Dr. Eugenio R. Balari
Fuertes impactos negativos ha ocasionado en el mercado el desequilibrio entre la oferta y la demanda del petróleo a nivel mundial, además, por su consecuente y acelerada elevación de precios, todo ello ya conocido como crisis energética.
Lógicamente que la situación del petróleo ha contribuido a fomentar los mismos desequilibrios e incrementos de precios en el caso del mercado de los alimentos.
El efecto dominó está presente en ambas crisis.
Estos hechos hacen más que evidente que la economía funciona como un sistema y cuando una de sus partes se altera, incide inmediatamente sobre las otras.
Lo dramático y lacerante de este asunto es que al encontrarnos a mediado del actual año, y según informaciones recientes de fuentes de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), otros cincuenta millones de personas comenzaron a pasar hambre en el mundo como resultado de la escasez y encarecimiento de los alimentos.
Esta afirmación no se trata de tecnicismos o de estadísticas tomadas al azar o para inquietar o calentar el ambiente político-económico, son sencillamente realidades que se manifiestan como resultado de situaciones muy lamentables y concretas que proyecta el mercado mundial.
Cuando recién acaba de comenzar la crisis de los alimentos, la cifra de nuevas personas pasando hambre en el mundo anunciada por la FAO, específicamente la de 50 millones de hambrientos estrenados, resulta más que alarmante, es extremadamente lacerante para ser asimilada por la comunidad internacional.
En este sentido lo importante no es sólo conocer lo que está ocurriendo, sino saber cuáles y cuántas medidas necesarias se están tomando o piensan implementar para solventarla.
La ciudadanía de todos los países reclama con urgencia de los gobiernos y los organismos internacionales las necesarias medidas y coordinaciones para frenar o impedir que esta crisis continúe desarrollándose. Y ello es lo fundamental e importante.
Entre los principales factores desencadenantes de esta situación los dirigentes de la FAO, al igual que muchos otros analistas, consideran que se encuentran: la crisis energética y los precios del petróleo, el desequilibrio entre la oferta y la demanda de los alimentos, la utilización de los biocombustibles extraídos de productos de consumo humano o el acelerado desarrollo económico de naciones como China y la India.
Finalmente, se puede atribuir también a la crisis de los alimentos al agravamiento que producen las situaciones de especulación y las restricciones que muchos países establecen a la exportación de sus productos alimenticios.
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