Miguel Ángel Granados Chapa
Con un discurso lamentablemente uncioso, explicable acaso en un presidente municipal pero no en el de la República, Felipe Calderón participó en un acto falso (los cincuenta años de Wal-Mart en México, que apenas cumple once aquí), al mismo tiempo que la Suprema Corte definía una práctica laboral de ese consorcio como propio del porfiriato.
Para congraciarse con su auditorio, los ejecutivos y empleados de ese imperio comercial (incluido Craig Herkert, presidente de Wal-Mart para las Américas), Calderón contó su trivial historia como cliente de la cafetería Vips y las tiendas Aurrerá. En aquella, el ahora Ejecutivo federal solía tomar café con su padre, Luis Calderón Vega, a quien agradaban los bisquetes con mermelada. Y ya casado, el joven Calderón hacía la compra familiar, con su esposa Margarita, en alguno de los dos establecimientos cercanos a su domicilio: “Ahí hemos pasado, hay que decirlo, muchos días de nuestra vida, que tienen que ver con lo que comíamos todos los días y con las camisetas de los uniformes de los niños; ahí solíamos comprar nuestros arbolitos de navidad también. Y, como muchos mexicanos, me siento, tengo una parte de identificación con lo que ustedes hacen… Y además, hay que decirlo, yo no recuerdo al menos, jamás he recibido un maltrato, o una actitud despótica o una desatención de ninguno de los empleados o asociados de Wal-Mart, lo cual me da mucho gusto, se los agradezco”.
Mientras Calderón entonaba este canto del cliente agradecido, la segunda sala de la Suprema Corte resolvía la revisión de un amparo demandado por un extrabajador de Wal-Mart, que impugnó un convenio por el cual se adhirió al plan de previsión social de esa empresa, que cubre las prestaciones de sus empleados con vales de despensa emitidos por el propio consorcio. “Un contrato de trabajo que obligue directa o indirectamente a los empleados a adquirir artículos de consumo en tiendas o lugares determinados contraviene los principios fundamentales consignados en el artículo 123 constitucional, por lo que debe declararse nulo de pleno derecho”, sentenció la sala. Su decisión, que encontró esa usanza semejante a la de las tiendas de raya del porfiriato, carece de efectos prácticos. Por un lado, el quejoso ya no trabaja para esa empresa y, por otro lado, los efectos de la sentencia lo protegerían sólo a él, y no al resto de los 150 mil empleados del consorcio. Pero al resolver el caso el alto tribunal reveló uno de los ingredientes, el bajo costo de su mano de obra, que permiten a Wal-Mart ofrecer precios bajos y obtener ganancias multimillonarias.
Artículo completo en este enlace: Proceso
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