Luis Hernández Navarro
¡Clic!, ¡clic!, ¡clic! suenan los obturadores de las cámaras fotográficas. Elba Esther sonríe. No cabe de gozo. Bromea con Felipe Calderón. Está en Los Pinos. Muestra al mundo que lo suyo va más allá de una alianza coyuntural, que es amiga del Presidente. Incluso, en un lapsus, está a punto de quitarle la silla al mandatario.
Es viernes 4 de julio de 2008. La Maestra viste traje negro y saco rosa mexicano. El inquilino de Los Pinos se levanta para felicitarla, le aplaude, le autografía su cartilla de salud. Hace apenas tres días que, sin el menor pudor, Elba Forever organizó un jaripeo en la sección 9 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) e impuso a una dirigente espuria. Es un escándalo. Pero no importa. Aunque los maestros de educación elemental de la ciudad de México no la quieren, tiene el apoyo de un hombre. No necesita más. Con Felipe Calderón le basta.
La mañana del pasado primero de julio, en lo oscurito, a espaldas de los profesores de base, Elba nombró líder de la sección 9 a María Teresa Pérez Ramírez. Lo hizo en una reunión en la que no se verificó la presencia de delegados democráticamente electos, ni se siguió el orden del día, ni se estableció oficialmente una sede del congreso, y en la que el resto de las carteras del comité ejecutivo espurio fueron rifadas.
Doña Perpetua no pudo ganar el congreso seccional de los mentores capitalinos por las buenas. No le bastó el apoyo de las autoridades educativas del gobierno federal en el Distrito Federal. Tampoco movilizar más de dos mil activistas sindicales de otros estados de la República, que cobran su salario sin trabajar por cuenta del erario, para hacer mayoría en las asambleas delegacionales. No le fue suficiente con repartir créditos hipotecarios, préstamos para vivienda y todo tipo de canonjías para comprar voluntades. No le sirvió que directores e inspectores escolares amenazaran a los maestros de base.
Y, como nada de eso le fue suficiente para obtener la mayoría, decidió, simple y llanamente, al margen de los estatutos y de cualquier método democrático, decretar que su candidata era la buena y, acto seguido, designarla secretaria general.
Elba nunca pierde y cuando pierde arrebata. Más aún tratándose de la sección 9, el otrora corazón del charrismo sindical. Si ella llegó a la dirección nacional del SNTE fue debido a un largo y combativo paro de labores en abril y mayo de 1989, protagonizado por maestros de educación elemental de la ciudad de México, que le dio cuerpo y vigor a la movilización de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en estados como Chiapas, Oaxaca, Guerrero y Michoacán.
El paro magisterial de 1989 fue uno de los primeros y más grandes desafíos sociales que Carlos Salinas de Gortari tuvo al inicio de su mandato. Acababa de tomar posesión en medio de denuncias de fraude. Su legitimidad estaba en duda. Carlos Jonguitud, padrino y antecesor de Elba Esther y líder vitalicio del SNTE, había vendido en los círculos del poder la idea de que todo estaba bajo control, que la huelga se circunscribía a las clásicas zonas de influencia de los disidentes y que la protesta estaba auspiciada por los cardenistas.
El gobierno respondió otorgando un aumento salarial de 10 por ciento que cayó entre los profesores descontentos como gasolina en el fuego. La protesta creció. El 17 de abril la inmensa mayoría de las escuelas capitalinas se vistieron de rojinegro. Los hilos del control gremial se habían roto.
El gobierno federal presionó a Jonguitud para alcanzar un acuerdo con los trabajadores de la educación democráticos. Ofrecía una comisión ejecutiva paritaria y la realización de un congreso seccional en la sección 9, entre el 15 y el 20 de noviembre. El SNTE rechazó la propuesta gubernamental. “Ya dimos mucho. Se está lesionando la autonomía y dignidad del CEN”, dijo su representante, Alberto Assad. El domingo 23 de abril la prensa nacional anunció un laudo del tribunal federal llamando a los maestros a regresar a clases, y dando la fecha para la realización del congreso de la sección 9. A las dos de la tarde, de Presidencia surgió un boletín de prensa: el padrino había renunciado. Hubo júbilo entre los mentores democráticos.
Elba Esther Gordillo fue designada por Carlos Salinas secretaria general del SNTE. Criatura del líder vitalicio, operadora del fraude patriótico contra el PAN en las elecciones de 1985 en Chihuahua con sus “brigadas magisteriales”, relegada del sindicato después de ser su estrella más fulgurante, efímera apoyadora del cardenismo en 1988, delegada del gobierno de la ciudad de México durante la regencia de Manuel Camacho, vio así realizado una de sus sueños más intensos.
Años atrás, Jonguitud había dicho a sus operadores más cercanos, preocupados por la ascendencia que la maestra tenía en el viejo líder: “despreocúpense: a esa mujer, ni todo el poder ni todo el dinero”. Sin embargo, la reina fue coronada desde Los Pinos y se quedó con todo el poder y todo el dinero.
Ahora, 19 años después, Elba quiere el control absoluto del sindicato. Sin el menor pudor democrático, amparada en su estrecha alianza con Felipe Calderón, cubiertas sus espaldas con el cortejo de intelectuales y periodistas, ha impuesto directivas afines a ella en casi todas las secciones sindicales del país. Por eso ríe frente a las cámaras que la retratan al lado del inquilino de Los Pinos.
Desafortunadamente para ella, en esta ocasión parece haberse pasado de la raya. Aunque estén de vacaciones, los maestros del Distrito Federal no están cruzados de brazos. La indignación ha corrido como reguero de pólvora. Por lo pronto han recuperado el edificio sindical. El regreso a clases a mediados de agosto es de pronóstico reservado. Veremos si doña Perpetua sonríe entonces.
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