para México se hunde a poco más de 400.
Mientras, del erario mexicano anualmente salen millones de dólares para la compra de tecnología y subsidiar a empresas privadas de gran calado para que desarrollen sus inventos en beneficio propio. Excelente decisión, en especial cuando se comprara lo que hacen en otras naciones: invertir mucho más en su propia investigación y desarrollo tecnológico, y fortalecer sus institutos.
En cambio, en México, por decisión gubernamental, los matan por hambre, como en el caso del Instituto Mexicano del Petróleo, creado en 1965 con el objetivo de “promover el campo de investigación y tecnología, así como formar recursos humanos especializados encargados de operar y conducir estas acciones”, y apoyar a Petróleos Mexicanos “en la solución de los problemas de la industria, por medio de la investigación y el desarrollo tecnológico”. Por tratarse de una industria estratégica, la petrolera, “resulta fundamental impulsar el sistema científico y tecnológico para enfrentar los retos de este subsector; poner en marcha medidas para contar con personal investigador que contribuya a la solución de los problemas registrados por Pemex, y planeación estratégica de largo plazo para impulsar el desarrollo del sector en materia de exploración, explotación de las reservas petroleras e ingeniería de proyectos”.
Cuarenta y tres años después, el erario de milagro recuerda la existencia del IMP, y apenas si le asigna algunos recursos, destinados en su mayor parte a cubrir gastos administrativos, entre ellos el jugoso sueldo del director general. De 2001 a 2006, por ejemplo, los dineros destinados por Pemex al Instituto decrecieron a una tasa anual de 25.3 por ciento, hasta llegar a 232 millones de pesos. En el último de los años citados, la inversión en este organismo para la formación de personal especializado sumó 2 millones de dólares, pero reportó un subejercicio presupuestal de casi 50 millones de dólares.
Tal situación motivó a un grupo de investigadores del propio IMP a “divulgar parte de la cruda realidad que prevalece en materia de ciencia y tecnología en nuestro país, y en particular del Instituto Mexicano del Petróleo (al que cada vez más vemos decaer al grado que muchos compañeros de todos los niveles desde ingenieros de proyecto hasta subdirectores han tenido que irse con retiros o jubilaciones a buscar mejores ámbitos y perspectivas económicas), escribimos estas líneas”, enviadas a la redacción de México SA, que reproducimos en su parte medular:
“En realidad, no es tanto el factor económico la razón por la que la gente se va del IMP, sino la inoperancia y falta de iniciativas de nuestros últimos directores generales para reposicionar nuestra imagen institucional, quienes no han tenido ni la mínima preocupación de hacer de conocimiento de la sociedad que existe un Instituto Mexicano del Petróleo, que debería ser en teoría una parte operativa de la estructura organizativa de Petróleos Mexicanos para cumplir con su verdadero papel de suministrador de tecnología y de los servicios que esto implica, como son evaluación y transferencia de tecnologías, transformación de diseños conceptuales en modelos propios y realizables en el renglón de aguas profundas, por ejemplo; para prescindir de la escasa y costosa tecnología disponible en el mercado y de alianzas tecnológicas con empresas trasnacionales de países nada recomendables, con los cuales el actual gobierno quiere llevar a cabo la ‘reforma’ energética, como Estados Unidos, Noruega, España y Brasil.
“Con este antecedente, muchos compañeros del IMP vemos que nuestro director en turno es una persona altamente preparada y conocedora de la situación propia y la de Pemex, con ideas revolucionarias según su ponencia del 3 de julio y otra que hizo en el foro de la UNAM recientemente. Sin embargo, vemos con tristeza que estas cualidades de nada sirven si se está sujeto a una línea gubernamental que le conviene el actual estado de cosas, o sea no hacer nada que no esté permitido por el gobierno y que atente contra sus planes. Por esta razón, nuestro director no se atreve a mover un dedo para reclamar parte del pastel del presupuesto, porque arriesga sus 200 mil pesos mensuales, es obvio.
“Ante esta situación, un grupo de compañeros con el apoyo sindical de la institución, queremos llevar a cabo una propuesta de restructuración del IMP dentro del contexto de la reforma energética. Tenemos propuestas que estamos depurando, como la cartera de proveedores de tecnología que plantea, pero no estamos muy seguros cómo canalizarlas a donde sean realmente evaluadas sin herir susceptibilidades e intereses gubernamentales”.
Las rebanadas del pastel
Alimentos por petróleo es a lo que “invitan” los países industrializados. Ahora que a ellos les estalló la bomba en la cara, entonces sí muestran “la mejor disposición” para “llegar a un acuerdo” con los países productores de crudo, actitud muy apartada de aquella rigurosa negativa, en la década perdida, la de los 80, a renegociar la voluminosa deuda externa de las naciones subdesarrolladas. Como sus economías “no crecen tan robustamente como nos gustaría”, proponen “realizar esfuerzos rápidos” para “enfriar los precios” de crudo y alimentos.
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