Baldemar Velázquez/VI*
1 de agosto
Al despertar esta mañana, a las 5:50, tenía entumecidas las manos. Como creí que era por dormir apoyado en ellas, no le di mayor importancia y me levanté. Al empezar la rutina de vestirme, tomar café con leche, recoger mis botas de hule, pañoleta, gorra, pañuelo y mis tres botellas de Gatorade para hoy, todo iba como máquina bien aceitada. A eso de las 4 de la mañana había llovido; sabía que las plantas estarían húmedas y tendríamos que ponernos las horribles bolsas para basura. En el camino les dije a los que iban conmigo en la camioneta que tenía las manos hinchadas; se miraron entre sí y Shorty me dijo: “así las tenemos todos”.
Ayer el último campo grande donde cortamos tallos ya había sido desbrozado a máquina, así que los arbustos estaban rotos y eran más duros de arrancar. El de hoy estaba igual; algunos tallos eran demasiado gruesos para romperlos con una mano y había que usar las dos. Al entrar en el primer surco una mano se me volvió a entumecer, al punto de perder la sensibilidad. La sacudí pero siguió igual; pregunté a El Niño y a El Negro qué hacer. Me dijeron que se iría luego de una semana o poco más.
No me hizo gracia. Por un rato trabajé dejándola colgar a un lado y arrancando brotes con la otra. Luego recobré el tacto y volví a utilizarla. Cuando sentía que hormigueaba, la sacudía de arriba abajo. Luego se me olvidó el asunto y el día siguió sin más entumecimientos. Probablemente me distrajo la sensación de estar hirviendo dentro de la bolsa de plástico.
Los guantes ayudan, como he dicho, pero de todos modos la nicotina se mete debajo de ellos y de la camisa. Cuando me quito los guantes tengo las manos pegajosas por la nicotina que se infiltra. Y esta noche sentí comezón en los brazos; los hombres me advirtieron que no me rascara. Me dijeron que dejara que el cuerpo se acostumbrara. Es una de esas situaciones en las que uno tiene ganas locas de rascarse pero eso sólo empeora las cosas.
Tenía puestas las botas de hule a causa del lodo y el agua. Cuando por fin me los quité para ponerme los tenis, a eso de las 10:30 AM, había como medio vaso de agua en ellas. No tengo idea de cómo se metió; no todo podía ser sudor, ¿o sí? El Niño contaba sobre su hijo de cuatro años. Es el compañero divorciado que tiene mucho apego por sus cuatro hijos. Manda 500 dólares cada dos semanas a su ex esposa para ellos y la última vez que habló con ellos fue hace dos días. Su hijo quiere que le lleve un MP3 porque su hermana mayor recibió uno de una tía que está en Texas. Dice que una de las razones por las que viene a trabajar es porque quiere dar a sus hijos algo más que tortillas con frijoles. Sobre todo si van a seguir estudiando, cosa que no es barata en México.
El agua de las hojas no se seca y la mayoría tuvimos encima las bolsas hasta casi las 9:30, cuando ya no soportábamos el calor y nos las quitamos aunque nos empapáramos de agua con nicotina. Los hombres me advirtieron que escupiera el agua que me entrara en la boca porque si no estaría tragando la sustancia del tabaco. El Caballo dice que eso pasa cuando uno corta las hojas de abajo por la mañana; se viene toda el agua sobre uno y empapa el cuerpo, la cara y la boca. Y sí, conforme despuntábamos el agua salpicaba por todas partes.
Luego vinieron más relatos del “monstruo verde”, de hombres que vomitan cosas raras, incluso las chinches que infestan partes de algunos campos. No las he mencionado, pero son una plaga y se meten en todos lados. Algunas zonas son tan malas que durante una de las pausas para tomar agua, al levantar mi vaso del recipiente térmico, ¡cinco chinches se habían metido en mi bebida y me miraban a la nariz cuando me llevé el agua a la boca!
De veras me alegré cuando salimos de ese campo y nos fuimos a otro con surcos muy largos. Lo llaman campo aeropuerto porque antes un granjero lo usaba de pista para su avioneta. Panza y Chemo se retrasaron mucho porque les tocaron los surcos exteriores, que con frecuencia tienen mucho más brotes. Dicen que es porque reciben más aire y por los venados que salen del bosque a masticar las plantas tiernas, que les encantan. Los ayudé a terminar en vez de ir a tomar agua con los demás. Para cuando acabamos, los otros ya iban 90 metros adelante en los otros surcos. Los tres hicimos una pausa para tomar y compartí mi Gatorade con ellos.
La conversación informal se volvió un poco triste cuando Panza comenzó a hablar de su hija que se recibió de abogada. Dijo que hoy era el gran día. Esta mañana hubo una misa para ella en el pueblo donde vive. Luego se fueron a la entrega de los diplomas; en ese momento –dijo, sacando el reloj– ella estaría recibiendo el suyo. Alzó la mirada al cielo y me pareció que tenía húmedos los ojos cuando dijo suspirando que le gustaría estar allí. Se me hizo un nudo en la garganta al recordar lo orgulloso que se sentía de ella, única de su familia que tenía una profesión. Era lo que hacía que su sacrificio valiera la pena, dijo cuando volvimos a la incomodidad de la tarea.
Entrego mi corazón a estos hombres. Son buenas personas; tienen corazón y profundos sentimientos de lealtad y amor hacia sus familias. Rudy, el de Durango, todavía llora la muerte de su hija de 16 años. Falleció de cáncer hace tres años. Me lo ha contado varias veces y le he dicho que me lo puede contar cuantas veces quiera y que me encanta saber de ella. Siento su tristeza aunque relata la historia en voz baja, con estoicismo.
* Presidente del FLOC
Traducción: Jorge Anaya
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