Raúl Rodríguez Cetina
El presidente de Chile Salvador Allende fue asesinado con ráfagas de ametralladora el 11 de septiembre de l973, en La Moneda, por oficiales de las fuerzas armadas que atacaron el palacio presidencial por más de cinco horas. 14 civiles, leales al presidente, lucharon por impedir la toma del edificio.
Dos hombres que escaparon a ese infierno de llamas y que pudieron asilarse en la embajada de México, observaron cuando el presidente se desangraba por una primera herida en el estómago. Aquella aseveración cancela la versión de Pinochet de que Allende se suicidó. Estos dos hombres, uno de nombre Pedro Uribe, subdirector de la Oficina de Información Revolucionaria y Ramón, integrante del grupo de Amigos Personales de Allende, se encargaban de su custodia. Ramón declaró a los corresponsales extranjeros la última vez que vio al presidente Allende: “Se encontraba muy mal cuando entraron los milicos disparando. Ellos lo remataron.”
El golpe de estado fue promovido y financiado por el gobierno de Estados Unidos, imperialista, genocida y verdaderos terroristas. Recientemente recordamos el bombardeo a Irak. También fue apoyado por el alto clero católico local.
A las seis de la mañana del 11 de septiembre, el vuelo de dos reactores militares sobre el centro de la capital anunció que el golpe de estado se había puesto en marcha. Ejecutaban una labor de reconocimiento del Palacio de la Moneda.
Más tarde, el Presidente socialista saludó a su pueblo por radio y declaró su confianza en el futuro de Chile. También aseguró que sólo muerto abandonaría el Palacio.
A continuación un locutor militar lo conminó a rendirse junto con sus partidarios y se comenzaron emitir bandos que indicaban el comportamiento a seguir por la población.
Los transeúntes, aterrorizados por las balas, huyeron del centro. Los militares batallaron un buen rato contra los francotiradores. Los tanques lanzaban bombas a las ventanas donde se encontraban los defensores de la legalidad.
El golpe, patrocinado por los gringos, fue encabezado por Augusto Pinochet, comandante del Ejército, el almirante Merino Castro de la Armada, el general Gustavo Leigh de la Fuerza Aérea y el general de carabineros César Mendoza. Anunciaron que todo opositor sería fusilado en el acto y afirmaron, por radio, que las Fuerzas Armadas eran dueñas de la situación en todo el país.
El presidente Allende, enterado de la sublevación, había llegado temprano al Palacio. Le dieron como plazo las 11 de la mañana para rendirse. Todas las estaciones de radio transmitían mensajes amenazantes de los milicos y música romántica, creando un clima grotesco entre las canciones de Lara y el bombardeo.
Los militares, en el centro de Santiago, disparaban sobre los civiles quienes buscaban refugio inútilmente.
Ante el heroísmo de Allende por negarse a renunciar, los tanques atacaron La Moneda. Era imposible la comunicación al exterior, lo único que funcionaba era la radio de los militares. Anunciaron: “Se combate en los cordones industriales, los que resistan serán fusilados en el acto, el Presidente debe rendirse y entregar La Moneda. Extirparemos para siempre el cáncer del marxismo”.
Los vidrios de los edificios públicos caían sobre los corresponsales extranjeros, cuyas vidas fueron respetadas por los genocidas, entonces no existían los celulares y los teléfonos públicos fueron cortados. Ante la imposibilidad de comunicarse, todo fue escrito por ellos y enviado desde cualquier embajada solidaria con la democracia chilena.
Los aviones Hawker lanzaron bombas contra el Palacio presidencial, donde Salvador Allende, con su metralleta, continuaba defendiendo la democracia y el socialismo.
En el momento de mayor bombardeo a La Moneda, la radio transmitía la melodía gringa “El amor es una cosa esplendorosa.” La residencia presidencial de la calle de Tomás Moro también había sido bombardeada. Afortunadamente su viuda e hijas la abandonaron a tiempo. Todo terminó al atardecer. Los ministros y funcionarios, que se entregaron pacíficamente, fueron ultimados por los militares. Pinochet aplicó una solución final apoyado por el poder gringo. Por la noche el embajador Davis, de E.U., descorchó una botella de champaña al conocer el éxito del golpe de estado y el asesinato del presidente constitucional Salvador Allende. (Información documentada en diarios y revistas de la época.)
Parece que a los gringos les gusta el 11 de septiembre para cometer sus más viles asesinatos.
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